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«La vida te va desilusionando en la misma medida que te va haciendo más sabio», sostiene Franz. (Foto: Pablo Piovano)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de junio 2009. (RanchoNEWS).- En su novela Almuerzo de vampiros, el autor propone una lectura del «éxito» contemporáneo en su reverso melancólico. Apelando a múltiples paralelismos literarios y cinematográficos, Franz contrasta provocativamente «pasado utópico» con «presente pragmático». Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
Dos amigos se reúnen en la terraza de un glamoroso restaurante de moda de Santiago de Chile. Tienen más de cincuenta años y hace veinte que no se ven. Rodeados por la flor y nata del presente chileno, políticos y artistas exitosos y optimistas, ceden sin proponérselo a una nostalgia privada. Ahora echan de menos los años ’70, en que fueron jóvenes. Pero entonces los odiaban. El contraste entre un pasado poblado de utopías y el pragmatismo desolador que se respira en esa terraza es un cuchillo que afila aún más las transformaciones feroces que la madurez impone sobre los ideales de la juventud. De pronto, la noticia de que un viejo profesor, muerto hace treinta años, podría estar vivo –alguien lo vio caminando por las calles como si el tiempo no hubiera pasado– dispara los recuerdos del narrador, que evoca su propio periplo a lo Taxi Driver por la ciudad, cuando tenía veinte años y manejaba un taxi en las horas del toque de queda. Entonces colaboraba con un grupo mafioso que pretendía producir una película, La gran talla de Chile, que aspiraba a convertirse en emblema de la comicidad. El encargado de protagonizar y redactar el guión sería el «maestrito», un doble vulgar de ese noble profesor. En Almuerzo de vampiros (Alfaguara), Carlos Franz propone una lectura del «éxito» contemporáneo en su reverso melancólico. Apelando a múltiples paralelismos literarios y cinematográficos, el escritor chileno bucea en el péndulo de la experiencia vital que conduce de la ilusión al desencanto.
Franz maneja un menú de gestos morosos y reconcentrados como un caracol. Su acento discreto apenas deja entrever que hace cinco años que vive en Madrid y que antes ha estado en Berlín y en Cambridge. «Cuando uno vive mucho tiempo afuera, ve la realidad en instantáneas. Si tú comparas esa instantánea con la de diez o quince años atrás, te parece que ha cambiado de la noche al día, del invierno al verano, que es uno de los juegos que se hace en la novela», dice Franz a Página/12.
¿Por qué un personaje de Almuerzo de vampiros dice que «contra Pinochet vivíamos mejor»?
Es una paráfrasis explícita de una frase que acuñó Vázquez Montalbán en España. El dijo, muy provocativamente, «contra Franco vivíamos mejor». La sensación que acompaña a las generaciones que crecieron bajo una dictadura es que aunque la vida era una mierda en ese momento era más intensa y más real que esta vida un tanto más blanda y menos difícil. Esta es una gran paradoja y pensando en eso me puse a investigar y encontré que es un síndrome más bien conocido, el del ex combatiente o ex convicto que echa de menos el campo de batalla o la cárcel porque aunque fuera horroroso era intenso y se vivía a fondo. Era emocionante, ésa es la palabra que empleo en la novela.
¿Generó polémica esta afirmación que se hace en la novela?
Cuando se publicó, primero en Chile, luego en España, esperaba que hubiera reacciones de gente indignada que dijera «cómo se puede echar de menos una época tan nauseabunda», porque justamente es una de las cosas provocadoras de la novela, que el narrador y su amigo echan de menos esos tiempos, los miran con cierta nostalgia enternecida, entre otras cosas porque era una época que nadie echaba de menos. Parece una época indefensa, que de alguna manera habría que cuidar un poco, sin olvidar lo que fue. Es la época de la juventud para estos personajes y cualquier juventud es maravillosa, simplemente por el hecho de haberla vivido, aunque haya sido asquerosa.
Franz tenía 14 años cuando Pinochet dio el golpe de gracia a la democracia chilena. A la generación del escritor le tocó descubrir la política «desde el revés, desde lo oscuro», sin muchas guías. «Sólo podías estar en contra de la dictadura, pero eso era muy grueso», aclara el autor de El desierto, Santiago Cero y El lugar donde estuvo el paraíso. Almuerzo de vampiros es una novela que tiene que ver con una experiencia vital, «con algo que nos puede ocurrir a todos en cualquier sitio». «La vida te va desilusionando en la misma medida que te va haciendo más sabio. En este proceso tú transas inocencia a cambio de experiencia, y no creo que nadie pueda resolver qué prefiere. Si prefiere seguir siendo inocente y no tener experiencia o si prefiere tener experiencia y perder toda inocencia. El profesor Polli lo dice con una frase: ‘La madurez es la muerte de la sensibilidad a manos de la experiencia’. Es algo que venía sintiendo y que quise expresar en este libro. Los golpes que te da la vida te van insensibilizando al mismo tiempo que te enseñan».
¿Cómo interviene en esta paradoja la figura del vampiro?
El vampiro es inmortal, es pura experiencia y está vaciado de ideales. Ha vivido tanto que ésa es la tragedia del vampiro, por eso me gustó ese símbolo, para usarlo en este contexto.
Este ser pura experiencia y vacío de ideales, ¿es una de las características de su generación?
No, creo que a cualquier generación le pasa esto; es un proceso natural, un proceso de vida, y resulta bastante ridículo cuando a una generación no le ocurre, como esos hippies sesenteros que siguen siendo hippies y se ven altamente ridículos. Así como hay una crítica a ese proceso, porque a mí no me gustan las novelas ni las ideas maniqueas, hay una crítica al estado permanente de juventud, que es la aspiración contemporánea.
¿Hubo en su vida un profesor como el de la novela?
No, es un personaje completamente inventado. Es un personaje doble y nunca se sabe en la novela, yo tampoco lo sé, si son la misma persona el profesor y el «maestrito». Quise dejarlo abierto porque así es como debe ser el cambio interno, espiritual, que se expresa en el cambio de lenguaje tan noble del profesor al lenguaje tan degradado del maestrito. Lo que me gusta es que esa lengua del profesor es la lengua en la que enseñaba los ideales, una lengua noble, bella, pero inútil en la vida práctica que vendría en este mundo de intereses y no de ideales. En ese mundo es mucho más eficiente el lenguaje del crimen grosero y grotesco del maestrito. Pero el alumno, que es el narrador, aprende de ambos. El profesor enseña un modo noble de vivir, el maestrito enseña a sobrevivir, que es fundamental también porque el que no sobrevive no puede vivir. El profesor es alguien que permanece inocente hasta el último minuto, aunque el narrador intuye que el profesor ha terminado delatando a sus propios alumnos porque es alguien incapaz de soportar la idea misma de la tortura.
¿Por qué cree que la delación bajo tortura está tan cuestionada y sigue siendo «una mancha negra»?
Es un fenómeno apasionante, como los son todos estos temas en que el ser humano se enfrenta a los límites. Tú tienes una alta imagen de tus ideales que luego te ves obligado a traicionar bajo tortura. ¿Por qué es una mancha? Porque esos ideales eran inhumanos, son ideales que le exigen al ser humano hacer cosas o pensar en cosas que no son humanas y que cuando son puestas contra la pared de la realidad solamente unos pocos, que son los héroes, sobreviven a esa prueba. Los demás se comportan como seres humanos reales. Y claro que van a hablar bajo tortura. Y va a haber muchas otras formas de claudicación y de traición. De manera que yo miro esa época sin ninguna nostalgia y con mucha crítica.
¿Qué aportes respecto del trauma que ha generado la desaparición de personas se propuso hacer desde la ficción?
En todas las entrevistas que me hicieron en Chile y en España no apareció la pregunta por los desaparecidos. Ustedes los argentinos están más conscientes, más afectados por el tema de los desaparecidos que nosotros o los españoles. No intenté tratar el tema de los desaparecidos y voy a ser franco hasta lo agresivo. Me parece que es un tema sobre el que se ha dicho tanto que no me interesa. Pero claro, es una lectura legítima, no digo que no, sólo que a mí me gustó mucho más el hecho de asociarlo a un símbolo literario y cinematográfico, como es el del vampiro, porque es otra forma de desaparecido, aquel que sobrevivió pero que está muerto por dentro. En ese grupo enorme de desaparecidos es donde se inscriben el profesor, el maestrito, el narrador y a lo mejor cualquier persona que haya tenido en el proceso de su vida que renunciar a sus ideales y adaptarse a los intereses de su época. ¿Quién se salva? ¿Quién puede tirar la primera piedra y decir «yo no he desaparecido»? Toda sobrevivencia se paga al precio de algo de la vivencia; sobrevives matando algo de ti mismo.
¿Cómo es su relación con Chile ahora que lleva más de diez años viviendo fuera de su país?
Voy a Chile una vez al año por lo menos. No quiero sentirme obligado a vivir en ninguna parte. No creo que uno esté obligado a vivir en el país del que tiene pasaporte y ésa es una de las grandes ventajas que te ofrece este mundo contemporáneo, aunque a cambio te quita tantas otras cosas. Para un escritor en español, estar en España es como para un actor estar en Hollywood. Es en España donde se juegan muchas cosas, te guste o no.
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