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«Una conversación de borrachos es más proclive a brillar que ninguna otra», afirma Bitar. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de abril de 2016. (RanchoNEWS).- El escritor santafesino arriesga que si hay un espíritu inherente a su ciudad, «seguramente debe tener que ver con la cerveza». Y su texto es de naturaleza anfibia, a caballo entre el mecanismo narrativo de la crónica, la respiración poética y el laboratorio documental. Una nota de silvina Friera para Página/12.
«Los borrachos no son nada sin sus promesas.» Esta frase magistral, releída en voz alta para someterla a la infructuosa prueba del desgaste, está en el punto de inicio de un librito maravilloso, Historia oral de la cerveza, de Francisco Bitar. Publicado por la editorial de la municipalidad de Rosario, es un texto de naturaleza anfibia, a caballo entre el mecanismo narrativo de la crónica, la respiración poética y el laboratorio documental. «Dolor de cabeza con gusto a porrón, le dicen en Santa Fe a la marca archirrival, la que lleva el nombre de un partido del Gran Buenos Aires y que actualmente se fabrica en Brasil», chicanea el cronista y narrador santafesino desde las páginas del libro, la figura que aprieta el «play» para desgrabar y reescribir las derivas espumantes de la oralidad, el arte de imaginar un espacio y poblarlo con voces, a pesar de que a medida que avanza en la escucha de las conversaciones descubre que los amigos «no hacen otra cosa que revivir viejas hazañas, y mientras más extremo se presenta el episodio, más satisfecho parece el protagonista».
El librito –literalmente, 81 páginas– puede leerse como la trama no tan visible de la ciudad, el «lado B» o la perspectiva cervecera que se derrama sobre lo urbano. «Imaginate, si cada porrón es una luz y sacamos una foto satelital: Santa Fe sería como Nueva York», dice Damián, uno de los personajes, con tono irónico y desafiante. «La historia de Santa Fe se escribe a la par de la cervecería. La cervecería Santa Fe es una de las más importantes de la zona; es la que produce Budweiser, Heineken y algunas otras más. Si hay un espíritu o carácter del santafesino, debe tener que ver seguramente con la cerveza», sugiere Bitar, autor de los libros de poemas Negativos (2007), El olimpo (2009 y 2010), Ropa vieja: la muerte de una estrella (2011), The Volturno Poems (2015); de la nouvelle Tambor de arranque (2012), y de los volúmenes de cuentos Luces de navidad (2014) y Acá había un río (2015). «Un poeta neoyorquino, Joe Gould, buscó hacer una historia oral de Nueva York y registró conversaciones en el subte y en los bares. El mismo decía que tenía como 10 mil páginas escritas con registros orales de la ciudad –recuerda el poeta y narrador santafesino a ese personaje de la bohemia artística neoyorquina de las décadas del 20 y 30 del siglo pasado–. Si ese material existió, se perdió porque Joe Gould estaba medio loco y no se sabía si era cierto lo que decía. Rescaté esta idea con los registros orales que grabé en mi teléfono celular de conversaciones con amigos y mi mujer.»
«1976-1983: contracción del mercado cervecero. Descenso continuo del consumo per cápita. Pérdida gradual de la rentabilidad», se lee en una parte de Historia oral de la cerveza. Ese modo de intentar plasmar lo indecible de la dictadura militar invierte el tono de celebración etílica por una modulación afligida. «Uno de los recursos permanentes es que el cronista no interviene, salvo para decir cómo está ensamblando las partes. El cronista recurre a distintas fuentes, como las memorias de la cervecería entre el 76 y el 83 en un libro sobre la historia de Otto Schneider, que fue uno de los fundadores de la cervecería Santa Fe. El mercado se contrajo durante la dictadura, lo que supuso una retracción del consumo. Esto es una nota triste porque la gente consumía menos cerveza. Lo de la dictadura funciona como una especie de página negra, algo que todavía no se puede simbolizar –plantea Bitar a Página/12–. Si la bebida es la forma de elaborar algo, aunque sea de la manera más precaria, en el punto de la dictadura no se puede elaborar nada... Me parece que era una manera de decir lo que no se puede decir.»
«Una conversación de borrachos es más proclive a brillar que ninguna otra», anota el narrador-cronista en una acertadísima observación. «Hay un guiño a lo que decía (Ricardo) Zelarayán en el epílogo de La obsesión del espacio. Yo lo recuerdo así: él estaba tomando algo en un bar y escucha que un tipo le dice al dueño del bar: ‘cuando nosotros hablamos, salen cositas’... Hay una reivindicación de la oralidad ahí, pero además Zelarayán traza una relación entre esa oralidad, entre ese tipo de ‘cositas’ que saltan en conversaciones, con la oralidad de los borrachos, y dice que los borrachos tienen conversaciones proclives a que salten ‘cositas’ –explica Bitar–. Habría una rémora que viene un poco de mi poesía, pero también de cierta poesía de los 90 que tiene que ver con una especie de festejo del escabio. La idea de que la cerveza puede hacer brillar la conversación viene del lado de la poesía. La cerveza como aquello que nos hace bardear, pero no en el sentido del bardo como diatriba o como enfrentamiento, sino bardear como el canto, como poeta. Estoy pensando ahora que el libro propone que la dinámica de una conversación entre borrachos es que uno empieza a hablar y supone más o menos lo que va a decir, pero en el decurso de la conversación aparecen nuevas ideas que generan una suerte de conversación infinita. El libro propone, a través el montaje, que las conversaciones van a la deriva, pero que hay cierto orden también».
El Puente Colgante es uno de los emblemas de la comunidad. «Al mismo tiempo que se habla del Puente se puede hablar de Santa Fe, tiene esa cosa de sinécdoque: si tomamos la historia del Puente, necesariamente vamos a tener que hablar de la ciudad –advierte el escritor–. El Puente fue reconstruido cuatro veces, pero todos lo usamos como si nunca hubiera estado caído. El puente cortado al medio es el Puente de mi infancia y de mi primera juventud. Lo que me interesaba de los suicidas es la imagen de una visión de la ciudad inmejorable. Si uno se sube al Puente Colgante, a una de las torres o de las antenas, puede ver la ciudad de este a oeste y de norte a sur en su totalidad. Dos o tres veces por año hay tipos que se suben al Puente Colgante y amenazan con suicidarse, aunque generalmente no se tiran. El tipo que se está tirando del Puente no solo dice algo de la ciudad, sino que ese tipo le está diciendo algo a la ciudad. El Puente, tanto como la cervecería, es el símbolo del progreso, de la conectividad, del acceso a las rutas. Elegir ese lugar para suicidarse es una manifestación en contra de ese progreso.»
Bitar admite que el trabajo con la oralidad es muy importante. «Cuando escribo un poema o un cuento, a veces los veo y otras veces los escucho. Para mí está el narrador, que tiene una lengua cercana a la oralidad, y está el discurso directo, los personajes hablando, que en función del verosímil tienen que hablar lo más parecido a como se habla en la calle. Pero esas oralidades directas, tal como se escuchan en la calle, no sirven para el texto. La oralidad trasladada al texto no funciona. Ahí está la transformación propia de la narración. Me parece que hay que buscar el equilibrio entre lo que necesita el texto y cómo se habla en el mundo.»
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