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miércoles, marzo 10, 2004

NOTICIAS

Revolución estética

Un día de abril de 1967

La conferencia de Hans Robert Jauss supuso el arranque de una teoría: el receptor es coautor de la obra que lee

XAVIER ANTICH - 10/03/2004 / LA VANGUARDIA

Fue el 13 de abril de 1967, en la ciudad alemana de Constanza. Hans Robert Jauss pronunció una conferencia que, con el tiempo, iba a convertirse en mítica, por lo que tuvo de visionaria. Su título, aparentemente, casi no dice nada. A primera vista, una más de las eruditas preocupaciones de la academia germánica: “La historia de la literatura como una provocación a la teoría literaria”. Pero ya la palabra “provocación” anunciaba una carga en profundidad que los editores en castellano de su texto remarcaron con el dibujo, en portada, de una pistola. La conferencia de Jauss, por sí sola, supuso el arranque de lo que se denominaría estética de la recepción o escuela de Constanza, una de las aportaciones más significativas a la teoría estética de la última modernidad. Y, sobre todo, sintonizaba con los nuevos aires que, también en Alemania, pero no sólo allí, estaban subvirtiendo el sentido de las prácticas artísticas. Una subversión, ciertamente “provocativa”, que se pasea por la exposición “Detrás de los hechos. Interfunktionen 1968-1975” que actualmente puede visitarse en la Fundació Miró de Barcelona.

Amparándose en el Pierre Menard de Borges, que acometió la insólita tarea de reescribir el “Quijote”, Jauss planteaba que todo lector es, en cierto sentido y de forma radical, coautor de la obra que lee. La tesis adquiere estatuto popular con Umberto Eco y sus célebres “Opera aperta” y “Lector in fabula”. Pero, ¿qué propuso Jauss en su conferencia de 1967? Por decirlo de forma rápida, que el sentido de la lectura –y, como formularía muy pronto, de las obras de arte– ya no podía continuar reduciéndose al binomio de autor y obra. Desde el presupuesto que una obra (literaria, artística, musical) no es nada sin el receptor que le da sentido en la experiencia estética, lo que convierte una mera cosa en “obra” es el receptor en el que la cosa cobra vida. Ha llegado el momento, considera Jauss, de plantear el protagonismo del “receptor” en la articulación misma del sentido de la obra, pues toda obra, por sí sola, no es más que una propuesta de sentido, que necesita, para “concretarse”, de la intervención del receptor: la vida de la obra en la historia.

Lo que anuncia Jauss es un nuevo paradigma para acercarse a la comprensión de las prácticas artísticas que están comenzando a articularse en torno a 1967: el protagonismo, hasta entonces negligido, de los diversos públicos que acceden a la obra como coautores. Lo cual equivale a decir que la gran mutación estética de nuestro tiempo no afecta, como en otros periodos de la historia, a una cuestión formal o plástica, tampoco a una cuestión de soportes ni a una cuestión de la naturaleza de la imagen o la representación: lo “nuevo”, en el seno de la modernidad, es el nuevo lugar otorgado a los receptores. Ahora, sostiene Jauss, somos conscientes de que los receptores no acceden a la obra ya consolidada y cerrada, sino que ellos son los que constituyen la obra como tal. Y el sentido de la obra ya no puede ser, como se había mantenido desde los presupuestos románticos e idealistas del arte, algo que está en la propia obra, sino en ese circuito que configura el triángulo autor-obra-receptor.

Las consecuencias de esta formulación ya entonces se adivinaban “provocativas”, y anunciaban un triple rechazo que las décadas posteriores confirmarían: el rechazo a la obra de arte cerrada y ensimismada, portadora por sí sola de su sentido; el rechazo a una idea del espectador pasivo, que accede a una obra que ya lo tiene todo; y el rechazo de una experiencia estética reducida a la mera contemplación. A partir de ese momento, y las prácticas artísticas articuladas en torno a la publicación de “Interfunktionen” lo atestiguan, se reclama del receptor una participación activa en la constitución de la obra. Ya no basta con ver. Quizás nunca había bastado, es cierto, pero ahora esa participación del espectador, al que se le pide algo más que ver y mirar, es, hasta cierto punto, el sentido mismo de la obra. Seguramente es difícil comprender la dimensión de todo lo que está cambiando en el mundo del arte desde 1967 si no se tiene en cuenta este renovado protagonismo que, a partir de entonces de forma explícita, se reclama de los espectadores. Cuando Pistoletto, por los mismos años, emplea un espejo, en cualquiera de sus “Quadri specchianti”, para meter dentro de la obra la imagen del espectador, está construyendo una auténtica metáfora visual de los tiempos que vienen.

Pocos han expresado la importancia de esta mutación como lo hizo el cineasta Abbas Kiarostami, tres décadas después, para celebrar el primer centenario del cine: “Creo en un tipo de cine que ofrece grandes posibilidades y tiempo a su público. Un cine a medio crear, un cine inacabado que consiga completarse gracias al espíritu creativo de los espectadores, como ocurre con cientos de películas. Le pertenece a los espectadores y corresponde a su propio mundo. (...) El éxito del arte en hacer cambiar las cosas y proponer nuevas ideas sólo es posible si se hace por la vía de la libre creatividad de la gente a la que nos dirigimos, cada miembro del público. (...) En el cine del próximo siglo, respetar al público como un elemento inteligente y constructivo es inevitable. (...) Durante cien años, el cine ha pertenecido al director. Tengamos esperanza, ahora que ha llegado el momento, de poder implicar en este segundo siglo al público”.

Seguramente, buena parte de la problemática que afecta a la recepción de las prácticas artísticas contemporáneas –pero también de la literatura y de la música, del cine y de la arquitectura– tiene que ver con este nuevo papel, más activo, creativo y participativo, otorgado a los espectadores y a los públicos. Ya no basta con sentarse en una butaca y dejar pasar ante la vista el fluido de imágenes, ya no basta con mirar mientras paseamos por la sala de exposiciones. El sentido de la nueva creatividad que se inaugura en la década de los sesenta pertenece a la recepción. Y en esas estamos. En cierto modo, todos nacimos en 1967.