Henry James. (Foto: Susana James)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- Iniciamos con las entregas de «Cartas a Henry», si no ha leído la introducción le recomendamos que lo haga en el siguiente enlace PRIMERA ENTREGA
26 de Agosto del 2013
Hoy partimos a Dallas en el avión de las 11:00 a.m. Nos fuimos en tu auto al aeropuerto y decidimos dejarlo en el estacionamiento de largo plazo. Llegamos al aeropuerto Love que es un aeropuerto secundario; porque al comprar los boletos, como siempre, te cercioraste de que llegáramos al lugar más apropiado. Desde allí fue muy fácil llegar al Hospital Metodista para pacientes cancerosos. Este hospital es un lugar realmente hermoso, como sucede hoy en día con los hospitales, que dan más la impresión de ser hoteles al menos de 4 estrellas. Tú ya habías separado un cuarto de los que tiene disponible el hospital para los familiares de los enfermos. En el Lobby nos informaron que tendríamos que ir a otro lugar para hacer efectiva la reservación y recibir nuestra llave. Por cierto que era una llave común y corriente, cosa rara actualmente en que en todos lados te dan una tarjeta para abrir las puertas electrónicamente. Allí mismo nos dieron instrucciones para llegar al cuarto que estaba lejísimos y había además que atravesar un largo camino de construcción porque están haciendo otra ala en el hospital. Por fin llegamos. Es un cuarto muy decentemente arreglado, aunque mucho más austero de lo que hubiera sido un cuarto de hotel. Sin embargo, tiene un servibar, una cafetera y un minúsculo espacio para preparar comida en caso de ser necesario. Me quedé muy bien impresionada del lugar, porque nos costó relativamente barato, por lo menos mucho más barato que el más barato de los hoteles. Y con la ventaja extra de estar dentro del hospital. Fuera del cuarto hay también máquinas para hielo y unas lavadoras de ropa. En fin, un lugar muy bien equipado para las familias que tienen que pasar mucho tiempo en estas instalaciones; ya sea por tener que cuidar a sus enfermos o por dirigirse ellos mismos a los estudios que se les han ordenado.
Nos fuimos a cenar a la cafetería y para mi sorpresa había muchos venduteros de productos agrícolas de la región. Había fruta de muchas clases y compramos fresas y frutillas diversas, recién cosechadas. Me asombró mucho que el movimiento que hay de la Nueva Era, de comprarles a los productores de la región, se esté dando tan fuertemente en ciudades tan grandes y en hospitales tan importantes. La comida de la cafetería no estaba tan buena que digamos, pero suficientemente decente para satisfacer el hambre e irse a dormir en paz. La cama es pequeña, como es natural para un cuarto tan chico, pero suficiente para descansar bien. Gracias a Dios pasamos una buena noche.
27 de Agosto del 2013
Hoy tuvimos la cita para ver al oncólogo especialista del hígado en otro centro médico precisamente dedicado en exclusiva al tratamiento del hígado. Llegamos e hicimos algunos minutos de espera, después nos pasaron a la oficina del doctor. Nos atendió una enfermera negra muy joven y parlanchina. Ella se encargó de tomarte los signos vitales y del consiguiente interrogatorio. Es una chica realmente simpática y por lo pronto me cayó muy bien. Nosotros traíamos los estudios que te habían hecho en El Paso y todo el legajo de papeles que ha ido constituyendo tu historia clínica desde hace tanto tiempo. Para nuestra sorpresa, te preguntaron cuándo te había comenzado la cirrosis. Nos sorprendimos mucho, pues según el diagnóstico de tu oncólogo de El Paso tú no tienes cirrosis, sino un cáncer del hígado de otro origen. También te preguntaron si tomabas consuetudinariamente. Aquí sí que soltamos la carcajada. ¡Tú vida mía! Que nunca tomas, ¡qué has llevado una vida de santo! siendo interrogado como si fueras un teporocho. Al contestar todas estas estúpidas preguntas me empezó a subir la rabia a la garganta. No por el hecho de que estas personas crean que has llevado una vida disipada, eso sería lo de menos, sino porque al saber que tienes un cáncer de hígado, creen que es tu culpa. Amor mío, has tenido que luchar toda la vida contra la discriminación que ha provocado el hecho de que seas una persona diferente, y ahora, que posiblemente es el final, sigue la discriminación porque creen que es tu culpa esta enfermedad, este maldito cáncer que ha venido a voltear nuestras vidas de cabeza. Eso me hizo pensar en los pobres enfermos de SIDA o de otras enfermedades que supuestamente sólo padecen los que se dedican a la parranda y la francachela; o los pobres drogadictos a quienes tratamos con el desprecio que nos causa creer que somos muy superiores moralmente a estos pobres enfermos de la mente o de las emociones. Noté inmediatamente que las enfermeras no nos creyeron que tú no tienes cirrosis, sino otro tipo de cáncer, a pesar de todo el legajo de papeles que venimos cargando desde El Paso. No entiendo por qué seguimos condenando a las personas a la hoguera, como lo hicieron en Salem con las adolescentes a quienes acusaron de brujería. Esta reacción me hizo pensar que realmente se sigue practicando una Medicina atrasada a más no poder. De acuerdo al libro que traen en la cabeza, cáncer de hígado debe ser igual a cirrosis y ésta igual a vida disipada y moralmente despreciable.
Por fin llegó el médico. Es un hombre muy joven y, como era de esperarse, impecablemente vestido de ejecutivo. Traje, probablemente Armani y zapatos italianos, bajo su impoluta bata blanca. Cuando leyó los informes que traemos, nos dijo que no sería posible hacerte el trasplante porque tú ya tienes 12 tumores y el Estado Norteamericano permite el trasplante solamente cuando no hay más de tres tumores. Ya la parlanchina nos había advertido esto, pero no quise creerle porque lo dijo de una manera tan frívola y superficial como si estuviera hablando del menú del medio día. ¡Pobre muchacha! Pero de veras que la aborrecí cuando te habló de algo que puede implicar tu muerte como si te estuviera informando del estado del tiempo. El doctor nos informó lo mismo de una manera mucho más convencional y con cara de circunstancias. ¡Qué bueno! por lo menos les enseñan a comportarse, cuando pasan por esas carísimas escuelas de Medicina.
Me acordé de mis alumnos del Texas Tech, los futuros médicos, algunos de ellos comportándose con tanta rudeza y majadería y me pregunté, si la escuela lograría domarlos antes de llegar a los hospitales y tener que informarles a las personas que su muerte es inminente. Tú te quedaste helado y le preguntaste al doctor si había algo que se pudiera hacer, le dijiste que considerabas injusto que te mandaran a casa solamente a esperar la muerte. El doctor te mandó otra vez a la sala de auscultación con la parlanchina y se despidió de nosotros. Creo que en ese momento ha comenzado para mí la certeza de que te voy a perder sin remedio. La parlanchina se dedicó a hablar, hablar y hablar sin parar, cosa que me cayó muy bien porque fue un distractor para el manto negro de desesperanza y dolor que nos acababa de caer encima. Tenía muchas ganas de llorar, pero no quería que me vieras desesperada. Nada más nos tomamos de la mano y nos dejamos llevar por los acontecimientos. La parlanchina salió de la pequeña sala y regresó muy contenta, para decirnos que el doctor quería que lo esperáramos para hablar con nosotros de nuevo. Al entrar el doctor nos dijo que había hecho una pequeña junta con los otros médicos directivos del hospital y que habían decidido que tenías una oportunidad de recibir otro tipo de tratamiento, aunque no el trasplante. Nos mandaron a tomarte unas pruebas de laboratorio en el mismo complejo médico y nos dieron una orden para trasladarnos a otro centro médico. Tuvimos que apurarnos mucho porque ya casi eran las doce del mediodía y el laboratorio lo cerrarían en cuestión de minutos. Tuvimos suerte, porque nos recibieron de inmediato. Te tomaron las muestras y salimos al vestíbulo para que nos hicieran el favor de pedirnos un taxi.
Cuando llegó el taxi me dio un ataque, era una camioneta tipo Suburban. Me puse a pensar cómo podrías abordar un vehículo tan alto. Traté de ayudarte pero fue imposible, tú ya tienes una debilidad extrema; y yo nunca he sido una persona vigorosa. Por fin se bajó el chofer a regañadientes para ayudarte. Cuando te vio tan débil cambió su actitud. Pero siguieron los contratiempos. Cuando le di el papel con la dirección me preguntó si yo sabía dónde quedaba ese lugar. Sentí como si estuviéramos en la Cd. de México, ya ves que esa es la consabida pregunta de los taxistas chilangos y por supuesto me dio tanta rabia que le quería pegar. Yo le pregunté que si no traía localizador y él me dijo que no, pero que iba a tratar de ubicar el lugar. Según él, el problema sería escoger la autopista correcta. Yo me puse nerviosísima y me dediqué a observar con atención por dónde íbamos, sobre todo estuve poniendo mucha atención en los números, pero la nomenclatura era francamente extraña; por lo menos para mí. ¡Tú, vida mía, ibas tan despreocupado! Aún en las peores circunstancias te comportas como si todo estuviera muy bien. ¡Cómo envidio esa fe que tienes en que las cosas saldrán bien a fin de cuentas! En cambio yo iba hecha un manojo de nervios.
Cuando por fin llegamos al lugar, había un montón de pacientes. Calculé que seríamos los últimos en ser recibidos, pero al menos habíamos encontrado el Centro Radiológico. Después de dos horas de espera, por fin llegó nuestro turno. Nos pasaron a una sala de radiología verdaderamente impresionante. Allí, llegó una doctora de mediana edad, muy atractiva y te estuvo auscultando. Durante el interrogatorio, te preguntó si te estaban funcionando muy bien los riñones, pero cuando tú le dijiste que no tenías, pero que el riñón de trasplante te funcionaba bien, le ví un gran cambio en la expresión de la cara. Al principio, nos había dado muchas instrucciones sobre lo que deberíamos de hacer para que recibieras los tratamientos. Después de enterarse que no tenías riñones, quiso auscultarte nuevamente y te hizo muchas otras recomendaciones, sin embargo su cambio fue notorio. No obstante, se sorprendió de que tuvieras 30 años con el trasplante sin que te haya dado problemas. Nos indicó que esperáramos porque quería sacarte una serie de imágenes radiológicas. Además nos indicó que tendríamos que hablar con la trabajadora social para poder determinar la mejor manera de que el seguro médico pagara por esos tratamientos.
Cuando se fue, me di cuenta que ya eran las 4:00 p.m. Caí en la cuenta de que habíamos desayunado a las 7:00 a.m. y desde entonces nos la habíamos pasado corriendo de un lado a otro en busca del siguiente centro médico. Te pregunté si tenías hambre y me dijiste: “me muero de hambre.” La verdad es que yo también, pero no me había dado cuenta. Te pregunté si querías que saliéramos a buscar alguna comida rápida. Tú me preguntaste si quería comer pollo peruano. ¡Se me hizo la pregunta más infausta en esas circunstancias! Por lo pronto pensé que quizá en uno de tus viajes habías probado ese platillo y querías que lo fuéramos a buscar. Yo te contesté con un poco de exasperación que yo solamente quería comer cualquier cosa. Entonces, al rato me volviste a preguntar si de veras no estaba dispuesta a comer pollo peruano. Me sorprendió tanto la pregunta que te pregunté que dónde encontraríamos tan exótico platillo. Tú me contestaste: “aquí enfrente.” No pude evitar reírme con ganas. Yo venía tan preocupada de encontrar el centro médico que nunca me percaté de otras cosas que hubiera alrededor, pero tú, Amor mío, venías observando el paisaje y las cosas con la mente maravillosa que te caracteriza y entre otras cosas habías visto un restaurante donde se vendía pollo peruano.
Atravesé la enorme avenida que me separaba del lugar y entré a un restaurante con el estilo típico de los de comidas rápidas. Había muchas personas negras, y al escribir estas líneas me percato de mi racismo y siento una gran vergüenza. Inmediatamente me sentí amenazada, sobre todo porque algunas mujeres me observaron como si yo fuera un extraterrestre. Posiblemente soy demasiado mexicana todavía, a pesar de los años que he vivido en este país. Me di cuenta que les resulto tan extraña yo a ellas, como ellas me lo estaban resultando a mí. De inmediato cogí la bolsa para usarla como un arma; cosa que me está avergonzando mucho ahora que la estoy rememorando para escribirla. Gracias a Dios fue solamente una falsa impresión, compré mi pollo y me regresé al centro médico. Que felicidad tan grande sentí cuando nos sentamos alrededor de una de las camillas para comer juntos, como lo hemos hecho por casi 30 años. El personal nos veía reprobadoramente, pero no me importó ni un comino. Tenía tanta hambre que lo que menos me importaba era qué pudiera decir la gente que me rodeaba.
Durante la comida nos entrevistó la trabajadora social y nos informó que cada tratamiento costaría cerca de $15,000.00 dólares. Yo me estremecí de susto y me pregunté si el seguro médico no se negaría a pagar cantidades tan estratosféricas, pero decidí no pensar en eso por lo pronto, ya me preocuparía de esos asuntos al llegar a El Paso. Esta noche dormimos en la pequeña cama de nuestro cuarto fuertemente abrazados. Antes de dormirme te pedí que no me dejaras Amor mío.
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