C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de diciembre 2016. (RanchoNEWS).- Ante el universo que despliega en sus obras Mark Ryden (Oregón, Estados Unidos, 1963), podemos quedar suspendidos en un doble movimiento que, en rigor, es antagónico. Esto es, basculamos entre la atracción y la curiosidad que despierta su simbólico y fantasioso mundo, y cierta distancia y frialdad que genera cómo lo representa, esto es, lo perturbador que puede contener. No en vano, Ryden parece construir alegorías sobre el origen del mundo y de la existencia mediante alusiones al nacimiento (fetos) y al «caldo primitivo» del que parte la vida en nuestro planeta, tanto como sobre la muerte, la misma que aparece guiando los designios de algunos personajes de sus pinturas, escribe Juan Francisco Rueda para ABC.
Junto a ello, enuncia la vanitas y el memento mori a través de imágenes y metáforas que se convierten en alusiones a nuestra finitud y lo vulgar de nuestra «materia»: la carne que se representa de manera rotunda, obscena y en su propia condición, casi como meras proteínas y viandas. Frente a ese reflejo existencial que recibimos envuelto en su excesivo y delirante mundo, la Naturaleza es invocada continuamente como instancia superior y cuasi divina, primigenia y eterna.
Gótico y siniestro
Pero parte de esa perturbación puede provenir también del lenguaje de Ryden y del tono tantas veces siniestro y gótico (oscuro y arcano) que desarrolla. También de su desbordante imaginario, profundamente heterogéneo y que puede llegar a saturar literal y metafóricamente la obra, el espacio pictórico y el mensaje. Su pintura es eminentemente narrativa y de gran complejidad debido al empleo de numerosos símbolos y códigos. El artista se apropia de iconografías, transformándolas según las necesidades de sus fabulaciones. En esa transformación aparece el sincretismo; así, vemos desfilar en sus telas iconografías católicas, masónicas o celtas, sintetizándose en ocasiones entre ellas. De ahí que las obras sean densas, por momentos herméticas, ya que las imágenes «arrastran» significados que son usados o variados según el contexto y el nuevo tratamiento que les otorga.
Densidad que parte también de las composiciones, en ocasiones rayanas en el horror vacui. Su imaginería, caracterizada por la infantilización de los personajes y la presencia de lo escatológico, posee una estilización decadente y afectada, mientras que la factura es de una sofisticación y perfección abrumadoras. Sin embargo, donde el eclecticismo de Ryden alcanza un grado paroxístico es en la reformulación, sin complejos ni prejuicios, de numerosos estilos históricos: un aire goticista, si no medievalista, tienen algunas piezas, mientras que otras toman al Barroco, al Rococó o al Romanticismo como referentes, estilos marcados por el sentimentalismo.
La obra de Ryden debe ser puesta en contexto con ciertas coordenadas del imaginario norteamericano, tanto como con algunos desarrollos artísticos de aquella nación. Justamente, en esto último se aprecia ese aire revival y revisionista que tiende puentes con periodos y estilos «marcados a fuego» en la cultura del gigante americano. Uno de ellos es el empleo de puestas en escena que remiten a la conquista del Oeste, a los siglos XVIII y XIX, y que enlazan, al margen de estilos, con cierta evocación de una genealogía del país que hicieron en los años treinta pintores regionalistas como Thomas Hart Benton.
Los grandes «hits»
Ryden rescata en este ejercicio de «exhumación» el que será uno de sus grandes iconos junto al Sagrado Corazón de Jesús: Abraham Lincoln. Este aparece continuamente citado con profundas variaciones. La presencia de estos iconos y los diálogos que se establecen entre los numerosos elementos y personajes, a veces en función a yuxtaposiciones paródicas y operando contra la lógica y el decoro, justifica esa definición de su poética como «surrealismo pop». Muchos de esos «encuentros» entre figuras heterogéneas propician fogonazos de delirante humor y escenas bizarras que, en alianza con la trascendencia de muchos de los temas (vida y muerte) y de la artificiosidad y ampulosidad del estilo, propician cierta vis kitsch. Para él, este último es un espacio de conexión con lo colectivo y lo popular.
Los propios surrealistas, conscientes de que eran partícipes de una orientación espiritual inextinguible al modo de una constante que en ocasiones se manifestaba con mayor virulencia, vieron concomitancias estilísticas y de intereses en la obra de periodos anteriores y de creadores como Goya, Füssli o El Bosco, quienes, tamizados, afloran en la pintura de Ryden. André Breton, en el Primer Manifiesto del Surrealismo (1924), se atrevía a precisar el vínculo de numerosos autores con el surrealismo en relación a un aspecto concreto. Señaló Breton: «Swift es surrealista en la maldad», o «Sade es surrealista en el sadismo». Parafraseándolo, diríamos ahora: Ryden es surrealista en lo «kitsch» y en lo pop.
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