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miércoles, julio 28, 2004

CONVERSACION

Derrida: voces y trazas

Quizá el último de los grandes pensadores vivos, heredero de esa tradición, la de la filosofía, que ha contribuido, sin embargo, a deconstruir. Hoy, las voces de Derrida se multiplican en todos los ámbitos de la cultura y sus trazas delimitan la cartografía de la contemporaneidad. ¿Será acaso la ‘deconstrucción’ el termómetro de nuestra época? En todo caso, el siglo que balbucea es ya derridiano. Aquí, Derrida dialoga con Hélène Cixous, la escritora y teórica que, quizás, mejor lo conoce y más lo ha pensado. Cada uno de ellos ha escrito sobre el otro y, aquí, vuelven sobre los grandes temas
 

 
ALIETTE ARMEL - 00:00 horas - 28/07/2004 La Vanguardia

La relación que mantienen desde hace cuarenta años Jacques Derrida y Hélène Cixous es un rarísimo ejemplo de amistad literaria, de intercambio cultural que enriquece los textos y que se alimenta de ellos, de correspondencia de pensamiento que cada uno orquesta de modo diferente en su obra, filosófica para uno, literaria para la otra, aunque ambos habitan ese lugar de la lengua "donde los dos lados pueden coexistir con su dentro, su entre, su intercambio". Nacieron en Argelia en el seno de familias judías, Cixous en Orán, en 1937, y Derrida en El Biar, cerca de Argel, en 1930. Se conocieron cuando Cixous todavía no había publicado nada y acababa de leer los primeros textos de Derrida. La mirada que cada uno de ellos dirige sobre la obra del otro la enriquece con profundas resonancias y perspectivas nuevas. Derrida y Cixous han aceptado continuar de viva voz su diálogo.

Aliette Armel: Han aceptado ustedes una conversación oral donde interviene el decir, sobre cuyo peligro en relación con el pensar ha escrito

Hélène Cixous. La voz también desempeña aquí un papel: ocupa un lugar importante en los textos de los dos.

 Jacques Derrida: Quienes no leen me reprochan a veces practicar la escritura contra la voz, como para reducirla al silencio. En realidad, he propuesto una reelaboración y una generalización del concepto de escritura, de texto o de marca. La oralidad es la facilitación de una marca. Pero el tratamiento serio de estos temas exige tiempo, paciencia, retraimiento, escritura en sentido estricto. Me cuesta improvisar sobre aquello que más cuenta para mí. Nuestras tres voces se aventuran aquí en un ejercicio temible y singular: pasarnos la palabra, dejárnosla para facilitar un camino más bien imprevisible. Nuestras palabras tendrán que marcar más de un ángulo, tendrán que triangularse, practicar la interrupción al tiempo que se articulan entre sí. Sí, para Hélène y para mí, a pesar de una diferencia abisal, la escritura se regula a partir de la voz. Interior o no, se coloca o se encuentra siempre en escena. Escribo en voz alta o en voz baja. Tanto para las clases como para los textos que no están destinados a ser proferidos. Desde hace más de cuarenta años, escribo lo que enseño desde la primera palabra hasta la última, experimento por adelantado el ritmo y la tonalidad de lo que, fingiendo improvisar, vocalizaré en el aula. No escribo nunca en silencio, me escucho o escucho el dictado de otra voz, de más de una voz: puesta en escena, pues, baile, escenografía de los vocablos, del aliento y del cambio de tono. La preparación de un seminario es como un camino de la libertad: puedo dejarme hablar, tomarme todo el tiempo que me es dado escribiendo. Para la publicación, como se trata de textos de géneros muy diferentes, el registro de la voz cambia cada vez.

Hélène Cixous: Los dos tenemos diversas prácticas de escritura. Una que envía por medio de la voz que llamamos alta, pero que para mí es delgada y unívoca, que pertenece al ámbito de la enseñanza; la otra va profundizándose por los grados de lo escrito silenciosamente, parece sin voz, cuando en realidad consigue en una voz hacer oír un coro de voces. Cuando escribes tus seminarios, pre-dices, tu voz es una pre-voz, escribes un texto para rehablarlo. Este rehablar es una teatralización que es ya una puesta en escena. Doblas la puesta teatral. Eres un actor de quien eres en tanto que actor. Te doblas, en todos los sentidos. Yo no escribo mis clases. Durante días surco una región que tiene múltiples textos mediante ramificaciones, entrecruzamientos, injertos, hasta pensarlos de memoria. A continuación improviso durante cuatro o cinco horas partiendo de un semillero de notas de un par de páginas. Necesito dejarme frecuentar por las voces procedentes de otras partes mías y que resuenan a través de mí. Quiero tener voces. De pronto me encuentro a merced de su insuflación. Pueden fallarme. No domino, me someto a los oráculos. Ese riesgo es la condición de mi impulso y mis hallazgos. Es posible que esté sin aliento, que algo se ahogue. Me reconocí mucho en tu inaudito texto sobre Artaud, La palabra soplada, en esa bivalencia de lo soplado: una palabra soplada/dada por alguien a otro y una palabra robada, arrebatada. Los dos dejamos que la palabra tome su vuelo: ese soltar el habla como se suelta un pájaro o un soplo, dejar partir algo que hará una travesía. Coreografilósofo, corifeo, corazón, obligas al texto a bailar, valsar, girar, resbalar, incluso rapear a merced de tu pensamiento supremamente preciso e improvisado. Un volar de textos. Me parece más bien un canto, una música. ¿De dónde me viene? Me guían hermosas voces antiguas, ¿las de mis padres? JD: La palabra soplada es también el dictado de voces plurales (masculinas y femeninas). Se encabalgan, se entrelazan, se reemplazan. Siempre más de una voz que dejo resonar con diferencias de altura, timbre y tono: otros tantos hombres o mujeres que hablan en mí. Que me hablan. Como si me arriesgara entonces a aceptar la responsabilidad de una especie de coro al que de todos modos debo hacer justicia. Refrendando, para confirmarlo, en el encuentro o en contra del otro, aquello que me llega de más de uno o más de una. Intervienen también otros inconscientes, o las siluetas de destinatarios conocidos o desconocidos, para los que hablo y que me dan la palabra, que me dan su palabra. AA: En El monolingüismo del otro, Jacques Derrida explica que esta lengua que los ha reunido se ha forjado en unos orígenes comunes. Los dos son: "Escritores, judíos, de Argelia".

 JD: Al principio, aunque acababa de finalizar la guerra de Argelia, esos orígenes no estuvieron muy presentes en nuestros intercambios. Más tarde, de modo siempre más agudo, fuimos adquiriendo conciencia de ellos. Empecé a escribir sobre mi Argelia, la infancia, el judaísmo, etc., con La tarjeta postal, El monolingüismo del otro, Circonfesión y otros libros. Más allá de cuanto nos resulta común de ese lado, de este otro lado, escribimos, es más que evidente, textos que no pueden ser más diferentes. Nuestra explicación con la lengua francesa también es diferente. No tenemos la misma formación. Si bien mi gusto por la literatura fue primero, soy filósofo. Empecé intentando legitimar mi trabajo filosófico mediante la institución universitaria. Para poder tomarme algunas libertades de escritura, era necesario que primero se me concediera cierto crédito. Antes sólo traicioné las reglas de forma prudente, astuta y casi clandestina. Por más que no pasara inadvertido a todo el mundo. Mi pasión extraña y tempestuosa por la lengua francesa se liberó poco a poco. Sigo siendo obstinadamente monolingüe, sin acceso natural a otra lengua. Leo en alemán, puedo enseñar en inglés, pero mi apego a la lengua francesa es absoluto. Inflexible. En cambio, por sus orígenes que no son únicamente sefardíes, sino también, por su madre, askenazíes, Hélène tiene una relación nativa con el alemán. Y lee muchas otras lenguas.

HC: Cuando nos conocimos, estábamos ocupados cada uno de nuestro lado en aproximarnos al espejeante corazón de la lengua francesa, en tutearla. Yo, desde mis otras lenguas, también. Cada uno de nosotros es extranjero de modo distinto. Y esa extranjería también presidió nuestro encuentro: él me percibió como extranjera, incluso de su mundo, por esta parte que llama askenazí y que para mí es alemana. Lo que aproxima nuestras desemejanzas es una experiencia tematizada del dentro desde fuera. Mi imaginación quedó marcada por la primera experiencia de mi infancia, el acontecimiento, diría él. Fue en 1939, tenía dos años y mi padre era teniente médico, de pronto tengo derecho a entrar en ese lugar de admisión y exclusión que se llamaba en Orán el Círculo Militar. Entro en ese jardín: he aquí que no estaba dentro. Viví la Experiencia: se puede estar dentro sin estar dentro, hay un dentro en el dentro, un fuera en el dentro y así hasta el infinito. En ese lugar que me había parecido como el paraíso se abre el infierno: no conseguía entrar en aquello en que era admitida, puesto que estaba excluida por mi origen judío. Y todo es inextricable. Sólo lo comprendí cuando el mensaje de rechazo me fue escupido por los otros niños. No he dejado de vivir la exclusión, sin que me estorbe ni se convierta en un domicilio. El tránsito entre el dentro y fuera se encuentra en todo cuanto escribo, como en todo el pensamiento de Jacques Derrida. (…) Ya entonces trabajaba la cuestión de la presencia del presente, del presente de la presencia, de la supervivencia. E incluso del a partir de ahora. Habíamos vivido la expulsión por Vichy. Tenía tres años cuando vi a mi padre desatornillar su placa de médico. Tenemos en común lo que he llamado nosbleridas: unas heridas, pero nuestras y que se convierten en nuestros títulos de nobleza. Hemos podido comprendernos al milímetro de palabra, porque el trabajo de la estigmatización, de la cicatriz, estaba inscrito originariamente en el libro de la vidad de ambos.

AA: La escritura de ambos se apoya en las palabras, parte de un juego de palabras, de una expresión que alimenta el avance del pensamiento y a veces la progresión de la historia.

HC: Se podría hacer un poema con los títulos de sus libros. Si bien La escritura y la diferencia todavía se portaba bien en términos gramaticales, a medida que avanza, más el giro de la palabra comporta enganches y algunos textos son engendrados por una palabra genial de la lengua francesa genialmente reinterpretada en derridiano. Fichus. Il faut le faire. Demeure. Béliers. Le envidio los títulos. Su hipersensibilidad a lo que ocultan las palabras francesas tanto filosofónica como literaldemente.

JD: Sí, al principio está la palabra. A la vez nominación y vocablo. Como si no pensara en nada antes de escribir: sorprendido por tal o cual recurso de la lengua francesa que no he inventado, hago a continuación algo que no estaba dentro del programa pero ya hecho posible por un tesoro léxico y sintáctico. De ahí esa sensación sobrecargada: júbilo, misión cumplida al servicio de la lengua... y cierta irresponsabilidad. Todo me vuelve, pero desde la lengua... que pasa de mí pasando por mí. En el transcurso de una entrevista reciente, me llegó por sorpresa la expresión jurer avec. Quería decir exactamente lo que buscaba: desentonar, pero al mismo tiempo refrendar, jurar, hablar bajo juramento con. Y jurar con, esa conjuración misma. Milagro: ni se me había ocurrido un segundo antes. Y entonces exploté los recursos de esa expresión intraducible. No se puede traducir jurer avec en otra lengua salvando cuanto puede tener de múltiple y contradictorio cierto uso de esa fórmula. Lo que me guía siempre es la intraducibilidad: que la frase se endeude para siempre con el idioma. El cuerpo de la palabra tiene que ser hasta tal punto inseparable del sentido que la traducción no pueda sino perderlo. Ahora bien, paradoja aparente, los traductores se han interesado mucho más por mis textos que los franceses, han intentado reinventar en su lengua la experiencia que acabo de describir. Por ejemplo, una vez decidí que H. C. pour la vie era el título más justo, organicé mi texto para que explotara filosóficamente los recursos del idioma en registros diferentes: el análisis minucioso de los textos de Hélène, de Freud, de una idea afirmativa de la vida, etcétera. Es la suerte contingente de su nombre y sus iniciales: Hélène Cixous. C'est pour la vie quiere decir a la vez la amistad fiel e indefectible, de por vida, para la vida, pero también ese para la vida, por la vida, que es en ella una afirmación, una toma de partido por la vida que no he conseguido nunca compartir. No estoy contra la vida, pero no estoy por la vida como ella. Esta discordancia está en el corazón del libro... y de la vida.

AA: El proceso que describen a partir de la palabra puede parecer muy abstracto. En cambio, los libros de los dos están impregnados de autobiografía y, por lo tanto, de la vida misma: las palabras devuelven a la vida.

JD: Desde Le prénom de Dieu, los libros de Hélène han sido narrativos y fantásticos, fantasmales, sí, pero también fecundados por su historia singular, incluso familiar. En mi caso, es muy diferente. En mis primeros libros no hay ningún indicio, ninguna señal biográfica. Son autobiográficos, en caso de que lo sean, de otro modo. Es más adelante, con Circonfesión, El monolinguismo del otro, etcétera, que, de un modo más o menos ficticio, he hecho referencia a lo que se llama mi vida. El yo tiene ahí una posición ficticia, sí, pero diferente del que tenía en mis primeros textos cuando utilizaba la primera persona del singular o del plural al modo abstracto del filósofo o el teórico clásico. Así que nuestras trayectorias son muy diferentes en lo que se refiere a la relación de la palabra con la vida, y a la vida de la palabra.

HC: De todos modos, aunque todos mis libros están pensados a partir de las experiencias que he podido tener, me encuento relativamente ausente de mis textos considerados como autobiográficos. Lo esencial de lo que ha sido mi yo es completamente secreto. Escribo a partir de esta tensión entre lo que se esconde y lo que sucede, es decir, el libro. El libro me ocurre, posee un poder superior al de la persona que cree escribirlo. Mis libros son más fuertes que yo, se me escapan. Me someten a traducción.

AA: ¿Es un elemento de esta autobiografía de tipo desconocido lo que Hélène Cixous ha descrito como la presencia del cuerpo en los textos de Jacques Derrida?

HC: En todos sus textos se pone de manifiesto una ingenuidad, algo nativo. Realiza la autobiografía de su cuerpo en tanto que cuerpo estigmatizado, cuerpo de sangre y signo. Ha tenido la extraordinaria audacia de poner de manifiesto que el filósofo escribe con todo su cuerpo, que la filosofía sólo puede ser traída al mundo por un ser de carne, sangre, sexo, sudores, esperma y lágrimas, con todas sus circuncisiones y escarificaciones físicas y psíquicas. Eso es algo único, y sin precedentes. Ese cuerpo extranjudío que teme, tiembla, goza y triunfa revela lo que esconde. No puede mentir.

JD: Ya ve lo que me da la amistad de Hélène: es sin duda la única en pensar que no miento nunca. Incluso cuando miento (cosa que debo de hacer a veces, como todo el mundo, quizá un poco menos), seguiría siendo (según ella) inocente. Paso por ser alguien que pone en cuestión el valor de la verdad, que al menos la mira dos veces y la somete siempre a preguntas de historia (hay una historia de los valores de verdad), hasta el punto de que mis enemigos me consideran, erróneamente claro, como un escéptico o un nihilista. Sin embargo, cuando algo me parece verdad (aunque doy ahora a la palabra un sentido diferente que no puedo explicar aquí), ninguna fuerza del mundo, ninguna tortura podría impedirme decirlo. No se trata de valor o desafío, es una pulsión irresistible. Si debo interrogar de manera crítica el trabajo de un autor respetado, tengo conciencia del riesgo que tomo, pero no puedo impedirme hacerlo: cuando algo tiene que ser dicho, se dice. Y cuando pasa por mí, ningún dique puede contenerlo.

HC: Este trayecto de la verdad es para mí tu regalo a la humanidad. Leyéndote, aprendemos que la verdad siempre está un poco más lejos. Y del lugar al que llegas, vuelves a partir, prosigues, te relanzas, nunca sientas a la verdad sobre tus rodillas. La verdad te hace caminar siguiendo todos los sentidos de la palabra. Es también la ley de la escritura: sólo se puede escribir en la dirección de lo que no se deja escribir y que hay que intentar escribir. Lo que puedo escribir, ya está escrito, no tiene ningún interés. Voy siempre hacia lo más espantoso. Es lo que hace que la escritura sea exaltante pero dolorosa. Escribo hacia lo que rehúyo. Sueño con ello. Es siempre un Jardín de Ensayo (jardín botánico de Argel), pero es un jardín infernal, que expulsa.

JD: Encontramos el tema de lo imposible. Perdonar sólo es posible allí donde se perdona lo que es imposible de perdonar. Si se perdona lo que es perdonable, a cambio del arrepentimiento o una petición de perdón, no se perdona. Sólo hay perdón posible en el caso de lo imperdonable. Por lo tanto, la posibilidad cabe en lo imposible. Y eso vale también para la dádiva, la hospitalidad. La hospitalidad incondicional es imposible. Pero es la única hospitalidad posible y digna de ese nombre. Podría multiplicar los conceptos obedeciendo la misma lógica, donde la única posibilidad de algo es la experiencia de la imposibilidad. Si se hace sólo lo que podemos hacer, lo que está en poder de uno, sólo se despliegan posibilidades que están en uno, se desarrolla un programa. Para hacer algo, hay que hacer más de lo que se puede hacer. Para decidir, hay que cruzar la imposibilidad de la decisión. Si yo sé qué decidir, no hay responsabilidad que asumir. Es verdad de la experiencia en general. Para que algo o alguien llegue, tiene que ser absolutamente inanticipable. Un acontecimiento sólo es posible en tanto que imposible, más allá del puedo. A menudo escribo imposible con un guión entre im- y posible, para sugerir que la palabra no es negativa en el uso que hago de ella. Lo im-posible es la condición de posibilidad del acontecimiento, de la hospitalidad, la dádiva, el perdón, la escritura. Cuando algo está previsto, en el horizonte, ya es pasado, así que no llega. Se trata también de un pensamiento político: sólo llega lo que los esquemas disponibles no logran prever.

TRADUCCIÓN: JUAN GABRIEL LÓPEZ GUIX© MAGAZINE LITTÉRAIRE 2004