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El INAH anunció ayer el descubrimiento —en una excavación en el Centro Histórico de la Ciudad de México— de la lápida de Miguel de Palomares, una autoridad eclesiástica de hace cinco centurias. (Foto: Luis Flores )
C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de abril de 2016. (RanchoNEWS).- A sólo un metro y 25 centímetros de profundidad del nivel actual del Zócalo capitalino surgen las evidencias del pasado mexicano. Un grupo de arqueólogos localizó, sobre la banqueta que divide la actual Catedral de México con la Plaza de la Constitución, la lápida del canónigo Miguel de Palomares, llegado a la Nueva España antes de 1530 y quien fue integrante del primer cabildo de la antigua catedral que mandó construir Hernán Cortés en 1524 y que comenzó a ser demolida a partir de 1567 para levantar el edificio actual. Luis Carlos Sánchez reporta para Excélsior.
El hallazgo, sucedido el 26 de febrero pasado, ocurrió cuando se realizaban los trabajos para asentar los postes que sostendrán las lámparas que iluminarán la Catedral y, de acuerdo con el arqueólogo Raúl Barrera, director del Proyecto de Arqueología Urbana (PAU) del Museo del Templo Mayor, es muy probable que bajo la losa de piedra chiluca —que tiene una longitud de 1.87 metros por 90 centímetros y 30 centímetros de grosor— se encuentren los restos del religioso.
«Creemos que está cubriendo, o forma parte, de la tumba de este personaje, de este señor», dijo el especialista durante el anuncio del descubrimiento. La lápida funeraria aún conserva una serie de inscripciones labradas en castellano antiguo que hasta donde ha sido posible descifrar, anuncian: «Aquí yace el canónigo Miguel de Palomares»; en otra parte, también se labró: «Canónigo de lo primero» y alguna leyenda (en letras griegas) de su nacimiento, en la parte inferior y su fecha de muerte (muy probablemente ocurrida en 1542), «pero estamos en el proceso de análisis», dijo Barrera.
La losa fue ubicada en el costado suroeste de la actual Catedral de México, situada de oriente a poniente como también lo estuvo el antiguo templo de la primera mitad del siglo XVI. Los especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) piensan que, cuando la tumba del clérigo fue colocada, el atrio de la catedral primigenia llegaba 18 metros delante de ella y que marcaba el confín entre el antiguo templo y el cementerio que se hallaba frente a él, aunque todavía desconocen los límites precisos.
La identidad de De Palomares también plantea una serie de interrogantes. «Fue un clérigo que viene de España, no sabemos el origen, pero se menciona que es natural de la diócesis de Calahorra, que estuvo también en Cuenca y que llegó a la Nueva España, no sabemos la fecha exacta, debe ser anterior a 1530, estuvo en Veracruz en un curato y posteriormente llega a la Ciudad de México en donde le dan una canonjía en la primera Catedral. Este canónigo formó parte del cabildo cuando estaba como obispo fray Juan de Zumárraga que después sería nombrado arzobispo», explicó Barrera.
En la lápida también ha sido identificado un escudo con tres flores de lis, un símbolo vinculado con la orden dominica, pero los arqueólogos no se atreven a determinar aún a qué orden pudo haber pertenecido el personaje. La losa fue hallada con una perforación en el centro, Barrera cree que pudo haber sido dañada en la época colonial, quizá durante el desarrollo de una obra pública. La pieza también se encuentra fracturada en dos, por lo que, en el momento en que sea retirada para constatar si ahí se encuentran los restos del canónigo, deberá levantarse en dos partes para ser trasladada al Museo del Templo Mayor y continuar los estudios.
Como la mayoría de los descubrimientos arqueológicos que se realizan en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el de la tumba también fue fortuito. José Mariano Leyva, titular del Fideicomiso del Centro Histórico, explicó al respecto que «en el marco de unos trabajos que el Fideicomiso está haciendo para la iluminación de la fachada principal de la Catedral, el proyecto tiene la idea de meter ocho postes, y de repente uno de estos postes no tenía el sitio correcto para cimentarse; los ingenieros a cargo de la obra, junto con los arqueólogos que ya estaban ahí, dijeron ‘vamos a bajar 20 centímetros para encontrar el sitio correcto donde se pueda poner ese poste’. Al bajar esos 20 centímetros se toparon con la lápida».
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