C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de abril de 2021. (RanchoNEWS).- Esta nueva biografía de Oscar Wilde (Dublín, 1854-París, 1900) no es mejor que la de Richard Ellmann (Oscar Wilde), terminada casi in extremis junto a la vida del célebre biógrafo en 1987. Es más detallada, a ratos insulsamente detallada, empeñado Matthew Sturgis en corregir las decenas de errores e inexactitudes cometidos o dejados pasar por Ellmann, quien prefirió ver a Wilde a través de su literatura, según se queja este nuevo y puntilloso biógrafo. No es que Oscar sea una mala biografía ni que Sturgis sea malagradecido con Ellmann, ni que leamos en ella interpretaciones descabelladas, como la de Giles Whiteley (Oscar Wilde and the simulacrum. The truth of masks, 2015), quien vuelca sobre Wilde toda la logorrea postestructuralista sin recordar una sola vez –como lo haría un Jules Michelet– que para empezar no solo «Inglaterra es una isla», sino Oscar Wilde fue, también para empezar, un esteta irlandés... Tampoco Sturgis pretende convertir al autor de Epistola: in carcere et vinculis («De profundis») –su única obra maestra según W. H. Auden– en el primer militante de la causa gay –que no lo fue– como pretenden sus exégetas queer.
Todavía en el Trinity College de Dublín y en el Magdalen College de Oxford, el joven Wilde era uno más de los inteligentísimos y apuestos –aunque un poco convencionales aún en su flema– eminentes jóvenes victorianos. Lo que cambia todo es su gira a Estados Unidos en 1882. Con Wilde nace el escritor como figura mediática al encontrarse el esteta en campaña con el periodismo –esa invención singularmente estadounidense, según el propio Wilde– y hacer de la conferencia una puesta en escena literaria, crematística y hasta política.
El texto de Christopher Domínguez Michael lo publica Letras Libres