Gerald Foos y (detrás) su mujer y Gay Talase. (Foto: Editorial Alfaguara)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de enero de 2017. (RanchoNEWS).-Tal y como los buenos relatos son irresistibles. El motel del voyeur, de Gay Talese, es un buen relato. Hablamos de un libro magnético, de los que se adhieren a los ojos y las manos. Lo firma uno de los periodistas más prestigiosos del mundo, un hombre de 84 años que se enorgullece de no haber inventado nunca nada porque trabaja exclusivamente con hechos reales y comprobados. La firma de Gay Talese aporta al relato del motel y del mirón otro relato que está implícito en el primero, y resulta igualmente irresistible aunque se trate de una historia muy vieja: la del periodista que perpetra un fraude porque ha encontrado una historia irresistible y necesita contarla. Ocurre con cierta frecuencia. En nombre de la Verdad con mayúscula (sea lo que sea eso) se aceptan mentiras que parecen minúsculas. Sin embargo, no lo son: el periodismo es una cosa que repta sobre las verdades minúsculas y solo sobre ellas sobrevive. Enric González reporta para El Mundo.
Hace más de 30 años, Gay Talese recibió una carta de un tal Gerald Foos. Le invitaba a conocer su secreto: había comprado un motel en Aurora, Colorado, y había instalado en él mirillas ocultas para satisfacer su pasión voyeurística. Guardaba un diario prolijo con todos los detalles observados, desde las pequeñas rutinas de los clientes hasta sus actividades sexuales más sorprendentes. El diario de Foos era un tesoro. Por entonces, Talese ya era, junto a Tom Wolfe, otro tipo obsesionado con los trajes y la elegancia, el gran chamán del llamado Nuevo Periodismo, y acababa de obtener un gran éxito con su libro La mujer del prójimo, una investigación sobre ciertos hábitos sexuales de los estadounidenses para la que el reportero había trabajado en locales de masajes y de intercambio de parejas. ¿Cómo no sentirse fascinado por lo que contaba el mirón Foos? Asuntos como las relaciones sexuales entre dos hermanos adolescentes palidecían ante observaciones (así las llamaba Foos en su diario) como la del hombre que copulaba con el osito de peluche de sus hijos.
Vista general del motel Manor en Colorado (Estados Unidos), eje del libro central de Talase. EDITORIAL ALFAGUARA
Foos no quería revelar su identidad. Talese jamás omitía los nombres reales de los protagonistas de sus reportajes. La historia no llegó a publicarse. Muchos años después, ya jubilado, quizá bajo una pulsión exhibicionista (paradójica en un mirón vocacional), quizá tranquilizado por la prescripción de sus delitos, Foos accedió. Y Talese escribió el libro que acaba de publicarse en España, con algunos retoques respecto a la edición original estadounidense. Retoques referidos a ciertas mentiras que se contaban en el texto original. «Como ya dejé claro en la primera edición del libro», señala Talese, «Foos era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un voyeur épico». Ahí tenemos la clave. «Sin duda fue un voyeur épico». La Verdad con mayúscula. ¿Qué más da si cuenta mentiras minúsculas?
La literatura puede contener realidad o ficción, mezcladas o en estado puro. Puede hacerse literatura con el periodismo. Pero no puede hacerse periodismo con mentiras, aunque sean pequeñas.
Y en este libro no son pequeñas.En junio pasado, cuando El motel del voyeur estaba a punto de aparecer en Estados Unidos, cuando la revista New Yorker había publicado ya un largo extracto y cuando Steven Spielberg había pagado un millón de dólares por los derechos cinematográficos, el diario The Washington Post reveló que el motel en cuestión no había pertenecido a Gerald Foos durante los años 80. Ese pequeño detalle no se lo había contado a Talese, ni Talese se había tomado la molestia de acudir al registro de la propiedad. Enfurecido, Talese anunció que no iba a promocionar el libro porque la credibilidad de Foos (no habló de la suya) se había «ido por la alcantarilla». Pocos días después rectificó y consideró que, al fin y al cabo, esa omisión no dañaba la validez del libro. Otra vez las mentiras minúsculas.
Cuando se habla de eso tan tortuoso que llamamos ética periodística, solemos pensar de inmediato en las consecuencias legales de la falta de ética. Es un error. La ley y la ética discurren por carriles distintos. Moralmente, es lo mismo asesinar a un niño que asesinar a cien. Legalmente, asesinar a cien suele estar más castigado. Cuando un periodista asume como aceptable, en nombre de la verosimilitud o la eficacia del relato, una pequeña mentira, asume todas las mentiras posibles. Éticamente, es lo mismo una mentira que cien.
Eso ocurre con el asesinato. No el de niños, sino el que, según Foos, ocurrió el 10 de noviembre de 1977 en la habitación número 10 del motel Manor House. En su diario, Gerald Foos cuenta que desde una de las rejillas ocultas del desván vio cómo un camello de poca monta estrangulaba a su novia, convencido de que había vendido por su cuenta las drogas que distribuían. En realidad, según Foos, había sido él mismo, enemigo del tabaco y de las drogas, quien las había arrojado por el retrete mientras la pareja estaba fuera. Foos explica que cuando asistió a la agresión no le pareció que la chica muriera, y que al día siguiente, después de que una limpiadora hallara el cadáver, no pudo revelar a la policía lo que había visto porque ello habría supuesto confesar sus propias actividades delictivas como hostelero mirón.
Un asesinato posee mayor envergadura, desde cualquier punto de vista, que un incesto, una cópula con un peluche, la masturbación de una monja o el pene gigantesco de un vendedor de aspiradoras. Sin embargo, se introduce en el relato sin grandes aspavientos. Gay Talese lo narra con las palabras del diario de Foos. Más adelante admite que la policía no tiene constancia de tal asesinato y especula con la posibilidad de que Foos se equivocara al anotar la fecha (¿después de asistir a un estrangulamiento?), o de que los registros policiales se hayan perdido por corresponder a una época previa a la informatización. Es el pasaje más penoso del libro. El lector siente lástima por Talese y vergüenza ante la torpeza con que trata de disimular el estropicio.
«A lo largo de los años, mientras iba escarbando en la historia de Foos», escribe Talese en la página 201 de la edición de Alfaguara, «detecté varias incoherencias -sobre todo en cuestión de fechas- que me llevaron a poner en entredicho su fiabilidad». En la página 217, Talese califica a Foos de «maestro del engaño». Le da igual. El diario de Foos, pese a sus mentiras, constituye un relato irresistible. Y el maestro del Nuevo Periodismo escribe un libro que no ofrece, en realidad, otra cosa que el diario de Foos, junto a un poco de reporterismo menor y algunas anotaciones de escasa relevancia. El motel del voyeur es a la vez una novela estupenda y una impostura periodística.
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