Xirau hizo de México su hogar indiscutible desde su llegada, a los 15 años. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 5 de agosto de 2017. (RanchoNEWS).- Desde el exilio que marcó su vida y obra, Ramón Xirau cultivó en México su arraigo a la cultura europea —ampliada al orbe de hispanoamérica—, de la filosofía a la historia, del arte a la literatura. Filósofo y poeta que se explaya por el tiempo y la geografía, Adolfo Castañón lo recuerda desde su obra «múltiple y dispersa», el magisterio y la amistad de un humanista que abordó la lectura como una forma del diálogo, y su vida propia como «una experiencia radical» que opuso a la fatalidad el pensamiento y la poesía. El texto de Adolfo Castañón es publicado por La Razón.
Perteneció Ramón Xirau al exilio español en México y, además, formó parte de ese contingente específico de la emigración catalana republicana llegada entre fines de los años treinta y principios de los cuarenta: Joaquín Xirau, Angel Palerm, Pedro Bosch-Gimpera, Pere Calders, Josep Carner, Agustí Bartra, Martí Soler, Manuel Durán, entre otros. Dos veces desterrados, los catalanes que llegaron aquí traían de aquellas tierras mediterráneas un sentido del horizonte: las costas rojizas de ese territorio se abren a una cultura cosmopolita como la de la antigua región provenzal.
Ramón Xirau fue por demás sensible a ese legado. No es fortuito que una de sus fortalezas intelectuales haya sido precisamente la de la cultura medieval y renacentista europea y que haya sido un buen conocedor de Dante Alighieri y del Trobar Clus de los poetas provenzales, a los cuales estudió durante años en la penumbra fosforescente de sus seminarios. La presencia de la cultura medieval europea permea el pensamiento de Ramón Xirau, según lo puede desprender el lector de sus estudios sobre la mística renana y, en particular, sobre el Maestro Eckhart. Desde ese mirador, Xirau pudo leer a Martin Heidegger y a San Agustín, por así decir, desde dentro. La familiaridad con el universo de las culturas convergentes en la Edad Media le abrió las puertas para leer de otro modo a los filósofos alemanes modernos y para apasionarse por la literatura romántica alemana a la cual no era ajeno, desde luego. Tenía muy presente a Hegel, el autor sobre el cual hizo su tesis de doctorado bajo la severa tutela de José Gaos, amigo de su padre y tutor intelectual, en el sentido fuerte de la palabra.
Nunca discípulo formal, desde muy joven fui lector, estudioso y luego editor y amigo de Ramón Xirau. Su nombre, para mí legendario, era más que una referencia. Era como una de las letras de mi silabario intelectual, junto con los de Octavio Paz, Alfonso Reyes, Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Augusto Monterroso, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Tomás Segovia y Carlos Monsiváis. Era referencia obligada, ya se hablara de Alighieri —y se discutiera el Dante de Gómez Robledo o el de Borges—, de Eckhart, Heidegger, Edith Stein, Ivan Illich, Erich Fromm, Martin Buber, Michel de Montaigne, Salvador Dalí —nacido en Figueres, Gerona, como Joaquín Xirau Palau—, Jorge Guillén, Manuel Azaña, Stephen Gillman, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo. Yo escuchaba que algunos de sus amigos le reprochaban que fuera publicando pequeños libros, por ejemplo, sobre Juan Ramón Jiménez y César Vallejo en Dos poetas y lo sagrado; o recogiendo notas sobre la poesía y los poemas y poetas hispanoamericanos, desde el Sentido de la presencia: Ensayos (1953) o sobre filosofía de la historia o sobre la historia del arte. Xirau: autor mercurial, difícil de situar intelectualmente. Nombres que me evoco para hermanarlo con el de Ramón son los del historiador y estudioso del arte Bernard Berenson y el del filósofo George Santayana. Otro, más cercano, es el de Henri Bergson, autor por cierto al que dedicó uno de sus primeros trabajos Miguel-León Portilla. Bergson, hay que recordarlo, es el único filósofo que ha recibido el Premio Nobel, ¿y quién duda que Xirau hubiese merecido ese discutido galardón? Xirau hunde sus raíces en lo más profundo de la cultura europea por ser, como su admirado José Lezama Lima, profundamente americano y por haber sostenido a lo largo de su extensa y rica obra esa cultura dual hispano-catalana que lo afina con la de ese otro extraterritorial que fue Gil Vicente, cuya obra está escrita una mitad en portugués y otra en español (razón por la cual no se ha podido editar, hasta donde sé, su obra completa). Por fortuna, la de Ramón Xirau sí se ha podido editar en, hasta ahora, cinco volúmenes publicados por El Colegio Nacional de México al cuidado del poeta Julio Hubard, Mariana Bernárdez y Eduardo Mejía. Los dos primeros de Poesía completa (1951-2010), el tercero Filosofía de la presencia, el cuarto y quinto y El desarrollo y la crisis de la filosofía .Probablemente sigan otros volúmenes que recojan los estudios de historia de la poesía y de la literatura que son otro de los puntos fuertes de la obra de este incansable agente de la organización del sentido. También se han hecho algunas antologías. Me ha tocado hacer dos de ellas: la primera, la armamos Josué Ramírez y yo: Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos (Fondo de Cultura Económica, 2001), para llenar el hueco editorial producido por una obra múltiple y tan dispersa. Esa cosecha y analecta de su tarea crítica fue diseñada para hacer ver que en su obra cabe discernir un animado cuadro de la cultura literaria hispánica e hispanoamericana que abarca desde Sor Juana hasta Octavio Paz, desde Juan Ramón Jiménez hasta Alfonso Reyes, José Lezama Lima y José Gorostiza: Entre la poesía y el conocimiento aspira a presentar una sintaxis de la cultura literaria hispanoamericana e iberoamericana. La otra antología titulada Otras Españas, otros exilios (El Colegio de México, 2011) fue producto de mi perseverancia y curiosidad en relación con la obra de Xirau. Sin darme cuenta empecé a encontrarme textos que Ramón mismo había olvidado. Decidí darle una sorpresa y con la complicidad inteligente de Ana María Icaza de Xirau pude dar buen término a esta cosecha. Los artículos ahí recogidos dan cuenta de la continuidad profunda del pensamiento de Xirau a lo largo del tiempo.
Siempre he pensado que, si la lectura es un acto colectivo que presupone al menos dos o tres interlocutores, la historia de la lectura es por fuerza una historia social y comunitaria. Desde la microsociedad que es la lectura, el autor y el lector crean un espacio público que ya no le pertenece a ninguno de ellos. Esto es particularmente cierto en el ámbito de la crítica literaria y pone al autor del ensayo en un feliz y fecundo entredicho al situarlo precisamente entre los decires y enunciados del otro o de los otros. En el caso de autores afines o amigos, esto resulta particularmente interesante, pues lleva a complementar o integrar la lectura de un autor en el otro y, más todavía, si ambos se alinean o afilian a un tercero. Pónganse, por ejemplo, a Ramón Xirau, Octavio Paz y Juan Ramón Jiménez cuyas lecturas entrelineadas pueden ser más que fecundas para ceñir o definir los espacios de la interpretación y, más acá, para tratar de ceñir una forma compartida e inteligente encarnada en varios puntos de vista. Está en juego la contemplación, y si se quiere, el estudio de los modos de esa contemplación. Para leer bien a Xirau hay que leer bien a Paz y a Juan Ramón pero también a Jorge Guillén y a Rubén Darío.
La lectura es esencialmente diálogo. Y fue ese diálogo el que alimentó Xirau a lo largo de los años: los libros, las clases, las conferencias, las revistas, las traducciones, los seminarios, las tertulias, los encuentros con los amigos. La lectura es un acto a la vez solitario y colectivo. El lector está consigo mismo y está fuera, se despoja de su presencia material para abrirse a la presencia de lo real comunitario. Al leer a Eckhart, Xirau pasa revista a la historia de la filosofía, sale de Agustín de Hipona, toca a Tomás de Aquino, se encuentra con Bertrand Russell y con Ludwig Wittgenstein, echa mano de los historiadores modernos de la filosofía como Frederick Copleston o Etienne Gilson y, sin decirlo en voz alta, de Xirau mismo, del otro Xirau, de los otros Xirau.
Con sus ojos penetrantes de lechuza, con su penetrante ojo de búho y ave de presa intelectual, Xirau era capaz de mirar a los ojos a Lezama Lima y a Borges, a Nietzsche y a Leibnitz, a Gaos, García Bacca y Zambrano. Búho él mismo, le gustaba llevar traviesamente búhos a Atenas, otros búhos... El lector como un espectador del Aleph pluriforme y ubicuo del pensar, de la acción del pensamiento. Este tipo de lector insumiso y creativo, aunque profundamente fiel a una traza intelectual y espiritual a la que pertenecía Xirau, no podía ser, desde luego, asimilado fácilmente a los modos dogmáticos del pensamiento, y él quedaba inerme y expuesto a un cierto aislamiento y marginación. Aunque fuese capaz de dialogar con los pensamientos derivados del positivismo (aunque fuese un hombre capaz en el sentido que le da Ricoeur), su reflexión exigente iba más allá y se atrevía a unos «claros del bosque», inaccesibles para otros pensamientos y pensadores.
Ramón Xirau, hijo pero también discípulo de su padre Joaquín Xirau Palau (1895-1946), se situó en una posición atrevida y riesgosa intelectualmente, supo darle continuidad a la filosofía del amor y de la caridad transmitida por ese amigo-maestro-padre Xirau-Palau y seguir el pensamiento y asedio de la presencia y de su sentido. La biografía intelectual de Xirau ha de ser entonces una «vida paralela», un lanzar la sonda a las dos fuentes de la moral y de la religión, para frasear a Henri Bergson, que se encierran en la(s) obra(s) de este pensamiento dual (padre e hijo) arraigado en lo más profundo de la conciencia europea, española y americana de su época.
Uno de los libros más vertiginosos de la Biblia es el Libro de Job. Ramón Xirau encarna para mí esa figura desgarrada del santo creyente que es puesto a prueba por el Señor. Xirau perdió su patria, a los 22 años perdió a su padre, a los 52 perdió a su hijo único. Como a Job, esas pérdidas solamente lo llevaron a acorazarse en su fervor y pensamiento. Cuando Xirau escribe y reflexiona sobre el nihilismo y su más allá, no está asomándose al tema desde un ángulo neutral sino desde la vividura de una experiencia radical. Si escribe sobre la presencia y su sentido, lo hace desde luego desde la filosofía, sí, pero al mismo tiempo desde un filosofar que se ha visto obligado a pasar por la experiencia de la ausencia y de la falta de sentido y, si se aproxima a las cuestiones asociadas a lo sagrado y a lo santo —eso terrible por excelencia—, lo hará desde una riesgosa voluntad de comprensión de esos fenómenos en su integridad. Si bien es cierto que Xirau no edificó un sistema, también lo es que su forma de situar los temas y asuntos dibuja peligrosamente al trasluz algo de la identidad del que se plantea esas preguntas. En definitiva sabemos poco, muy poco de este maestro secreto y de lo secreto, de este pensador intrépido que sabía encarar a lo divino, por así decir, en sus propios términos. Al igual que Job, Xirau era capaz de mirar lo terrible sin volverse terrible, aunque algunos amigos sabemos que podía ser un hombre de carácter.
Hombre-puente, llamó a Ramón Xirau Octavio Paz. Obelisco, referencia, leyenda, brújula, hélice, enciclopedia y tabla de equivalencias y elementos, era Ramón un versátil orientador capaz de atravesar muchos campos con la mirada, desde la poesía y el pensamiento. Guillermo Hurtado ha hecho ver que en Xirau el discurso poético y el discurso filosófico corren por cauces autónomos, aunque ambos busquen y alcancen la claridad y la limpieza expositiva. Al pie de la letra, Xirau fue un hombre de las dos orillas.
Ramón Xirau tradujo el hermoso e influyente libro de Denis de Rougemont, Amor y Occidente, publicado por la editorial Leyenda en 1945. Una curiosidad filológica: don Joaquín todavía pudo revisar la traducción de su hijo. El libro de Rougemont acomete la audaz empresa de hacer una historia de la pasión amorosa. Algunos de sus capítulos centrales tienen que ver con la poesía de los trovadores y con el amor cortés, con la herejía cátara y con Dante. Xirau nunca olvidaría no sólo esas páginas traducidas sobre la pasión en la sociedad contemporánea sino a los autores en ella tratados y, desde luego, seguiría leyendo al suizo Rougemont a lo largo de su vida. La idea de civilización, de unidad cultural de Europa que trae a cuento Xirau, se remonta en buena medida al pensamiento de Rougemont, Johan Huizinga, Max Scheler y Erich Auerbach. Es una idea orgánica que Xirau supo trasplantar a los ámbitos hispánicos de ambos continentes.
Enigma cristalino, en la hélice-equis de Xirau se cruzan pensamiento y poesía y esa aspa participa del molino a que se enfrentaba Alonso de Quijano, don Quijote de la Mancha, una de las primeras lecturas que hizo Ramón en las rodillas de su padre quien se lo leía en catalán. Hombre y nombre cruzado por la equis como ha sabido señalar José de la Colina, Ramón iba también marcado por la cruz de los cristianos viejos que resistieron en Cataluña en la época de los comuneros, pues el apellido, como saben los historiadores, es uno de los más antiguos de esa tierra. Hombre misterioso, hombre-misterio y familiarizado con el misterio, Ramón no podía ser un personaje público como otros. Lo suyo era el epígrafe, la glosa, el ensayo, la acotación, el apunte oblicuo e incisivo que, al acumularse y multiplicarse, iba destilando un «glosario» enciclopédico y ecuménico como el de ese otro maestro catalán, amigo y admirador de Alfonso Reyes, Eugenio D’Ors, quien, como Xirau, iba puliendo los vitrales de su basílica, uno a uno para que los atravesara mejor la luz del más aquí en la poesía y de las fronteras y allendes del pensamiento filosófico de Agustín a Sheler, de Eckhart a Teilhard, de William James y Russell, a Bergson y Wittgenstein.
Situación de la poesía (1946) de Jacques y Raïssa Maritain fue uno de los libros de que hablamos con Xirau. Él conocía y admiraba a esta pareja que asistió a los últimos momentos de León Bloy. El libro de los Maritain ha tenido también otros lectores en Hispanoamérica como Cintio Vitier y Fina García Marruz con los cuales, sobra decirlo, Ramón sostuvo y alimentó un diálogo en Diálogos, la constelación personal que se volvió canon, según asienta Gabriel Zaid, nombre de la revista polinizadora de Plural y Vuelta de Octavio Paz.
Tuve la fortuna de sorprender a Ramón con un poema que había quedado olvidado en la revista del IFAL Terres Latines. Revue de Culture et d’Amitié franco-hispano-américaine. Sous le patronage de l’Institut Français d’Amérique Latine que dirigía Jean Camp. El poema se publicó en el año 1946. Es anterior a su primera reunión de «10 poemes / 10 poemas» (1951). Ahí está el aliento marino del poeta Ramón Xirau:
Esos mares del mundo
Esos mares del mundo, Señor, que cantan
a flor de sol, de viento, de tempestad
esas luces, Señor, de nieve que se adelantan
hacia la caverna de mi sueño, lleno de alas,
esos aguijones de luz sobre la montaña
que las lluvias de oro tuercen en la noche
esos valles donde brillan, clara vena
los lagos de mi sueño perezoso,
ese recuerdo lechoso y gris como la cal
que se duerme sobre sobre el muro claro
ese recuerdo de sombras fundidas
que me pica, me punza y me prohíbe el olvido
que los ardores de los vientos y del mar lo integren,
Señor, y más que nunca padecerá mi alma.
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