ROBERT SALADRIGAS
Barcelona, España. 26/10/2005 (La Vanguardia)Cuando hace una eternidad, en 1966, el buen gusto literario de Esther Tusquets la indujo a editar Sangre sabia,la primera novela de Flannery O´Connor (1925-1964), en la recordada colección Palabra en el Tiempo de la editorial Lumen (dirigida por su cómplice el profesor Antonio Vilanova), estoy convencido de que no fuimos más de una docena los lectores que nos sumergimos en las páginas desconcertantes pero maravillosas de la historia de Hazel Motes , el visionario y grotesco predicador existencialista en clave sureña de una nueva Iglesia sin Cristo que palpa la salvación eterna autocondenándose a una muerte infamante. Así fue como unos pocos supimos que existía una autora sureña de origen irlandés que no se parecía a ninguna otra, nacida en Georgia el mismo año que los también sureños Truman Capote y William Styron, católica hasta los tuétanos en una zona de mayoría protestante, fundamentalista y supersticiosa, en la que incluso los más lerdos de la población negra creían a ciegas que la Biblia transmite al pie de la letra la voluntad de Dios y por tanto ha de ser acatada sin tolerar ningún tipo de interpretación personal. Desde 1951 Flannery O´Connor estuvo incapacitada por los efectos del lupus que la condujo a la tumba a los 39 años, y los últimos los invirtió en levantar una obra de dimensiones reducidas, concisa, original, compleja y de largo recorrido, que sin duda la convirtió -aún hoy- en la más interesante narradora del sur de Estados Unidos.
Por fortuna Esther Tusquets no se amilanó ante el fracaso comercial de Sangre sabia y el incomprensible silencio crítico y, devota irredenta de O´Connor, publicó entre 1968 y 1986 dos títulos que recopilaban gran parte de sus cuentos, Las dulzuras del hogar y El hombre bueno es difícil de encontrar, y su segunda y última novela Los profetas (The violent bear it away). El resultado no fue más alentador. Esos volúmenes que reunían la casi totalidad de la obra de Flannery O´Connor pasaron con más pena que gloria, así como la película basada en Sangre sabia que rodó en 1978 John Huston y sobre la que en sus Memorias (Espasa, 1998) escribe: "Nada me haría más feliz que ver que esta película consiga aceptación popular y rinda beneficios. Demostraría algo. No estoy seguro de qué..., pero algo".
La suerte del filme demostró lo ya sabido: que Flannery O´Connor era una narradora de culto, en varios sentidos prodigiosa, dueña de un universo propio compuesto a partir de la realidad de su entorno sólo que distorsionándola por la vía satírica para realzar sus miserias y extravagancias pero que, por lo mismo, exige la participación muy activa de un lector dispuesto a sacudirse el letargo de la literatura convencional, a olvidar los clichés de la narrativa clásica del sur -entre ellos la poderosa impregnación de William Faulkner- y a permitir que las singulares criaturas góticas de O´Connor, con su violencia latente, su humor macabro, ajenos a la nostalgia y la grandeza de un pasado que la generación de la autora ya no siente como la pérdida de algo suyo, baptistas, metodistas o pentecostales acosados por la enfermiza obsesión de la culpa y la redención que agudiza sus flaquezas, conformando todos ellos una vieja sociedad endogámica en la que el poder feudal y su acatamiento tiene que ver con la pigmentación de la piel, se aposenten en su intimidad. Como bien sugiere Martín Garzo, no se debe mantener la calma ante las vidas agitadas de esos seres si se quiere primitivos, por supuesto excéntricos para nosotros, tan extrañamente sensibles al significado del mal, cuyas conciencias resentidas ponen a prueba nuestra capacidad de entrar en ellas con el fin de esforzarnos a comprender el tejido de sus pulsiones y dilemas.
Creo que ésta es la disposición óptima para leer a Flannery O´Connor, así como pienso que donde con mayor claridad desvela los secretos de su arte es en los cuentos hasta un total de treinta y una piezas únicas, en mi opinión inigualables. Harold Bloom ha escrito que O´Connor "acaso haya sido la cuentista más original de Estados Unidos después de Hemingway. Su sensibilidad era una mezcla extraordinaria de salvajismo sureño y severo catolicismo". Es cierto, con el matiz de que nada une a O´Connor con Heminway aunque los dos sean cumbres de la ficción corta norteamericana, pero también lo son Nathanael West y Faulkner que por el contrario ella sentía muy próximos a su manera de concebir la narrativa. A finales de los noventa tuve ocasión de adquirir en una librería de Minneapolis el volumen con The complete stories de Flannery O´Connor publicado originariamente en 1971, el mismo que ahora por fin aparece traducido con once cuentos inéditos en lengua española. Es, sin exagerar, un verdadero acontecimiento cultural que no debería ser visto con indiferencia porque constituye el instrumento perfecto para desvelar el potencial creador de O´Connor a quienes están en condiciones de apreciarlo. Ojalá la ilusión se cumpla porque los he vuelto a saborear con el mismo interés alucinatorio y el mismo entusiasmo intelectual que me arrastraron la primera vez.
El motor de la fe
Bloom creía que "la mejor manera de leer estos relatos es reconociendo primero que uno forma parte de los condenados; luego puede pasar a disfrutar de un arte narrativo grotesco e inolvidable". La sugerencia me parece acertada. En efecto, O´Connor escribe desde la distancia de su firmeza moral católica en un país de radicales convicciones anticatólicas, recreando historias cuyos protagonistas son gente condenada de antemano por sus creencias que les inducen a comportamientos salvajes o extravagantes y a veces caen en la locura fascinados por el mal. Como señala Miquel Berga en la introducción a Cinco mujeres locas (Lumen, 2001), la versión sureña de lo gótico se traduce en "el impulso de oponer lo improbable a lo razonable y la evocación del lúgubre mundo medieval a las pretensiones del orden neoclásico", impulso que a partir de Poe se concentra en la psique desquiciada de la personalidad gótica. Dentro de este esquema se ha reprochado injustamente a la narrativa de O´Connor que no era moderna, sin tener en cuenta que su truculenta imaginación creadora está propulsada por el motor de la fe; lo que la motiva es confrontar las causas por las cuales sus grotescos personajes se tambalean sobre los desfiladeros del infierno. Y es que para ella nadie es inocente, todos somos pecadores ciegos y perdidos que aspiramos a la redención y luego, al sabernos condenados, el escándalo y el desconcierto nos arrojan a la demencia.
Entiendo que la narrativa de O´Connor, difícil de esquematizar, forma un mundo poético y estético coherente, trascendido por la gracia de sus certezas. Si se entra en él no se sale indemne. El vínculo es imperecedero. Deseo de veras que elijan compartir ese placer.
La dama tímida de Georgia
La existencia de Flannery O´Connor inició una nueva etapa en diciembre de 1959, cuando en el tren de regreso a casa desde Nueva York sufrió el primer ataque de lupus, el terrible mal que había afectado a su padre y acabaría con la vida de ella en 1964. O´Connor había nacido en el estado de Georgia el 25 de marzo de 1925, hija única de una acomodada familia católica de origen irlandés, los O´Connor de Savannah, ciudad donde pasó la infancia, y los Cline de Milledgville, en el condado de Baldwin, población más pequeña a la que se trasladarían los tres en 1938 al producirse la incapacidad del patriarca. Instalados en la granja Andalusia donde criaban patos, Flannery entró en contacto directo con los hábitos, valores y perversiones del Sur rural que nutrirían su narrativa.
El segundo hecho decisivo sería la maldita dolencia del sistema inmunológico, el lupus sistémico que recibió en herencia y fue minando sus articulaciones hasta paralizarla. A partir de entonces la chica independiente que había pasado unos meses en la universidad de Iowa después de su graduación y había estudiado en Nueva York quedó sepultada en Milledgville. El aislamiento exacerbó su timidez y la indujo a levantar un muro entre su vida de enferma incurable y la soberbia obra que construía, lo que trasciende de la correspondencia recogida en ´El hábito de ser´ (Ediciones Sígueme, 2004). Excluida del mundo de las gentes normales, se vació en la escritura convencida, imagino, del valor universal de aquello que legaba. No fue un espejismo. R. S.