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Silvio Rodríguez y sus músicos en Juárez. (Foto: ZM / RanchoNEWS)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 19 de septiembre de 2010. (Zerk Montecristo / RanchoNEWS).- Nunca había escuchado en vivo a Silvio Rodríguez, para mi mala fortuna, preferiría jamás haberlo hecho: El ídolo derrocó al mito, ése que me contaban desde semanas atrás cuando se enteraron mis amigos que vendría; ése que fortalecieron mis ex novias y esposas, con el que imploraban en cada frase una mejor consecuencia del ser a través de sus actos.
Ése, el extraño fraterno que innegablemente algo había dejado en mí en alguna que otra frase que llegó a provocar un estruendo en mi corazón. Ese Silvio para mí nunca llegó a Juárez.
Una ciudad como ésta, ávida de respuestas, de motivación, de solidaridad, llenó el estadio olímpico Benito Juárez a tres cuartos de su capacidad para presenciar el concierto Voces de América para Juárez, y pensé, rídiculamente romántico que tal vez, el cantautor les entregaría algo de esperanza, de palabras de aliento, de orgullo, de sus raíces, en lo que fue uno de los eventos principales del Sexto Festival Internacional Chihuahua.
Sin embargo, en la presentación de Rodríguez, el primero de los tres actos programados dentro del recital –en el que también participaron Lila Downs y Willie Colón– como espectador sólo encontré canciones, bellas canciones solas, letras magistrales perdidas entre los buenos acordes, para quien esto escribe sólo fue un disco viejo que volvía a ser tocado por un intérprete sin magia, sin deseos de interactuar con el pueblo que otrora le hizo crecer.
Y no es que el cubano tenga la panacea a los males que padece esta lacerada frontera, es que, simplemente, quería escuchar su corazón. Por eso me sentí extrañado cuando Silvio apareció en primer lugar en el orden del espectáculo. A lo mejor, como la gran mayoría de los presentes, consideraba que sería él quien cerraría la presentación.
Pero no fue así. Pasados los primeros minutos de las 8 de la noche, Rachid López Gómez, Maykel Elizarre y Eugenio Bacaró músicos que integran el Trío Trovarroco, así como la flautista Niurka González y el percusionista Oliver Valdés, que acompañaron a Rodríguez subieron a escena para realizar una introducción acústica.
Inmediatamente después salió a escena entre ovaciones el originario de en San Antonio de los Baños, Cuba, y sin mediar palabra con los juarenses, comenzó un repaso de sus canciones más populares, ésas que se han convertido en éxito en las peñas y exaltan a la clase media a buscar un mejor mañana, que lo mismo se dirigen al obrero que al pudiente, que lo mismo se cantaron con pasión por el público ante el artista, que no tuvo la delicadeza ni de dedicarles una sonrisa o una palabra de acercamiento.
Sueño con serpientes, Unicornio azul, Te doy una canción, Santiago de Chile y Carta a Violeta Parra, fueron algunos de los temas que Silvio incluyó en su repertorio para el recital de esta noche.
Además de saludar, dentro de las escasas intervenciones que tuvo el cubano al micrófono para dirigirse al auditorio fue previo a la interpretación de Pequeña serenata diurna, tema dedicado a cinco presos políticos, quienes desde hace años se encuentran presos en los Estados Unidos.
Alguien entre el público tuvo la osadía de pedirle Ojalá, tal vez su canción más famosa, situación que molestó al divo, quien en el poco intercambio con su público sólo atinó a cuestionar en tono enfadado «¿Ustedes tienen apuro? Yo tampoco», lo que provocó reacciones encontradas en el auditorio que iban entre hurras y silencios incómodos.
Tras un par de temas y una sonrisa que unos cuantos me aseguraron esbozó el cubano para su público, llegó la ansiada canción Ojalá y después de anunciar la retirada, ante la insistencia de sus seguidores, Silvio regresó una vez más al escenario para cumplir la cuota en este tipo de eventos: entregó una canción más y tal y como llegó, desde mi humilde perspectiva, desapareció en silencio y sin magia.
Era el primero de los tres actos programados dentro del concierto Voces de América para Juárez, en el Estadio Olímpico Benito Juárez.
Sentí una peculiar frialdad que se quedó en el escenario, sensación que percibía mientras observaba a la gran mayoría que desconocía, –algunos más otros menos que yo– el trabajo del cantautor cubano.
Lila Downs
En algunos espacios grupos de fans continuaron gritando de manera espaciada su nombre a manera de agradecimiento por su presencia, cuando la estela de Silvio se desvaneció por completo sonaron los primeros acordes de El Relámpago, dando paso a la intervención de la oaxaqueña Lila Downs.
Encendiendo de inmediato la chispa entre el público que se sentía ansioso por entregarse al baile y divertirse, Downs se apoderó del entarimado apenas pasadas las 22:00 horas.
La decepción de algunos de los presentes que buscaban hermanarse con la artista a través del ambiente festivo, ocurrió entre las gradas cuando apenas habían pasado unos minutos y de manera amable, el personal que se encontraba a cargo los invitó a permanecer en sus butacas para no obstruir la visibilidad de quienes permanecían en sus asientos.
En el escenario, Lila Downs daba rienda suelta a sus movimientos con candencia y mientras entregaba sonrisas y su excelente voz, se escuchaba su propuesta que mezcla los sabores mexicanos con el rock, el jazz y el hip hop, para hacer un homenaje a José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas y Oscar Chávez con temas como Tu recuerdo y yo mezclada con Camino de Guanajuato, Paloma Negra y La llorona.
Escuchar a Downs es como recorrer el mundo matizándolo con colores mexicanos. Lila y sus músicos traen en sus canciones un pedazo de cada lugar que han visitado y permiten al escucha saborear la emoción de cada encuentro con el extranjero con intensidad.
En este recorrido la nostalgia y la emoción se hacen presentes por medio de su voz, lo que deriva en una entrega total del público que uno acepta un adiós por despedida y le pide que regrese con el clásico grito de ¡otra, otra! Para que les dejé un par de canciones más.
Fue así como entregó Arenita azul y Tacha y entre aplausos la mujer considerada una de las mejores representantes en la actualidad de la música mexicana, se retiró del escenario, dejando un fuerte «¡Qué viva Ciudad Juárez!», con el que dio por terminada su actuación.
Willie Colón
Tocó entonces el turno del salsero Willie Colón quizás uno de los músicos más importantes, pero también, tristemente, de los menos valorados por el público que ha acudido al Festival Internacional Chihuahua.
Acompañado de una decena de músicos del más alto nivel, luciendo un impecable traje blanco con camisa roja, Colón subió al escenario pasadas las 11:30 de la noche.
Ante la falta de experiencia de escuchar un estilo interpretativo de esta naturaleza, parte de los asistentes comenzaron a abandonar el estadio, lo cual provocó sentimientos encontrados en el artista, quien en su primer intercambió con el público, tras saludarlos, les indicó su sentir.
«Sé que para mucha gente esto es algo extraño, no es lo que acostumbran escuchar. Estoy cantando con los ojos cerrados para ver si cuando los abra, está vacío y nos podemos ir», dijo Colón al concluir su Medley Contrabando.
Willie dijo a los juarenses que consideraba un privilegio tocar en esta tierra a donde venían por vez primera, y tras invitar a que no dejaran los asientos de enfrente vacíos porque eso los desanimaba, solicitó a los organizadores que se abrieran las puertas para que la gente de las gradas y de las zonas lejanas pudieran acercarse a la fiesta que tenía preparada.
Con canciones como El gran varón, Asia e Idilio, el artista originario del Bronx, Nueva York, aprovechó para interactuar con los juarenses que en plena entrega se dejaron llevar con el ritmo de cada una de sus melodías.
Una excelente interpretación de El Cantante, original de Héctor Lavoe, puso fin a su actuación, pero ante la insistencia de sus seguidores regresó con sus músicos con una inolvidable interpretación de Gitana.
En ese momento, el cielo de la frontera se iluminó por más de 10 minutos con los juegos pirotécnicos que dieron por concluido el concierto «Voces de América para Juárez».
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