Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Romina Paula
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

lunes, enero 30, 2017

Literatura / Entrevista a Romina Paula

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«Mi papá murió de leucemia en 2010 y tuve un hijo en 2015, estas dos cuestiones son autobiográficas.» (Foto: Guadalupe Lombardo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de enero de 2017. (RanchoNEWS).-En su tercera novela, después de ¿Vos me querés a mí? y Agosto, la dramaturga y directora teatral brinda un «testimonio» en primera persona que explora a fondo los pensamientos más incorrectos, especialmente en torno de la maternidad. Silvina Friera la entrevista para Página/12.

Hay novelas que son lisérgicas: algo de la escritura –tal vez el ritmo– y de la historia hace que sea imposible interrumpir la lectura. Andrea, la protagonista y narradora de Acá todavía (Entropía), de la escritora Romina Paula, se pregunta: «¿Hay una estación más adecuada para morir?». El padre está enfermo, internado en un hospital. La sensación de desamparo gatilla más dudas, como si la proximidad de la muerte demoliera cualquier atisbo de certidumbre. Algo de ese mundo compartido se va extinguiendo en la agonía paterna, mientras los recuerdos familiares y de la adolescencia –las vacaciones en un balneario en Uruguay o las novias y novios que tuvo– emergen para conjurar el dolor de asistir al inexorable deterioro y desvalimiento de un hombre que se termina pareciendo a un bebé. «¿Seré lesbiana o bisexual? ¿Seré una heterosexual reprimida, una lesbiana reprimida? ¿Una heterosexual curiosa que se hace la lesbiana?», quiere saber, acaso asediada por la necesidad de definirse. «Yo no puedo evitar identificarme con los que no pueden saber. La perfección no es posible más que en el instante». En la segunda parte, ella viaja junto a sus hermanos a Uruguay para tirar las cenizas del padre al mar, pero también para avisarle a Iván, el joven que conoció en el hospital cuando seducía a una enfermera, que está embarazada.

En la tercera novela de Paula, después de ¿Vos me querés a mí? y Agosto, hay un trabajo intenso con las experiencias «indecibles», con aquello de lo que no se habla o que se camufla en relatos candorosos que la dramaturga y directora teatral desmonta con la precisión de una destripadora gozosa, para entregar una suerte de «testimonio» en primera persona que explora a fondo los pensamientos más incorrectos, especialmente en torno a la maternidad. «Cada vez que me enteraba de que alguien de mi entorno se embarazaba, aunque ni siquiera se tratase de una amiga, sentía una ligera decepción, como de una puerta que se cerraba, la pérdida de algo, una batalla, pero, ¿cuál? Visualizaba a esa mujer maternizada, mamífero, y nada de eso me seducía, más bien lo contrario. Para no hablar de los bebes, los lactantes, que me generaban casi una sensación de espanto, de estupor, con todas esas necesidades a cuestas, ¡qué horror!», confiesa Andrea. «Mi papá murió de leucemia en 2010 y tuve un hijo en 2015, estas dos cuestiones son autobiográficas. El padre de la novela no es mi papá, pero la situación de internación y agonía de mi padre, por llamarla de alguna manera, la transitamos », cuenta la escritora en la entrevista con Página/12. «Cuando empecé a escribir la segunda parte todavía no estaba embarazada, pero el deseo funciona de modos misteriosos y se ve que eso ya me estaba dando vueltas también. Por momentos me preguntan –y yo también me pregunto–, si ese tono más poético, un poco distinto a como suelo escribir, quizá tenga que ver con el estado de embarazo», plantea la dramaturga y directora de Si te sigo, muero, Algo de ruido hace, El tiempo todo entero, Fauna y Cimarrón, que este año debuta como guionista en televisión para el unitario El maestro, que será protagonizado por Julio Chávez .

Sin spoilear demasiado la novela, lo que se va postergando es el anuncio de que Andrea está embarazada. En esas veinte o treinta páginas que hay hasta llegar al final, ella fantasea con encontrar el momento y ese momento no llega. ¿Por qué tomó esta decisión de postergar que el otro sepa del embarazo?

Me gustaba que quedara suspendido qué iba a pasar con esa maternidad, porque de hecho el embarazo se puede interrumpir naturalmente. Quizá no me interesaba cómo iba a reaccionar él, si le iba a decir si quería tenerlo o no… No sé… no me veía contando eso. Quería contar ese estado de ella, como si durante ese tiempo fuera algo que sucede en el cuerpo de una y ya, más allá que haya sido necesario otro para la concepción. En la novela varias veces se repite la frase de (August) Strinberg que los hijos son de las mujeres. No quería poner el final en él ni en la familia posible. De hecho la escena en la que están en la Fortaleza de Santa Teresa, cuando están ahí y ella dice «ahora le digo», «ahora le digo», «ahora le digo», al final él le dice que tiene ganas de tomar una cerveza y ella le dice: «yo también». Esa escena la escribí hace mucho y en un momento sabía que iba hacia ahí y pensaba que ese era el final. Era muy abrupto; me parece que me vino fallado el libro (risas). Era demasiado disruptivo, entonces escribí el final.

En varias novelas empiezan a aparecer personajes femeninos que no quieren ser madres o son madres un poco a su pesar, como el caso de la protagonista de Acá todavía, que incluso en un momento recuerda cómo se le cae una beba de sus brazos. ¿Por qué cree que la maternidad sigue estando tan idealizada y se habla poco de la zona de incomodidad que genera?

Quizá en la novela hay algo un poco exagerado de lo que pude haber pensado mientras estaba embarazada (risas). Ahora en este mundo donde supuestamente todo se sabe todo el tiempo y tenés acceso a ver las cosas, el embarazo sigue siendo una zona de misterio muy primaria. ¿Esto es así? ¿Y ahora qué hago? De las mujeres que conozco que estuvieron embarazadas no había recibido información. Hay muchos discursos construidos en torno a la maternidad que son siempre los mismos y que tienen que ver con lo cándido, pero es todo muy violento en el embarazo y en el parto. Puede haber algo de bello, pero de cándido la verdad que no tiene nada. ¿De esto nadie me habló? Cuando estás embarazada, todas te quieren hablar de sus partos y eso está bueno porque te va generando un montón de imágenes. Yo tuve muchos problemas para amamantar y me acuerdo que pensé: de esto nadie me habló… y me acordé de la foto de la publicidad de la madre con el bebé en la teta como si fuera lo más natural… Sos una buena madre, si podés alimentar a tu hijo con el pecho. ¡Ay, Dios! Hay una cantidad de mandatos que se transmiten de mujer a mujer y una dice: «Vamos chicas, hablemos de estos temas». Ese relato un poco más cándido tiene que ver con intentar tapar lo violento y lo escatológico. Quizá muchas mujeres no quieren pensar en su cuerpo de ese modo.

Hay una frase muy interesante que dice Andrea: «Como siempre, la gente confiando más en lo verosímil que en lo real». Cuando alguien cuenta algo medio traído de los pelos, lo primero que se le dice es «no puede ser» y se le pide que intente ser «verosímil». ¿Por qué sucede esto?

Yo misma me encontré diciendo en talleres: «está bien, te pasó, pero así escrito no es creíble». En el relato de un crimen, la justicia busca lo más probable posible y no siempre lo real tiene que ver con lo verosímil; pero leído con ese criterio de lo verosímil se incurre en muchos errores. Por suerte en la literatura es menos grave el error. ¿A qué responde que confiemos más en lo verosímil que en lo real? No sé, me lo tendría que seguir preguntando. Me parece que es así, pero no termino de saber a qué responde. También habría que ver qué es lo real, que supone que hay una verdad y al haber una subjetividad quizá no hay tal cosa. El problema quizá es ese supuesto «real».

Parecería que es más fácil ponerse de acuerdo en qué sería lo verosímil, en cambio lo real no genera el mismo consentimiento, ¿no?

Totalmente, porque lo real viene ligado con la verdad y ahí ya se vuelve medio escabroso. Curiosamente es verdad que en lo verosímil suele haber más acuerdo que en lo real. Está bueno para pensar…

Andrea podría ser una mujer que a veces elige relacionarse sexualmente con hombres y otras con mujeres, pero también podría ser un personaje bisexual...

La bisexualidad tiene mala prensa. En la novela intenté desplegarlo como lo que era: por momentos le puede gustar una mujer, por momentos le puede gustar un hombre. En un momento dice algo así como «soy de los que no saben»… Mi ambición es que el mundo pueda llegar a un lugar donde uno pueda decir que sale con tal persona y no tenga que afirmarse. No pensar que porque un hombre dice «yo siempre salí con mujeres» no pueda salir con un hombre en el futuro. Que podamos corrernos de lo estereotipado, de esa idea de que una decisión en el presente y en el pasado te define en el futuro. Eso genera un montón de miedos respecto del otro y sus deseos. Para una gran parte de la población todavía sigue siendo un tema ríspido. Quizá tenga que ver con el miedo de que el otro avance sobre vos… no sé qué es lo que se teme. Me alivia que las nuevas generaciones lo pueden vivir con más naturalidad, sin tantos miedos, sin tener que defenderse. Pero alguien tiene que haber defendido antes para que ahora sea así, obviamente.

¿Sintió la incomodidad de Andrea en la novela de los otros interpelándola para que se defina si es lesbiana, heterosexual, bisexual?

Yo creo que era la que sentía la necesidad de definirme o creía que tenía que definir algo y esos fueron los momentos que más angustia me generaron.

Lo interesante del personaje del padre es que acepta que a su hija le gustan las mujeres y hasta intenta engancharla con la enfermera. Esa complicidad quizá sea porque ese padre tiene que cumplir también el rol de la madre que no está y tiene más desarrollada su parte femenina en relación con su hija.

Eso está buenísimo y no me lo habían dicho nunca. La familia se dividió y ella se fue a vivir, junto a su hermano menor, con el padre. Hay una partecita que me gusta y es que el padre les preparaba unas comidas muy básicas y que ellos trataban de acompañar a ese padre en un nuevo rol. El padre tiene que cambiar su rol de la familia tipo del padre que trabaja y la madre que se ocupa de la casa. El padre se pone también en un lugar femenino, lo que hace que tenga una relación con su hija en la que hablan. Yo con mi padre no tuve esa relación, no hablaba como en la novela porque era un hombre de una masculinidad muy de antes, un hombre de pocas palabras.

La primera parte de la novela tiene mucho humor. Quizá el humor es el contrapeso indispensable ante la enfermedad del padre y su muerte. En la segunda parte, el humor cede ante la emergencia de lo poético. Durante la escritura, ¿planificó pasar del humor a la poesía?

No, no lo pensé así, pero el humor es lo único que permite soportar la muerte. El humor nos salva; la mayoría de nosotros en una situación trágica trata de apelar al sentido del humor, si no, ¿qué te queda? Cuando leo o veo algo, si estoy con un ánimo de risa, estoy más permeable; entonces lo otro también me entra. Lo emocional está como abierto cuando uno se está divirtiendo. Si estás frente a algo que es más serio, quizá tenés los canales emocionales más blindados.

Cuando la narradora conoce a la abuela de Iván, ella le cuenta que fue una actriz cómica, pero la narradora no le cree. ¿Pensó en alguna actriz en especial?

No, pero ahora estoy pensando si pensé en alguien… Quizá en Tita Merello, no sé si había muchas actrices como ella, que además fueran cómicas.

¿Por qué la segunda parte de la novela transcurre en Uruguay?

En algún momento tuve la fantasía de irme a vivir a Uruguay. Fui muchas veces, a distintos lugares, y cada vez que voy vuelvo con la sensación de algo muy mítico. Sólo Uruguay puede tener un (José) Mujica; tiene algo fuera del tiempo y una zona poética que me genera muchas sensaciones. Tiene a (Mario) Levrero y tiene algo melancólico muy tremendo, como todas las ciudades portuarias, pero además hay una cuota de locura y de posibilidad de ficcionalizar con la otra orilla. El lugar en que ella está, en Reartes, no le puse un nombre verdadero porque quería fundar algo un poco «mítico», no sé si es la palabra, algo de un orden menos real. Algo un poco más suspendido en el tiempo, algo de lo siniestro, lo propio desconocido, que es lo que ella vive estando embarazada.

La ficha

Romina Paula (Buenos Aires, 1979) está escribiendo el unitario El maestro junto al dramaturgo Gonzalo Demaría para Polka. Tendrá doce capítulos y estará protagonizado por Julio Chávez. «Nunca había escrito tele, estoy aprendiendo un montón. El protagonista del unitario, que interpreta Chávez, es un bailarín viejo, una luminaria de la danza que tiene una escuela y está medio amargado, y aparece una chica joven que no tiene recursos y le pide que la entrene. Al principio no quiere, pero después acepta», anticipa Paula y agrega que ya entregaron cuatro de los doce capítulos del unitario, que se empezará a filmar en mayo. En 2016 actuó en un policial que probablemente se estrene este año, un coproducción de Polka con HBO, protagonizado por Joaquín Furriel. A mitad de año, repondrá en el teatro Cervantes Cimarrón. La autora de las novelas ¿Vos me querés a mí? (2005), Agosto (2009) y Acá todavía (2016) trabajó como actriz en El padre, obra que dirigió Pablo Ruiz; en La pornografía, con dirección de Gonzalo Martínez; y en Darío tiene momentos de soledad, dirigida por Santiago Gobernori. Sus obras de teatro Algo de ruido hace, El tiempo todo entero y Fauna fueron reunidas en el volumen Tres obras (Entropía).

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