Rancho Las Voces: Poesía / Julio Cortázar: «Por lo demás es lo de menos (Prólogo de su poemario "Pameos y meopas")»
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martes, enero 31, 2017

Poesía / Julio Cortázar: «Por lo demás es lo de menos (Prólogo de su poemario "Pameos y meopas")»

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Detalle de una de las ilustraciones de «Pameos y meopas», realizadas por Pablo Auladell. (Foto: ABC)

C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- Con el título «Un poeta llamado Cortázar», el periódico ABC publica el texto que aquí reproducimos, junto con dos poemas, con la noticia de la publicación del libro «Pameos y meopas» por la editorial española Nórdica:

Como les explicaba el otro día a unos tipos que conozco y que se llaman Calac y Polanco, la culpa de lo que sigue la tiene un cronopio italiano que responde, si está de buen humor, al nombre de Gianni Toti, el cual después de decirme buenas salenas en la puerta del hotel donde se celebraba el Congreso Cultural de La Habana en 1968, procedió a descerrajar la afirmación siguiente, a saber:

–De todo lo que has escrito, lo que a mí realmente me gusta es tu poesía.

Como eso sucedía en el primer territorio libre de América, consideré que no podía negarle el derecho a manifestar su opinión, aunque las caras de algunos amigos presentes tendían a dar una impresión de pataleta o de directo a la mandíbula. Así fue como este cronopio anunció que iba a traducir poemas míos al italiano, cosa que además hizo por todo lo alto y gracias a lo cual uno de estos días los estupefactos habitantes de la bota van a empezar a leer textos que tal vez ocasionen la lapidación de las ventanas de Gianni, que según se sabe vive en la Via Giornalisti 25, Roma. Pero como le dijo la partera al padre de los mellizos, estas cosas nunca vienen solas, y de golpe unos cronopios de la otra península, aglutinados bajo la denominación más bien etrusca de Ocnos, proceden a informarme que la desesperanza más perniciosa los acecha si yo no los dejo salpicar unos cuantos cuadernillos con las resonancias de mi plectro. Cualquiera que me conozca sabrá que de ninguna manera puedo permitir que personas como Joaquín Marco y José Agustín Goytisolo se acongojen desmedidamente por mi silencio, con lo cual estamos como queremos.

En los bolsillos del tiempo

Bromas aparte, y seriedad pomposa también, tengo algo que decir sobre lo que sigue. Primero, que mis poemas no son como esos hijos adulterinos a los que se reconoce «in articulo mortis», sino que nunca creí demasiado en la necesidad de publicarlos; excesivamente personales, herbario para los días de lluvia, se me fueron quedando en los bolsillos del tiempo sin que por eso los olvidara o los creyera menos míos que las novelas o los cuentos. Ahora que amigos insensatos quieren verlos impresos, no me disgusta y ahí van algunos, pero nada cambia en el fondo para ellos o para mí, creo que nos quedaremos siempre como del otro lado del libro, asomando a veces allí donde la poesía habita algún verso, alguna imagen. También así, también a veces asoma admirablemente una sonrisa entre dos desconocidos en un vagón de metro o en un cruce de calles, o una voz en el teléfono nos dice unas palabras en plena noche antes de saber que el número estaba equivocado (¿pero lo estaba realmente?)

Junto con mi juventud murió en mí el respeto «a priori» por la poesía, los poetas y los poemas que nos imponía un humanismo burgués ya desenmascarado por una ineludible quiebra de valores y sistemas; hoy creo que lo mejor de la poesía no viaja necesariamente en los vehículos tradicionales del género, entre otras cosas porque ya no hay más géneros. ¿Cómo dudar de que cuando un poeta dice su palabra la humanidad está tratando una vez más de inventarse, de fundarse, de ser auténticamente? Pero los poetas no son ya solamente esos que enumeran los profesionales de la crítica; la poesía está cada vez más en la calle, en ciertas formas de acción renovadora, en el hallazgo anónimo o sin pretensión de las canciones populares, de los «graffiti». Hace pocos días, en una galería del metro de París, sobre un afiche donde la «starlette» de turno presentaba el corpiño que-sostiene-sin-esconder, leí esta inscripción que de acuerdo con las leyes francesas podría costar dos meses de cárcel a su autor: «POÈTES DES MURAILLES, RÉVEILLEZ-VOUS!». Y si actualmente se vuelve demasiado fácil negar despectivamente toda poesía que osa presentarse en forma de poema, no es menos cierto que en el fondo de la desmesura, de las opciones exasperadas y maniqueas a que incitan las circunstancias en que nos toca vivir, otra visión del hombre y de la historia apunta incontenible, otra manera de ser y de expresarse que la generación ya instalada en su mecedora no se resigna a aceptar.

Entre dos aguas

Al borde del día en que escribir dejará de ser mi manera de respirar, algo en mí es todavía capaz de entender el cambio, sentir contra el rezago de las jerarquías intelectuales burguesas que si la poesía del hombre de hoy puede darse como se da en un Octavio Paz o en un Drummond de Andrade, también se da cada día más (si dejamos caer las máscaras, si vivimos en la calle abierta y amenazadora y exaltante del tiempo revolucionario) en el lenguaje de las tizas en los muros, de las canciones de Léo Ferré, de Atahualpa Yupanqui, de Caetano Veloso, de Bob Dylan, de Raimon y de Leonard Cohen, en el cine de Jean-Luc Godard y de Glauber Rocha, en el teatro de Peter Weiss, en los juegos psicodélicos, en los «happenings» y en las provocaciones de lo aleatorio y lo mecánico que abren cada día más al gran público el pasaje a nuevas formas de lo estético y lo lúdico.

Es natural entonces que estos poemas que siguen me parezcan demasiado marginales y que a la vez no lamente haberlos escrito; hombre entre dos aguas del siglo, habré tenido el privilegio agridulce de asistir a la decadencia de una cosmovisión y al alumbramiento de otra muy diferente; y si mis últimos años están y estarán dedicados a ese hombre nuevo que queremos crear, nada podrá impedirme volver la mirada hacia una región de sombras queridas, pasearme con Aquiles en el Hades, murmurando esos nombres que ya tantos jóvenes olvidan porque tienen que olvidarlos, Hölderlin, Keats, Leopardi, Mallarmé, Darío, Salinas, sombras entre tantas sombras en la vida de un argentino que todo quiso leer, todo quiso abrazar.

–Cómo escribe –dijo Calac.

–Madre querida –dijo Polanco.

Hablaban de mí, como si la culpa no la tuvieran Gianni Toti, José Agustín Goytisolo y Joaquín Marco.

París, 1971

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