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El director en una escena de la película El teniente corrupto. (Foto: Tomada de sensacine.com )
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de enero 2010. (RanchoNEWS).- Intentar ponerle etiquetas a Werner Herzog sería como tratar de cazar elefantes con un matamoscas. El legendario director alemán es alérgico a las definiciones y lleva cuatro décadas (y un lustro) huyendo de las respuestas, obsesionado, en cambio, por las preguntas. La indefinición, la mezcla, el desborde de géneros y así, sin pausa, hasta llegar a las mismísimas montañas de la locura (que diría Lovecraft), le han servido para convertirse en uno de los cineastas más respetados por los buscadores de rarezas y uno de los creadores más orgullosamente singulares de la historia del séptimo arte. Una entrevista de Toni García para El País:
Su currículo no deja de ser curioso, definido por las vicisitudes de su infancia y las extrañas relaciones con su entorno, a las que el realizador atribuye su posterior ansia por el descubrimiento, esencialmente a través del viaje, del mundo en el que vive.
«Acabo de llegar de la India, donde me he pasado tres días enteros escuchando la historia de un chamán», suelta de golpe y porrazo Herzog quince segundos después de que el periodista entre por la puerta de un glamouroso stand en la playa del Lido de Venecia. Herzog no es un tipo reservado ni parece que tenga ninguna intención de darse humos, más bien al contrario, sonríe constantemente y parece decidido a que el interlocutor entienda por dónde va la conversación, cosa que –por otra parte– se antoja imposible. Su rasgo distintivo son unos diminutos ojos azules metidos en un rostro que parece reivindicar su compromiso de experimentar con todo y con todos.
Herzog nació el 5 de septiembre de 1942 en Múnich pero pronto se vio viviendo en un pueblecito austriaco, alejado de las penurias que sufrían las grandes ciudades del país en la Segunda Guerra Mundial. Así, aunque el niño no tenía todo lo deseable, no puede decirse que lo pasara mal. Ya de bien joven el futuro director decidió que quería decir algo y que quería hacerlo cámara al hombro, y con ese propósito empezó a rodar con lo que tenía a mano. Desde el primer minuto Herzog huyó de epítetos e injerencias, y pronto dejó claro que lo del «nuevo cine alemán» le interesaba más bien poco, que al realizador sólo le interesaban dos cosas: el cine y el propio Herzog.
Sus primeros filmes, Herakles (1962) y Spiel im Sand (1964), de corte netamente experimental, ya marcaban el camino que seguiría el realizador: un sendero sin vallar por el que el director no ha dudado en despeñarse cuando ha sido necesario. En ese sendero ha firmado cosas como Fata Morgana (1971), Fitzcarraldo (1982) o Grizzly Man (2005) y tocado todos los palos posibles. Además, ha tenido tiempo de protagonizar la leyenda negra que sigue envolviendo su relación con el actor Klaus Kinski («un día me dijo que se iba en mitad de un rodaje, así que le aseguré que si se le ocurría irse le dispararía. ¿Que si lo hubiera hecho? Por supuesto») y de vestir uno de los proyectos más delirantes de todos los tiempos: Werner Herzog eats his shoe (1980) del director estadounidense Les Blank. En el que el mismo Herzog se come –literalmente– sus zapatos después de cocinarlos. «Creo que todo adulto debería comerse sus zapatos al menos una vez en la vida», afirma el realizador cuando se le pregunta al respecto. Sonríe, pero no hay en sus palabras ni un ápice de humor. Tampoco se inmuta cuando se menciona la leyenda (muy real al parecer) que habla de su lanzamiento, desnudo, a un campo de cactus. «Yo estaba trabajando en Even dwarfs started small [incluso los enanos empezaron pequeños] y hubo varios accidentes en el plató, así que decidí demostrar mi compromiso con el equipo y con los riesgos que estaban asumiendo por mi proyecto arrojándome a un campo de cactus que estaba cerca del set. Hice que me construyeran una rampa para lanzarme... No fue para tanto. ¿Y sabes lo mejor? Que las espinas de los cactus son absorbidas de forma natural por el cuerpo. Es algo increíble».
El alemán vuelve a estar de moda por su versión (remake lo han querido llamar algunos) de Teniente corrupto, aquel filme de culto que convirtió a Abel Ferrara en un tótem cinéfilo. Al parecer los productores del mismo se quedaron con el título en cuestión y le ofrecieron a Herzog la posibilidad de customizarse la película a su gusto. Sin embargo, a Ferrara (conocido por ser más volátil que la nitroglicerina) no le hizo ninguna gracia el asunto y la tomó con el teutón. «Yo los metería a todos en un coche y lo haría volar por los aires», llegó a afirmar el realizador neoyorquino. «¿Quién es el tal Ferrara?», contestó Herzog.
Llegado a la Mostra, el alemán se muestra más dócil: «No dije nada para ofender a Ferrara, cuando dije que no había visto su película estaba diciendo la verdad. Espero conocerle y que nos tomemos un whisky juntos para aclarar este malentendido. Yo he querido hacer una película ciento por ciento personal e intenté de todas las formas posibles que los productores eliminaran el Teniente corrupto del título, pero para ellos era importante mantenerlo. Por eso añadimos Port of Call New Orleans al final, para demostrar que no estábamos reinterpretando la obra de nadie sino haciendo algo nuevo».
El reparto del filme lo encabeza Nicolas Cage (su actuación ha sido calificada por algunos como «una variación del jorobado de Notre Dame») acompañado por Eva Mendes. A Herzog no le asustaba en absoluto dirigir a un reparto estrellado («los actores son actores. En el plató no hay estatus que valga») al mismo tiempo que afirma que la auténtica motivación para el proyecto acabó siendo otra muy distinta: «Cuando se abrió la posibilidad de trabajar en Nueva Orleans no lo pensé ni un minuto, me encantaba la idea de trabajar allí porque era el trasfondo perfecto para la historia que quería contar. Ahora mismo es una ciudad aterradora y fascinante: un sitio dominado por la corrupción donde nadie se fía de la policía y cada uno se construye su propia ley a medida. Trabajar allí fue un regalo para mí y para la película».
Además, y para completar el retrato de un creador que de pequeño debió caer en el caldero del excentricismo, se publica en España, Conquista de lo inútil (Blackie Books), los diarios que el propio Herzog escribió durante el rodaje de Fitzcarraldo. Una apología de la locura que a punto estuvo de contagiar a sus responsables. «Estos textos no son un informe de rodaje –éste apenas se menciona–, y son un diario sólo en el sentido más amplio. Se trata de otra cosa: más bien paisajes interiores, nacidos del delirio de la jungla. Pero tampoco de eso estoy seguro», advierte el director. A través de la prosa seca, rugosa y hasta cortante del alemán, el lector puede hacerse una idea de la complejidad de un tipo que parece reñido con su propio ego: «Problemas de dinero. Mi párpado izquierdo ha desarrollado un tic, y cuando no parpadea nerviosamente, cuelga como un peso muerto. He tenido que firmar una declaración aceptando que en caso de que me tomasen como rehén no se negociaría mi liberación, en los últimos tiempos ha habido una cantidad inusitadamente elevada de asesinatos y conflictos violentos dentro de los muros de la prisión», cuenta el realizador.
Sus terribles peleas con Kinski, su decisión (avanzado ya el rodaje) de empezar a caminar descalzo («como cualquiera que viva aquí un tiempo», afirma) y el proceso de degradación física y mental que acompaña al equipo a medida que se adentran en su propio infierno (curioso que el libro arranque en casa de Francis Ford Coppola, otro hombre acostumbrado a lidiar con demonios) ilustran un camino que parece maldito. Conquista de lo inútil y Teniente corrupto (cuyo título en España parece que no incluirá la referencia a Nueva Orleans) dibujan un preciso (auto)retrato del realizador: capaz de incluir en una película imposibles planos subjetivos, creando un intenso duelo interpretativo entre Nicolas Cage y una iguana; o bien encarnar el alma de un gánster en un bailarín de breakdance en pleno frenesí. «Todo eso me lo inventé sobre la marcha, ni siquiera estaba en el guión», aclara Herzog. Al mismo tiempo, se las ingenia (a través de sus propias palabras) para trasladar al lector a una selva que es más un recodo en la mente de un hombre que una ubicación geográfica concreta.
Uno puede intentar acercarse al alemán a través de su obra (ya sea visual o escrita) o renunciar a tratar de entenderle y limitarse a observar, como el que ve llover desde una ventana: sea como fuere es imposible permanecer indiferente. Cuando se habla de Werner Herzog –no nos engañemos– todo acaba reduciéndose a eso.
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