El gran escritor argentino. (Foto: RanchoNEWS)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 9 de junio de 2024. (RanchoNEWS).- «Uno de los colores que los ciegos –o en todo caso este ciego– extrañan es el negro; otro, el rojo», confesó Jorge Luis Borges en una conferencia. «Le rouge et le noir» son los colores que nos faltan. A mí, que tenía la costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo tener que dormir en este mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada y vagamente luminosa que es el mundo del ciego. Hubiera querido reclinarme en la oscuridad, apoyarme en la oscuridad. Al rojo lo veo como un vago marrón. El mundo del ciego no es la noche que la gente supone. En todo caso estoy hablando en mi nombre y en nombre de mi padre y de mi abuela, que murieron ciegos; ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también espero morir. Se heredan muchas cosas (la ceguera, por ejemplo), pero no se hereda el valor», escribe Cecilia Kühne en El Economista.
Borges, al que vale la pena recordar siempre, abandonó este mundo hace 38 años, justo el 14 de junio de 1986, muy poco habló de su condición. «Lo hice porque no es esa ceguera perfecta en que piensa la gente; y en segundo lugar porque se trata de mí. Mi caso no es especialmente dramático. Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente la vista: se trata de una fulminación, de un eclipse; pero en el caso mío, ese lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, y ese lento crepúsculo duró más de medio siglo».
Quizá por haber nacido en Buenos Aires, un año antes de que empezara el siglo XX, negaba haber dejado huella en la modernidad literaria y se describía como un escritor decimonónico. Poeta preciso, cuentista portentoso, incomparable ensayista, bibliófilo por vocación, estudioso de oficio y conocedor de casi todas las palabras de la Tierra, es una de las figuras más importantes en la literatura latinoamericana y universal contemporánea. Muchas veces la simple mención de su nombre produce un respeto que raya en el miedo. Los lectores se acercan a él con cautela, temerosos de no estar a la altura de sus palabras o asustados de ahogarse en sus insólitas mareas.