martes, noviembre 22, 2005
Matemática del caos
J. A. MASOLIVER RÓDENAS
B arcelona, España. 16/11/2005. (La Vanguardia).- Una feliz coincidencia nos acerca simultáneamente a tres importantes facetas de la escritura de Sergio Pitol (Puebla, México, 1933) que es, hoy por hoy, uno de los más grandes escritores de nuestra lengua y el maestro que más cerca está de los nuevos planteamientos narrativos tanto en España como en América Latina. La segunda edición de El desfile del amor,publicada por Anagrama, coincide con la publicación del Tríptico del Carnaval (El desfile del amor, Domar a la Divina Garza y La vida conyugal), segundo volumen de las Obras completas editadas por el Fondo de Cultura Económica.
Este tríptico representa el punto álgido de la obra narrativa de Pitol, allí donde se desarrolla al máximo su poética, su identificación con algunos escritores clave en su trayectoria, muy especialmente Bajtin y Gogol, su visión cruel, despiadada, carnavalesca de la sociedad mexicana. Y pese a que Pitol insistirá en las distintas etapas de su escritura, cada nuevo libro suyo nos remite a su obra anterior. De ahí la oportuna recuperación de sus relatos, Los mejores cuentos, que se abre con un verdadero clásico, Victorio Ferri cuenta un cuento, donde está lo más esencial de un escritor nacido en Puebla pero que ha vivido su infancia en la Córdoba mexicana. Los Ferri son una familia, una estirpe maldita, dominada por la maldad, la intriga, el rencor, las confusas pasiones soterradas, dominados por la miseria moral, también por el desenfreno, el caos y la locura. En Vals de Mefisto se nos dice que la anécdota, esa trama a la que Pitol se muestra siempre tan atento a la hora de reflexionar sobre su obra o sobre las lecturas que le han marcado, «como en casi todo lo que escribía, era un mero pretexto para establecer un tejido de asociaciones y reflexiones que explicaban el sentido que para él revestía el mismo acto de narrar» y donde «cada acorde del Vals se vuelve burlón, sarcástico, escarnecedor». Cada cuento es un mundo y todo el mundo pitoliano. La fragmentación, la digresión, la memoria, el juegode conjeturas, el misterio constituyen el núcleo narrativo. Y así, en cada uno de ellos encontramos un tejido que se nos va haciendo familiar, que se va intensificando, que va aceptando la intromisión de elementos ensayísticos y autobiográficos, donde el cambio radical con respecto a su primera escritura es la desaparición de la infancia que había tenido, a modo de exorcismo, una presencia definitiva en sus primeros textos y quetendrá en el último ciclo de su escritura inaugurado con El arte de la fuga.
Al interés de los relatos, un género en el que ya desde muy joven Pitol ha mostrado una desconcertante madurez, hay que añadir el largo prólogo de Enrique Vila-Matas. Nos encontramos con un espíritu afín a los gustos literarios, a la ruptura de los géneros y a las tradiciones nacionales. Como hace Pitol en el último texto de El mago de Viena, está escrito en forma de diario. Al igual que Pitol, se mezcla la exaltación de la amistad con lo narrativo y con un original análisis de algunos de los relatos centrales del libro prologado.
El mago de Viena puede considerarse como una continuación de El arte de la fuga y de El viaje. Una escritura fragmentaria y a la vez totalizadora en la que se encuentran todas sus experiencias vitales y literarias. El sentido de unidad está marcado por la misma estructura del libro: una sucesión de secciones de amplia variedad temática que van fluyendo ininterrumpidamente, lo que explica la ausencia de un índice. Un fluir fortificado por las continuas reflexiones sobre sus lecturas preferidas, su propia obra y sus ideas sobre la escritura. El rasgo más notable, algo que comparte con Vila-Matas, es la identificación con los escritores que admira, con comentarios a su vida y su obra iluminadores y magistrales; y al mismo tiempo pueden confundirse con la invención, como ocurre con uno de los textos más fascinantes del libro, De cuando Enrique conquistó Asjabad y cómo la perdió, donde a las prodigiosas aventuras de Vila-Matas hay que añadir las del propio autor así como sus iluminadoras observaciones sobre Gogol.
En todo este hervidero laten, como he dicho, las ideas estéticas de Pitol como parte integrante de la narración: su defensa del lenguaje, de la Forma, del instinto y de la inspiración, del misterio, de la oscuridad, de lo secreto, de la fusión de lo fabuloso y lo cotidiano, de la lectura y el sueño. Su visión de la escritura como una matemática del caos que se mueve entre la aventura y el orden, lo cual explica su rechazo de las vanguardias. La muerte del héroe en la literatura contemporánea explica el dominio de la comicidad y la crueldad, de la parodia y de lo carnavalesco que a su vez explican la prosa afiebrada, lo desorbitado, lo raro y lo excéntrico. Pitol no sólo ha roto radicalmente la barrera entre los géneros sino que ha roto la frontera entre los escritores cercanos a él como Chéjov, Gogol, Kafka, Svevo, Faulkner, Henri James, Borges, Rulfo, Arreola, Bioy Casares, Gombrowicz o, reividicados por él, Evelyn Waugh, Flann O'Brien o Firbank. Escritores cercanos a él por la amistad y por una misma necesidad renovadora como Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo, Margo Glantz y, por encima de todos, Carlos Monsiváis. Y, finalmente, escritores más jóvenes como Mario Bellatin, César Aira o Vila-Matas.
Al mundo de la escritura, con abundantes referencias iluminadoras y exigentes a su propia obra, desde sus primeros cuentos hasta El arte de la fuga, hay que añadir el no menos fascinante mundo de sus viajes, llenos de experiencias delirantes, con personajes extraordinarios y con la presencia de un narrador que reacciona con una inusitada intensidad ante la belleza, con irónica preocupación por sus problemas de salud y con un sentido del humor único. Este sentido del humor que permite que la grandeza de estas páginas nos sea tan accesible.