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miércoles, agosto 18, 2004

Novela

Aira, el poder de la imaginación

Referirse al argentino César Aira es invocar la capacidad fabuladora que reinventa la realidad. Con cincuenta libros traducidos a varios idiomas, constituye un punto de referencia en la reciente literatura en castellano. A raíz de la aparición de tres novelas suyas en España, ‘Cultura/s’ se asoma a su literatura y al boom de las actuales letras argentinas

Presumió de ignorar la realidad en sus novelas pero en ‘Las noches de Flores’ se ha sumergido en la crisis del corralito

J. A. MASOLIVER RÓDENAS - 00:00 horas - 18/08/2004 / LA VANGUARDIA

De todos los escritores argentinos contemporáneos celebrados unánimemente por la crítica (Juan José Saer, Ricardo Piglia, César Aira, Rodrigo Fresán o Alan Pauls), Aira es el más accesible, con una naturalidad fabuladora que le permite fundir imaginación y reflexión y superar la barrera entre lo verosímil y lo inverosímil. Sus mismas declaraciones, cada vez más frecuentes y desinhibidas, muestran como tras el gusto por la boutade está la necesidad de encontrar un nuevo discurso en el que verdad y dogma son irreconciliables. En esta burla de la estupidez dominante coincide no poco con otro reinventor de la realidad, Roberto Bolaño. No sorprende, pues, lo que Bolaño escribe en un texto recogido en Entre paréntesis (Anagrama): "Si hay un escritor que escapa a todas las clasificaciones, ése es César Aira" o "Aira es un excéntrico, pero también es uno de los tres o cuatro mejores escritores de hoy en lengua española".

Nacido en 1949 en Coronel Pringles, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, en 1967 César Aira se instala en el bonaerense barrio de Flores. Ambos son espacios muy presentes en su escritura, si bien su capacidad para crear nuevos escenarios, nuevas situaciones y nuevos registros no solamente es extraordinaria sino que está en el centro de toda su obra, y es la que le da unidad y al mismo tiempo expresa la percepción fragmentaria de las cosas. Ya en Varamo había hablado de "lo particular floreciendo en lo universal", y este taimado maestro de los símbolos refleja su concepción de la novela en el vuelo de una bandada de pájaros: "Aunque al principio esos recorridos aéreos le habían parecido dibujos al azar, sin centro ni periferia ni forma, empezó a ver que había un punto en el que convergían siempre".

Es lo que ocurre en estas tres novelas escritas en distintas fechas y que tienen en común precisamente lo que parecen no tener en común. Una novela china, publicada por primera vez en 1987, es ni más ni menos lo que sugiere el título, una novela escrita desde la más pura tradición china. Y si no lo es, Aira ha conseguido que lo parezca. Es, entre otras cosas, una originalísima novela de amistad, de afectos, de conversaciones y, sobre todo, de amor con final feliz. Y no gira en torno a una pareja, sino a cómo esta relación es vista por su protagonista. Lu Hsin podría haber sido un mandarín, salvo que nació de padre desconocido y su madre vendía semillas de sandía secas. "La clave de su vida fue la inteligencia, la fantástica inteligencia que él mismo reconocía dentro de su modestia proverbial." Como Aira, es un lector voraz, sobre todo de Kant y de Stendhal, y como Aira "estaba mimetizado con el ambiente que recorría". Necesita cambiar de profesión, siempre un experto, pero es fiel a su pueblo, el pintoresco Hosa-Chen, y a su relación con Hin, que se inicia en el momento en que ve a la niña y decide adoptarla para casarse con ella cuando sea mujer: "Supo que había tenido una iluminación, amplia y perfecta, y toda su vida se había aparecido bajo un resplandor inigualable". De este modo Hin, el amor no idealizado, da un significado pleno a su existencia.

Una novela china debe no poco a la pintura y es un magnífico ejemplo de delicadeza, pese a que ocurre en la época de la revolución maoísta. Todo está insinuado y susurrado. Pero "la vida humana no es lo que nos muestran los paisajes pintados. Su supuesta inmovilidad es el sueño, precisamente, de un torbellino que no cesa". Este es el torbellino que se desborda en El bautismo, publicada inicialmente en 1991, donde un sacerdote tiene que ir a bautizar en una noche de tormenta a un niño monstruoso con pocas posibilidades de vivir. En la segunda parte de la novela, veinte años más tarde, este niño será un hermoso joven al que el padre Máximo reencontrará una noche de invierno en que "se había descargado sobre la tierra una lluvia descomunal". Es una pampa estremecida que sólo conocemos en la oscuridad de la noche y en la densidad apocalíptica del diluvio. Lo que domina aquí es la irrealidad y el horror. Pero en una de esas vueltas de tuerca tan frecuentes en Aira, el sacerdote y el joven se enzarzan en una discusión absurda (pues aquí lo absurdo es lo real) sobre el peronismo.

¿Absurda? De la realidad política, la crisis del corralito, surge Las noches de Flores. Aira, quien siempre presumió de ignorar la realidad, confiesa que la crisis económica "me angustió, me enfermó", y así aparece expresado en esta novela, en la que la realidad más brutal se sumerge en los sabatianos túneles de una ciudad apocalíptica o monstruosa, donde sólo en la delincuencia encontramos una justificada e inquietante belleza. De este modo, la apacibilidad de Una novela china, la naturaleza estremecida y atormentada de El bautismo y la brutal realidad de la violencia social de Las noches de Flores nos dan tres dimensiones de la extraña belleza de la condición humana.