JORGE CARRIÓN
Barcelona, España. 09/11/2005. (La Vanguardia).- No hay librería impostora más fácil de detectar que aquella que ofrece libros debidamente precintados.
Interior librería Shakespeare & Co.
1. Teoría del hotel y del caos
La epifanía del viaje es el encuentro. Entre dos personas; entre el viajero y un espacio; entre un viajero y un tiempo. La librería es al mismo tiempo un lugar de paso y un contexto sedentario. En su afán devorador, el supermercado de libros engulle los elementos que han individualizado a la librería tradicional. La cafetería o el trato personalizado son, una vez imitados, reproducidos en serie. Sin embargo, hay elementos cuya copia no es posible. Por ejemplo, las fachadas vetustas, idóneas para la postal. O por ejemplo la tendencia a devenir hotel.
Todo el párrafo anterior se vuelve espacio en la librería más famosa del mundo: la Shakespeare & Co. de París. Cuenta George Whitman, su alma máter, que desde que leyó por primera vez al viajero francés Michel Peissel deseó conocerlo; cuando éste finalmente visitó la librería del número 37 de la Rue de la Bûcherie, le confesó que ya se habían conocido mucho tiempo atrás, porque en la adolescencia el futuro trotamundos había comprado allí los relatos de viajeros que habían provocado sus ansias de partir. Era un doble encuentro con el origen. El del escritor con la librería donde se gestó su vocación y el del librero con el recuerdo de sus tiempos de vagabundo.
Whitman sostiene que su local se convirtió en hotel porque de algún modo debía devolver la hospitalidad que él había recibido en su juventud sin domicilio. Por eso su lema es: "Be not inhospitable to strangers lest they be angels in disguise".
Abrió en 1951. Con el tiempo la planta baja fue absorbiendo los metros cuadrados adyacentes: tres locales comerciales y tres viviendas se han fundido en un "wonderland of books" (Henry Miller dixit). ¿Con qué objetivo? Con el de succionar todo lo que tiene que ver con el libro. El té o el café de la tarde. La biblioteca personal y la pública. El sofá y la cama para los invitados. Cultiva la fidelidad a Hemingway, Pound, Gertrude Stein o Joyce, que frecuentaron la Shakespeare and Co. de Sylvia Beach, su precedente directo, porque en el legendario establecimiento de entreguerras se inspiró Whitman para su proyecto.
Hay otra característica de la librería tradicional que no puede ser clonada por las superficies comerciales: la tendencia al caos. Obviamente, la informatización del mundo controla el impulso natural de una librería al laberinto. Sin embargo, la librería parisina es puro desorden disfrazado de clasificación. Los espejos y los cuadros colaboran a ese ambiente saturado, tan propio de las librerías de viejo. Una sensación similar se tiene al entrar en la mejor librería de Sydney, Gleebooks, inaugurada en 1975: te salta a los ojos un calidoscopio abigarrado de lomos multicolores, estanterías de color cerezo, moqueta verde, portadas expuestas en las paredes... Pronto, no obstante, descubres el orden, nunca evidente. Se diría que en la librería tradicional el caos tiene que figurar, aunque sólo sea en apariencia. Humano. No hay librería impostora más fácil de detectar que aquella que ofrece libros debidamente precintados.
2. Teoría de la galería y del subsuelo
De los tenderetes de libros junto al Sena, de las casi tres mil librerías de París, a la proliferación de locales en Buenos Aires. El puente transatlántico no es imposible: pese a la crisis, la capital argentina sigue siendo un hormiguero de librerías. Sobre todo de segunda mano, pero también hay cadenas como El Ateneo, con su local faraónico de la calle Florida y con el espectacular Grand Splendid de la Avenida Santa Fe, donde se puede leer rodeado por la arquitectura monumental de un teatro. Pero en el subsuelo (la vocación underground de la cultura) debe perseguirse el rastro de la librería total.
Sus fragmentos son albergados en muchas galerías comerciales. Borges iba a La Ciudad, en los locales 16 y 18 de la Galería del Este. De todas las esquinas de Buenos Aires, la más antigua consagrada a los libros es la de la Librería de Ávila. Tiene sótano con libros y café. Se han vendido desde 1785, frente al actual Colegio Nacional. En el siglo XIX la frecuentaban entre otros Sarmiento, Groussac y Moreno, el perito que dio su nombre al glaciar. El actual edificio - art deco- es de 1926; durante décadas fue propiedad de la Editorial Sudamericana; desde 1994 es propiedad de Miguel Ángel Ávila. Su subsuelo alberga una inagotable colección de libros y revistas antiguos: los ejemplares de Sur con textos de Borges u Ocampo enlazan el presente con el fervor cultural de los años veinte y treinta, el de una modernidad periférica.
En pleno centro histórico de Río de Janeiro otra librería mítica ocupa locales de galería subterránea. Se trata de Leonardo da Vinci, que desde 1952 atiende a sus clientes en el 185 de la Avenida Rio Branco. Para ver su importancia, hay que leer el poema de Antonio Cicero A cidade e os livros, donde enumera las galerías, avenidas, cines y librerías de su adolescencia; su descubrimiento de la agitación cultural. Leonardo da Vinci es citada en primer lugar, prioritaria. La vocación de centro cultural de las librerías tradicionales también ha querido ser clonada por FNAC u otras cadenas, pero éstas se rigen por una fugacidad que no admite la frecuentación ni la tertulia, cuyas condiciones de existencia pasan por la duración. Por debajo del nivel del tráfico urbano, en Leonardo da Vinci se reunió el modernismo brasileño. Y Drummond Andrade dejó como testimonio el poema Impurezas do branco.
Interior Seminary Co-op Bookstores de Chicago, librería de la calle 57.
3. Teoría del conocimiento
En la librería tradicional, por tanto, se invierte el orden de la ascensión platónica. Para conocer hay que descender. Física o simbólicamente. También Los tres locales de la Seminary Co-op Bookstores de Chicago cumplen ese requisito. La mayor librería académica de Estados Unidos se abrió en 1961. Su exquisita y amplia selección de novedades internacionales se debe a la colaboración de profesores universitarios e intelectuales locales, que confeccionan las listas periódicas de los títulos que Co-op debe adquirir. Durante muchos años, Saul Bellow fue uno de esos eruditos clientes que contribuyó anónimamente a la creación de un laberinto de conocimiento.
Mucho se ha hablado de la importancia del hotel y poco de la de la librería en la configuración de la literatura de viajes.
Interior librería Standfords.
Bruce Chatwin - según un rumor que no pude confirmar in situ-compraba sus mapas en Stanfords, el establecimiento londinense con dos sedes: una en Covent Garden y la otra en la Royal Geographical Society. Donde el doctor Livingstone y Wilffred Thesiger, además del doctor Watson (en El sabueso de los Baskerville) habían también comprado mapas y proyectado odiseas. Stanfords nació en 1852, en plena expansión colonial británica. La cartografía del globo empezaba por casa: en 1862 editó el mejor mapa de Londres que se había hecho hasta la fecha. Desde entonces se ha convertido en un ejemplo de la contribución de la librería al mapeo del mundo.
4. Teoría de la librería monumento
¿Qué tuvieron los años cincuenta para haber creado tres de las librerías más importantes del planeta? En 1951, Shakespeare and Company; en 1952, Leonardo da Vinci; en 1953, City Lights de San Francisco. La sede de la Generación Beat nació tras una estancia de Lawrence Ferlinghetti en París, en la cual conoció a George Whitman, quien entonces recién daba los primeros pasos con Le Mistral, el primer nombre de Shakespeare & Co. Ferlinghetti regresó a San Francisco en 1951 y dieciocho meses después inauguró City Lights. Dos años después nació la editorial. Aullido y otros poemas,de Ginsberg, se puso a la venta en otoño de 1956. Al año siguiente, Shig Murao, el dependiente de la librería, fue arrestado bajo la acusación de corromper a menores con los libros que vendía. Así nació el mito. En 1959, antes de un recital, Ginsberg advirtió a los asistentes que su poesía era de inspiración divina. Se hallaba en el lugar justo: el templo consagrado por su generación, que venerarían las siguientes.
La energía de City Lights, de nuevo, se alimenta de la tensión entre viaje y quietud. Su dinamismo brotó de los traslados de la Generación Beat; pero se mantuvo a largo plazo gracias a la fe de Ferlinghetti. La trayectoria parte del viaje y llega al posturismo: centenares de turistas visitan a diario el local de la Columbus Avenue. Tal ha sido el destino de tantas otras librerías tradicionales. La casa de libros de anticuario Heckenhauer, en Tübingen, es lugar de peregrinaje porque en ella trabajó un joven Herman Hesse. La Livraria Lello, de la Rua das Carmelitas de Porto, es lugar de visita tanto por sus libros como por ser -según Vila-Matas- la librería más bella del mundo. De algún modo, cada ciudad tiene la librería que se merece, la que mejor mimetiza su estética y su inquietud intelectual y su pulso.
Cuando pregunté en Marrakech por la mejor librería de la ciudad, me recomendaron la librería-papelería de Mlle El Ghazzali Amal, muy cerca de la Plaza Djamaa El Fna, que se abrió en 1956. Me desilusionó encontrarme con un local en que las libretas y las calculadoras tenían tanta importancia como las ediciones baratas de Le Rouge et le Noir. Salí cabizbajo y me acerqué a uno de los cuentacuentos de la plaza, que no en vano es Patrimonio Oral de la Humanidad. Tardé mucho, demasiado tiempo en darme cuenta de que estaba rodeado de libros. En la mejor librería de Marrakech. Rabiosamente viva. Para librarme del tópico orientalista, en los días siguientes descubrí otras librerías más convencionales. En los años siguientes, en librerías de medio mundo, extrañamente, me asaltaron las mismas imágenes de la plaza marroquí. Mediante teorías sin más fundamento que el de la mirada, continúo buscándoles sentido.