C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de diciembre de 2016. (RanchoNEWS).- Aparece por fin en castellano la primera entrega de «Varney, el vampiro» (1845-1847), un folletín imprescindible en la genealogía del género vampírico que proporciona al «Drácula» (1897) de Bram Stoker gran parte de los tics ambientales que caracterizan la novela. Comparar ambas obras sería un despropósito, pues Varney es un «best seller» desgarbado y endeble desde el punto de vista estilístico, y «Drácula» una de las diez o doce novelas mejor escritas que conozco, pero lo cierto es que la influencia del folletín victoriano en el relato magistral de Stoker es evidente, escribe Luis Alberto de Cuenca para ABC.
Aunque no fuera más que por eso, merecería la pena consumar la gigantesca tarea de verter «Varney» a nuestra lengua. De momento, lo que acaba de aparecer son los primeros 17 capítulos de los 220 de que consta la saga. Previamente a su reunión en el volumen que comento, esos capítulos iniciales se habían repartido en nueve entregas, al estilo de aquellos «Penny Dreadfuls» de la Inglaterra victoriana que hoy ha puesto de moda una atractiva serie de televisión. Pero los editores han optado con acierto por reunir en un cuidado tomo ese material, previendo publicar en lo sucesivo los otros once o doce volúmenes que completarán «Varney, el vampiro» en español.
Trabajo para todos
Los responsables de todo ello en Pulpture Ediciones han sido Jorge Ramón Plana y Cristina Miguel, secundados por otros nombres propios que no quiero dejar de citar aquí, pues en la traducción de «Varney» al castellano hay trabajo para todos, dadas las 667.000 palabras que constituyen la edición original: Jaume Vicent, Sofía Barker y Diego Fernández Villaverde. Y un buen conocedor de la literatura «pulp», Javier Jiménez Barco, se hace cargo del prólogo, que se subtitula «Festines sangrientos por un solo penique», aludiendo con justeza al infragénero terrorífico victoriano al que pertenece la historia de «Varney». Se incluyen las ilustraciones de G. T. Bourne que acompañaron a la edición victoriana.
Parece increíble que al autor de «Varney», un galeote de la pluma que nació en Clerkenwell en 1814 y se llamó James Malcolm Rymer, le diera tiempo en tan solo dos años a escribir esas casi 700.000 palabras. Se cree que colaboró con él otro forzado del «Penny Dreadful», Thomas Peckett Prest, que llegó a publicar en ese formato una serie de apócrifos dickensianos que se vendieron aún más que las ya de por sí hipervendidas novelas del autor de «Oliver Twist».
Sweeney Tod
Ambos, Rymer y Prest, habían firmado juntos «The String of Pearls», otro Penny Dreadful en el que se contaba la historia de Sweeney Todd, el barbero diabólico de Fleet Street, que degollaba a sus clientes con sus útiles de afeitar y luego los convertía en pastel de carne, como se cuenta en la película homónima de Tim Burton, estrenada en 2007.
El hecho es que, con Prest o sin él, la hazaña narrativa de Rymer al redactar los 220 capítulos de «Varney» en tan corto espacio de tiempo nos parece admirable, aunque en Francia hubiese gente como Dumas, Féval o Sue que, por esas mismas fechas, batían también récords de natalidad bibliográfica. Entonces no ponían «Penny Dreadful» por la tele y había más tiempo para escribir.
Bromas aparte, es milagroso asistir a la creación de toda una mitología, la vampírica, en medio de un relato tan desprovisto de genio literario, tan improvisado y tramposo como el urdido por J. M. Rymer a mayor gloria de su bolsillo. Pero sin «Varney», el «Drácula» de Stoker no sería el que es.
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