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El escritor publica Memorias del estanque (Siruela), su autobiografía poética. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de abril de 2016. (RanchoNEWS).- Con el símbolo del estanque como proveedor de recuerdos, ha escrito Antonio Colinas (La Bañeza, 1946) sus memorias. No es una autobiografía al uso. «Surge del subconsciente, de una inmersión en la psique muy profunda y agotadora», explica el poeta. «Hago memoria, y me detengo en los momentos de tensión y crecimiento interior, cuando nació y se fue definiendo la vocación de mi vida». Colinas remataba el libro al tiempo que cumplía setenta años, aunque niega que haya escrito sobre la vejez. En Memorias del estanque (Siruela) no hay «chismorreos del mundillo literario, ni una base histórica o sociológica»: son, en el sentido más preciso, las memorias de un poeta. Alberto Gordo lo entrevista para El Cultural.
Hay narración, aforismos y poemas inéditos; el verso entra cuando el poeta no es capaz de describir algo (frecuentemente una emoción) con la suficiente exactitud. «La poesía no se puede utilizar de cualquier manera, ya lo decía Ezra Pound: "Nunca digas en un mal poema lo que podrías haber dicho en un artículo excelente". Hay cosas que solo puedo expresar bien poéticamente. Me ocurre si hablo de música, o de mis años de Italia o del amor adolescente. O de algún momento surreal, como la aparición de un caballo, que me recordó a aquel caballo que vio Rilke en Rusia, desbocado, corriendo por la taiga».
¿Qué piensa un poeta como usted, que ha dedicado su obra al diálogo entre culturas, de los problemas de convivencia que hay en determinadas partes del mundo?
Es muy triste. Hay una fraternidad entre culturas cuya base es justa, provechosa y fértil. Algo común a todas, lo que Huxley llamaba filosofía perenne. Pensemos, por ejemplo, que todas las religiones tienen una poesía mística. Es un fenómeno que siempre me ha llamado la atención: que toda cultura necesite dialogar con lo mistérico.
Se detiene en el libro en su educación, y en el colegio Luis de Góngora, un reducto, dice, de «libertad cultural» en el franquismo. ¿Qué aprendió allí?
La verdad es que tuve suerte con los profesores de Literatura. A los quince años me enseñaron a Neruda, a Lorca, a Alberti, a Machado, a Juan Ramón... fue importante esa formación durante la adolescencia, pues es entonces cuando la poesía estalla. Mi vocación se consolidó cuando fui a Italia y empecé a traducir. Porque el poeta vive de la literatura y sus anexos... el mundo de la traducción ha sido muy importante en mi vida. Un trabajo difícil, no reconocido, máxime cuando lo que traduces es poesía.
¿Cómo salvar el espíritu de un poema al traducirlo? ¿Qué es lo que nunca se debe sacrificar?
No basta la traducción literal, es evidente. Hay ejemplos muy especiales de traducciones, como la versión de Ángel Crespo de la Divina Comedia; él no solo mantiene la métrica, sino la rima, el terceto encadenado. Sabemos que es otra comedia, pero al mismo tiempo es un gran logro. Aunque lo lógico es que, al traducir poesía, se renuncie a la medida del verso, al ritmo, para salvar eso, el espíritu del poema. Yo lo hago en mi versión de Dante, que es muy distinta a la de Crespo; yo traduzco más libremente, pero las dos versiones son útiles y verdaderas.
En el libro se queja de que todo el mundo sea escritor hoy. ¿No es paradójico que ocurra esto cuando menos parecen contar las humanidades en la vida pública?
Quiero pensar que la escasa valoración de la cultura forma parte de un ciclo. Europa viene de su cultura, de su humanismo. Europa es Dante, Bach, es su arquitectura. Y ahora vivimos en una Europa desmembrada, sin valores... pero soy optimista, y creo, ya digo, que esto pasará. Ojalá vayamos hacia ese siglo XXI que vaticinó Malraux, para quien el XXI sería el siglo espiritual o no sería. Es verdad que la literatura tiene hoy mucha competencia; con las maquinitas sobre todo, que, en exceso, son malas, pero que bien utilizadas son de mucha ayuda. Aún vale aquella máxima del «Nada en exceso» de los antiguos. La literatura perdurará porque el escritor trabaja con temas eternos, con el amor, la naturaleza, la muerte, lo mistérico. Cuando el hombre renuncie a estas preguntas, habrá renunciado a la literatura y a la poesía y a la vez habrá renunciado a ser humano. Hay que apelar a esos orígenes en los que el escritor hacía conocimiento, más que literatura.
Ese conocimiento que ha sido la búsqueda constante de su obra, ¿hasta qué punto ha sido una búsqueda premeditada?
Siempre he creído que el poema ideal es aquel en el que el poeta siente y piensa a la vez. Cuando comenzamos a escribir, el poema nace de un tirón, y nuestra poesía es demasiado sentimental. Este proceso se ve muy bien en Juan Ramón, que parte de sus romances sentimentales y va hacia el pensamiento. Y también en Machado. O en María Zambrano, cuya razón poética es ese pensar con el sentir de la poesía. Es difícil porque a veces las emociones nos sobrepasan. En mis últimos cuatro libros hay una apuesta clara por el pensar, que sé que divide a mis lectores.
¿Qué le dicen?
«Colinas, ya no eres el mismo después de Sepulcro en Tarquinia». Pero yo soy el mismo, siempre he sido el mismo.
¿No le cuesta reconocerse en sus primeros poemas?
No mucho; yo creo que subterráneamente hay unas constantes en mi poesía, siempre hay en ella emoción, intensidad, ese fulgor que Pound le pedía al poema. Hay un afán de depuración en mi poesía. Eso se ve muy bien en Canciones para una música silente. El poema se reduce en tamaño, va haciéndose viaje hacia el silencio. Nos parece que ya lo hemos dicho todo, que no sabemos qué decir, pero la poesía sigue surgiendo, cada vez más esencial.
Esa fidelidad a su voz es también una fidelidad a ciertos referentes: Leopardi, Santa Teresa, Juan Ramón Jiménez...
Para mí de adolescente fue un descubrimiento Machado, o Juan Ramón. Juan Ramón es el poeta del siglo XX que mejor resiste el paso del tiempo. Me han interesado también mucho Gil-Albert, Aleixandre o María Zambrano, y en estos además está la proximidad, el magisterio. La poesía sufí, los libros sapienciales, la Biblia, con el Cantar de los cantares; una corriente que brota del Mediterráneo y que es fundamental para mí. O algunos americanos, con esa riqueza expresiva. Neruda me marcó mucho con determinados libros, no con aquellos en los que el escritor se choca con la historia...
¿Es incompatible la creación artística con las ideologías?
Es un choque muy delicado. Yo prefiero al otro Neruda, que está en muchas partes del Canto General, Los versos del capitán o en Veinte poemas de amor...; tiene esa visión cósmica de la poesía, que es muy rara en la literatura en castellano, salvo en Góngora quizás. Aunque se ve mucho en América, en Whitman y algún otro.
¿Le interesa algún poeta joven?
Sí, pero no quiero dar nombres, para no olvidarme de nadie. Pero sí puedo decir algo muy positivo, y es que se han abierto las corrientes después de años de poemas fotográficos, de tono muy simple, como los que ya habían hecho los poetas del 50. Percibo que ha vuelto lo metafísico, la cultura, la naturaleza, y que hay más riqueza expresiva.
¿No cree que se publica demasiado?
Sí, y por eso hay que distinguir el grano de la paja. Los nuevos medios tienen la ventaja de poner en circulación la poesía con mucha facilidad; pero creo que es una poesía, a menudo, a la que le falta maduración, le falta tener detrás lecturas, formación y vida.
Siendo el género literario más difícil, ¿no es llamativo que haya tanta gente que se crea capaz de escribir poemas?
Hay que distinguir la poesía de la prosa cortada en trozos. La verticalidad no define a un poema. Un poema tiene que tener un ritmo, y un sentido órfico, y tiene que decir en muy pocas palabras lo que el narrador dice en muchas, tiene que tener ese voltaje, esa intensidad. Si no, es lirismo pobre, sentimental, y poco más. Si uno abre un libro de poesía verdadera, la poesía está por todas partes, en cada estrofa, incluso en cada verso.
¿Sigue escribiendo al mismo ritmo que ha escrito siempre?
Sí, y aquí quiero decir que cada poeta tiene sus ritmos; los hay que escriben cinco libros en toda su vida, y los hay que escriben cien, como Neruda. Es que algunos me dicen que escribo mucho. No lo sé. O que siempre escribo el mismo poema. Pero es que es mi voz la que proyecto. A mi edad, uno ya no cambia, ni en los temas ni en el tono; se vería enseguida. Yo siempre he sido fiel a mi voz. El poeta con una voz siempre escribe el mismo poema. La naturaleza es un gran tema en mi obra, con una presencia quizá abusiva. Pero es una naturaleza que es espejo en que nos miramos, para nada expresión de lo costumbrista o lo rural, sino el ámbito en el que respiramos. O la noche, otra presencia que está siempre. Y sí, he escrito mucho, pero también muy variado: novelas, cuentos, ensayos. Pero todo brotaba con naturalidad, sin pretensiones.
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