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El escritor publica Desde la sombra, una novela protagonizada por un hombre corriente atrapado en un armario y que abraza su nueva condición de «fantasma». (Foto: Juan Millás)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de abril de 2016. (RanchoNEWS).- Cuando era un niño, a Juan José Millás (Valencia, 1946) lo instalaban en la habitación de sus padres cuando se ponía enfermo. En su estado febril, trabó una relación mágica con el gran armario de tres cuerpos que había frente a la cama. «Me impresionaba que usaran la palabra cuerpo para referirse a él, por su carga biológica. Era un espacio grande como un apartamento, podías entrar y encerrarte en él, era como viajar a otra dimensión». De adulto, el escritor y periodista asimiló además el simbolismo que suele asociarse a este tipo de muebles como «metáfora del útero materno, de un ataúd, del subconsciente». Cuando empezó a escribir, urdió varios cuentos en los que aparecían armarios e incluso pensó en escribir todo un libro de relatos protagonizados por ellos. No llegó a hacerlo, pero siguió dándole vueltas al tema durante décadas y las imágenes mentales que ha ido recopilando en todo este tiempo han cristalizado ahora en Desde la sombra (Seix Barral), una novela «de medio aliento» protagonizada, como otras de Millás, por un hombre solitario e inane que se ve envuelto en una situación extraordinaria. Fernando Díaz de Quijano lo entrevista para El Cultural.
El personaje principal, que se ha quedado sin trabajo y apenas tiene relación con el resto del mundo, roba por impulso un objeto en un mercadillo de antigüedades y se esconde del vigilante de seguridad en un armario que acaba instalado, con él dentro, en casa de unos desconocidos. El giro que convierte a la novela en una historia a caballo «entre el género fantástico y el de misterio» llega cuando el insospechado inquilino decide quedarse a vivir con la familia que habita la casa sin revelar su presencia, como un fantasma protector. A la singularidad de la trama se suma la peculiar forma que ha dado Millás al monólogo interior del protagonista: este imagina que es entrevistado continuamente en un programa de televisión con una audiencia planetaria.
El armario es un objeto muy significativo para usted. ¿Cuánto tiempo lleva dándole forma a esta novela?
He prestado durante décadas una atención flotante a esta novela. Me metía en la cama y me imaginaba metido dentro de un armario en una casa ajena, escuchando conversaciones de una familia extraña. Durante todo este tiempo he ido aceptando y desechando imágenes. Escribir se parece mucho a montar vídeo y cuando me puse a escribir esta historia esa labor de edición ya la tenía empezada. No tenía una línea argumental clara, pero sí la atmósfera y muchos datos de los personajes. Ha sido al revés de lo que me pasa con el resto de mis novelas. Siempre empiezo con una idea que me obsesiona y tiro del hilo dando por supuesto que llegaré a alguna parte. Por fortuna siempre he llegado a puerto.
En este libro aparecen los temas recurrentes de su obra: el desdoblamiento de la identidad y el extrañamiento de uno mismo y del mundo. ¿Diría que son sus obsesiones literarias?
Sí, cada escritor tiene un par de obsesiones centrales y varias periféricas. Esto se nota más en escritores de medio aliento, como Borges, Cortázar y Bioy Casares, que siempre escriben del mismo tema desde distintos puntos de vista. Mis asuntos son el desdoblamiento, la extrañeza, la soledad, la identidad y las dificultades de la relación con el mundo y aquí también están presentes. Es curioso porque cuando se dice que un autor escribe siempre sobre los mismos temas, a veces se menciona como una virtud y otras como un defecto, pero yo no he conseguido averiguar por qué en unos casos es bueno y en otros, malo.
El protagonista decide quedarse a vivir en el armario por el atractivo de convertirse en un ser invisible. ¿También es un anhelo del autor?
Yo firmaría ahora mismo ser invisible. Ojalá pudiera convertirme en un fantasma en sentido literal y prescindir del cuerpo, que es una incomodidad tremenda, y más en tiempos de crisis, porque tienes que alimentarlo y vestirlo. De todas formas, el protagonista del libro no toma la decisión de quedarse en la casa, es la decisión quien la toma a él y acaba encontrando su lugar en el mundo por casualidad. Descubre las ventajas de pertenecer a una familia sin asumir los riesgos y compromisos que conlleva en la realidad.
Él fantasea con la celebridad en esas entrevistas que se imagina, pero al final alcanza realmente la fama sin tener que salir a la luz pública. ¿Es la forma perfecta de triunfar?
Sí, cuando pienso en el estatus que me gustaría tener como escritor, sería ese.
¿Como Salinger?
No, Salinger era conocido aunque viviera aislado. Pienso más en el fenómeno de Elena Ferrante en Italia, que nadie sabe quién es. Eso tiene que ser un placer enorme. Todo escritor ha fantaseado con emprender una segunda carrera literaria con seudónimo, pero es muy difícil alimentar dos identidades.
¿Usted tuvo un amigo imaginario de niño?
No, monologaba mucho y tenía muchas fantasías, pero no recuerdo cómo eran. Ya de adulto mi manera de monologar ha sido la que aprendí en la literatura. Con el protagonista de esta novela no quería usar el monólogo clásico, que está muy desgastado y además es muy pesado. Se me ocurrió este recurso de imaginar que alguien le entrevista permanentemente y esto, además de solventar el problema, me servía para expresar la cultura en la que vive este hombre, que procede de la televisión. Lo que ha sido una sorpresa para mí es que bastante gente me cuenta que tiene esa fantasía de que le entrevistan. Por ejemplo, hablando del libro el otro día en la SER, Gemma Nierga contó que de pequeña, en la bañera, imaginaba que acababa de ganar una competición de natación y que la entrevistaban al borde de la piscina.
En un momento del libro el protagonista le dice a su entrevistador que la bondad le aleja a uno del mundo. ¿Usted también lo cree?
Absolutamente. Ser bondadoso en un mundo como este te convierte en un perdedor, es un estigma. Por supuesto, la gente dice que la bondad es estupenda, pero es como los que dicen que ven documentales de La 2, está bien vista en la teoría, pero si vas a una entrevista de trabajo y dices, cuando te preguntan tus virtudes, que eres una persona bondadosa, se acabó la entrevista.
En la tercera página el entrevistador ficticio menciona el «capitalismo sin alma» y uno piensa que tiene entre las manos una novela de denuncia social o de crítica de la actualidad, pero luego resulta ser una cosa muy distinta.
Sí, pero curiosamente esta novela que a primera vista parece una mezcla de fantasía y misterio, es en el fondo la novela más política que he escrito. Pero su carga política -el mundo hostil que hay fuera del armario es el que le ha conducido a él-, no está en el primer plano, sino donde debe estar. Cuando desde algunas posiciones políticas se le exige compromiso al escritor, es como exigirle algo tan ridículo como que cante la Internacional mientras escribe.
A lo del «capitalismo sin alma» el protagonista responde que se desenvuelve en él como los peces en el agua. «Sin comprender el medio, igual que el pulpo no necesita comprender el océano para vivir en él». ¿Cree que esta incomprensión del sistema en el que vivimos es la causa de muchos males de nuestra sociedad?
Sí, es una consecuencia retardada de la caída del muro. El otro sistema sería mejor o peor, pero el mundo occidental sabía que había una alternativa. En estos momentos la gente vive con la conciencia de que no hay alternativa, esa es la razón de la sumisión tan tremenda a un mundo tan profundamente injusto. No verás en la naturaleza un mundo tan cruel como el humano, no verás escenas como las de los refugiados en Grecia, niños con fiebre, la ropa mojada y los pies en el barro.
Ahora Booket publica también una edición de El desorden de tu nombre que conmemora su trigésimo aniversario. ¿Qué siente al repasar su propia obra, al evaluar lo que ha pasado en su carrera literaria desde que empezó?
Tengo de mi propia vida y de mi trayectoria como escritor una percepción bastante fragmentaria, onírica. No tengo un gran afecto por mi obra, es más, me da pudor decir «mi obra». No he vuelto a leer un libro mío después de publicado. Ni se me pasa por la cabeza, es como si lo hubiera escrito otro, aunque me gusta que me paguen sus derechos de autor. Por eso no entiendo que algunos escritores corrijan sus libros antes de reeditarlos, porque es enmendarle la plana a otra persona que lo hizo lo mejor que pudo y que ya no eres tú. Entiendo que lo hacen por una idea de propiedad de la obra y de posteridad que yo tampoco tengo.
Si no le importa el conjunto de su obra ni la posteridad, ¿qué le empuja a escribir?
La necesidad de explicarme algo. Escribo por las mismas razones por las que leo: porque no estoy bien. Si estuviera bien, no leería ni escribiría, disfrutaría de la vida. Cuando escribo, mi malestar se atenúa.
¿Qué está escribiendo ahora?
En los últimos tres años, Juan Diego ha interpretado un monólogo mío titulado La lengua madre en Madrid y otras ciudades. Yo voy los viernes a los cines Princesa y una noche, al volver, se estaba representando en el teatro Luchana y al pasar por delante me imaginé la sala llena -porque llenaba todos los viernes- y me produjo una gran satisfacción saber que yo estaba fuera pero que allí dentro se estaba representando un monólogo mío. Sentí una excitación extraña, como la invisibilidad de la que hablábamos antes, y eso me animó a escribir una obra con dos personajes a la que estoy dando los últimos toques.
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