Rancho Las Voces: Obituario / Éric Rohmer
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, enero 12, 2010

Obituario / Éric Rohmer

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Éric Rohmer, en un descanso del rodaje de Cuento de invierno, en 1992. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de enero 2010. (RanchoNEWS).- Éric Rohmer, uno de los cineastas franceses clave del último medio siglo, murió ayer en París a los 89 años. Había sido hospitalizado hacía una semana. Filmó más de 20 largometrajes que reúnen un puñado de obras maestras. Adaptó para la televisión el Quijote o los espeluznantes cuentos de Poe, escribió cientos de críticas y sendos libros sobre Hitchcock y Chaplin pero, sobre todo, legó a la cultura francesa y europea una manera original y única de entender el arte de hacer películas, un arte basado en el diálogo, la minucia, el realismo, la cotidianidad y las marejadas internas de los personajes, la mayoría jóvenes enamorados o no tanto. Una nota de Antonio Jiménez Barca para El País:

Nació en Tulle (Corrèze) como Jean-Marie Schérer el 4 de abril de 1920. Antes de dedicarse al cine fue profesor de literatura. En 1946 publicó una novela, titulada Elisabeth. En los años cincuenta, en los cineclubes del Barrio Latino, junto con otros jóvenes cineastas de la época como Jean-Luc Godard, François Truffaut o Claude Chabrol, iba a concebir la Nouvelle Vague, toda una revolución dentro del cine. Como crítico, participó en publicaciones como La revue du Cinéma, Les Temps Modernes, La Parisienne, Arts, La Gazette du Cinéma y la prestigiosa y emblemática Cahiers du Cinéma, de la que fue redactor jefe desde 1957 a 1963.

Debutó en 1959 con el largometraje Le signe du lion, al que siguió la serie Seis cuentos morales, compuesta por La panadera de Monceau (1962), La carrera de Suzanne (1963), La coleccionista (1967), Mi noche con Maud (1969) –con la que alcanzó el reconocimiento–, La rodilla de Clara (1970) y El amor después del mediodía (1972). Alérgico a las grandes superproducciones, afirmó: «Si tuviera actores más caros, si emplease más medios técnicos, si tuviese un equipo más pesado, mis filmes serían peores».

En los años ochenta comenzó su segundo conjunto temático, de otros seis largometrajes: Comedias y proverbios: La mujer del aviador (1980), La buena boda (1981), Paulina en la playa (1982), Las noches de luna llena (1984), El rayo verde –León de Oro en Venecia en 1986- y El amigo de mi amiga (1987).

Durante muchos años se le acusó de haberse especializado en filmar películas sobre jóvenes. A él no le gustaba esa etiqueta: «No es exacto. En mis películas, es verdad, no hay niños, muy pocos adolescentes, una mayoría de jóvenes y mucha gente de mediana edad. Hablo de personas que tienen futuro. Los jóvenes carecen de pasado».

La última de sus series se tituló Cuentos de las cuatro estaciones, formada por Cuento de primavera (1989), Cuento de invierno (1992), Cuento de verano (1996) y Cuento de otoño (1998).

En 1994 apareció Les rendez-vous de Paris, película fiel al más puro estilo de la Nouvelle Vague, filmada en las calles de la capital francesa con cámara de 16 milímetros al hombro y para la cual Rohmer tuvo sólo un pequeño equipo de tres personas –ayudante de producción, operadora y técnico de sonido–, con el resultado de tres cortometrajes independientes pero unidos por el tema de la relación de pareja. Su último filme, Los amores de Astrée y Céladon fue seleccionado para la competición de la Mostra de Venecia de 2007.

Él se reconocía el más auténtico deudor de la Nouvelle Vague, y se vanagloriaba de no haberla traicionado nunca. «He respetado esa idea de que se podía hacer cine sobre la cotidianidad, que no eran necesarias las grandes construcciones dramáticas para tratar la realidad. En Cuento de otoño, por ejemplo, abordo una serie de temas a partir de una anécdota mínima propiciada por un anuncio en un periódico, un encuentro casi fortuito».

Además, siempre aquilató los diálogos banales y no banales de sus personajes normales, «como lo hubiera hecho un novelista del siglo XVIII», según dijo ayer el presidente de la Cinemateca Francesa, Serge Toubiana.

Todo, al servicio de contar el laberinto interior de unos personajes de aquí al lado «y sus complicaciones con el amor», de una manera que él mismo resumió así: «Yo no digo; yo muestro».

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