紫式部像
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC
Barcelona, España. 23/11/2005. (La Vanguardia).- Tiene razón Tesuka Noburo: Murasaki Shikibu (978-1031) es la escritora japonesa de mayor talento de todos los tiempos y el Genji monogatari una estilizada historia de amor donde se explora el alma masculina con una acuidad prodigiosa, rara veces vista en la literatura universal. La comenzó a escribir en el año 1008, tras haber quedado desolada, triste y perpleja por la muerte su marido, encadenando una serie relatos cortos, un recurso habitual en la época Heian (794-1192).
La cultura japonesa de aquel tiempo fue el resultado de un pacto político entre los emperadores y los poderosos miembros del clan Fujiwara que se visualizó con el traslado de la capital a Heian-kiô, la ciudad de la paz y de la calma (la futura Kyoto), residencia del emperador hasta la revolución Meiji. Durante esa larga edad de oro tuvo lugar una fructífera creatividad artística que posibilitó la escritura japonesa gracias a los concursos poéticos conocidos como uta-awase. Los primeros se celebraron en la casa del poeta Ariwara no Yukinari a finales del siglo IX, aunque los más atractivos tuvieron lugar en el palacio Teiji-in del emperador Uda en el año 913. Los temas sometidos a litigio son propuestos por los miembros del jurado mediante un preciso ceremonial cortesano cuya etiqueta muestra la exigente tensión lírica con la que se vivían esos momentos. Escribir los sentimientos en japonés se volvió un hábito, melancólico, aunque lúdico, para una pléyade de mujeres entre las que destacaron Ono no Komachi, Ki no Menoto, Kisai no Miya, Sei Shônagon y, por supuesto, Murasaki Shikibu. Lo que todas ellas nos muestran es una rebeldía a favor de la importancia del erotismo en la vida que transforma la tradición budista en lecturas interiorizadas del comportamiento humano.
El Genji monogatari resume esas inquietudes sociales y al tiempo literarias y prevé una solución nueva e ingeniosa que afecta tanto a la materia como al sentido de la obra. En su versión estándar, consta de cincuenta y cuatro capítulos donde se narra lo siguiente: el príncipe Genji el radiante vive una difícil situación a causa del modesto origen de su madre y al hecho de que el padre del emperador reinante le había dado como esposa a la tercera princesa Onna San-nomiya.
En la corte, en los primeros años de su adolescencia, una emperatriz, madrastra del protagonista, que responde al nombre de Fujitsubo, se apasiona de su joven hijastro y le acosa. Sorprendido por este comportamiento y tanto más confundido cuanto que conoce sus consecuencias, Genji parte para el exilio llevando a cabo numerosas hazañas que le convierten en un auténtico héroe a los ojos de las mujeres del palacio imperial.
Tras un placentero viaje de regreso se enfrenta al problema sucesorio en medio de intrigas familiares, recelos, engaños y pasiones encendidas, consagrando unos valores que de por sí suponían una actitud militante contra la inflexible severidad de la corte y a favor de una vida noble y auténtica.
Con el título de Tale of Genji, la obra se publicó por primera vez en una lengua occidental (parcialmente) en 1882 en la editorial Trubner de Londres; el traductor al inglés fue el estudioso japonés Suematsu Kencho. Más tarde, gracias al minucioso trabajo del erudito americano Arthur Waley, volvió a publicarse en 1933. En esta traducción descansan la versión francesa de Kikou Yamata (Plon, 1923) la castellana (e incompleta) de Fernando Gutiérrez (Juventud, 1941) y la italiana de Einaudi. Por fin, después de haber caído en olvido durante varias décadas, aparece la excelente edición crítica de Ikeda Kikan (Tokio, 1958) y poco después el célebre estudio de Ivan Morris sobre la vida de la corte Heian. A partir de entonces se suceden las traducciones íntegras del texto, la alemana de Oscar Benl (Manesse Verlag 1966), la inglesa de Edward G. Seidensticker (Tuttle, 1976) y la francesa de René Sieffert (Plon, 1978-1985), cosechando cada vez mayor gloria entre importantes intelectuales como Marguerite Yourcenar, Claude Levi-Strauss o Yasunari Kawabata. Finalmente, tras la excelente antología de Helen Craig McCullough (Stanford, 1994), aparece la traducción de Royall Tyler (Penguin y Viking, 2001). Hoy llega a España en dos traducciones. La primera publicada por Destino sigue las versiones de Benl, Seindesticker y Siefert matizadas por los particulares gustos de su traductor Xavier Roca-Ferrer hacia el texto de Kikou Yamata. El trabajo viene empañado por dos decisiones discutibles en cualquier edición de un clásico: crea un prólogo mediante el traslado al principio de la obra de algunas digresiones de la autora e inserta notas explicativas de las costumbres de la época entre capítulos rompiendo la unidad del texto. La segunda traducción es una simple versión en castellano de la edición de Tyler, con copiosas notas y el conjunto de las ilustraciones para ofrecernos algunas pistas de cómo son los viejos emaki de Minamoto Mitsuyuki, y consta de un prólogo demasiado prudente y hasta confuso. Pese a ello, tenemos en estos días la rara fortuna de agregar a nuestros anaqueles de obras maestras de la literatura mundial una obra espléndida, sustanciosa y de obligada lectura.
Los juegos amorosos del príncipe Genji pueden ser entretenidos por sí solos, pero contienen un propósito que conviene conocer. Para ello es preciso profundizar en las formas de pensar de la sociedad japonesa de hace mil años, saber por qué se interrogaban de esa manera sobre la vida política, comprender cómo se mantenía el orden social con semejantes historias. Y así es como debemos leerla, entre su calidad literaria y su interés histórico. Dos elementos son esenciales: la manera de concebir el matrimonio y la estructura narrativa.
El precipitado regreso de Genji a la corte se debe a la decisión del emperador de nombrar heredero a Kaoru, el hijo que su esposa había tenido en sus relaciones adúlteras con Kashiwagi. Necesita intervenir porque detrás de ese gesto existe un grave problema entre los emperadores Heian y el clan Fujiwara. El pacto fundacional entre ellos descansaba en el matrimonio entre primos. Parece que existía una crisis y decidieron afrontarla. Los testimonios sobre las actitudes subjetivas ante la ruptura de un sistema social basado en el matrimonio entre primos son tan escasos que vale la pena seguirles la pista (a parte de esta obra sólo la novela cortés europea del siglo XII hizo algo parecido). Genji se escandaliza de la decisión del emperador porque quiere introducir un nuevo valor en el modo de elegir un heredero.
Constata que el sistema antiguo le margina y por eso protesta. Pero no tiene razón. El emperador ha elegido al hijo de su esposa porque es su sobrino uterino, el hijo de su hermana Onna, y el mejor partido para su hija, la Segunda Princesa. El matrimonio entre primos cruzados es la base del Japón Heian, como han demostrado las investigaciones de los McCullough. El emperador de la novela se guía por un prurito de seguridad, pues a través de la unión de dos primos espera establecer el equilibrio en la corte. Lo otro, la postura de ofrecer el trono al héroe de muchas hazañas, a Genji, es un riesgo que no se puede correr, aunque eso significara que para triunfar en la corte, nada podía sustituir a las relaciones de parentesco.
De eso sabían bastante las mujeres que tenían un hijo de talento que sin embargo no contaba con el apoyo suficiente para ascender en la escala social. De eso sabía mucho Murasaki Shikibu, que miraba ese mundo injusto a través de los biombos con una serenidad no exenta de crítica a las decisiones de los hombres. De eso supo también mucho Blanca de Castilla, la excepcional reina de Francia en el siglo XIII, al idear un complicado juego de alianzas matrimoniales para llevar a cabo sus planes políticos.
Este conjunto de relatos (monogatari) forma un entramado que permite considerarlo como una novela, la primera novela psicológica de la historia, escrita seiscientos setenta años antes que La princesa de Clèves de Mme. De La Fayette, la gran anfitriona y mejor novelista de los salones literarios ligados a la corte de Luis XIV. Ambas autoras comparten un mismo aliento poético lleno de desgarradora melancolía y de una sutil autenticidad pocas veces visto hasta entonces en la historia de la literatura, y que volveremos a encontrar en otras novelistas de recio estilo como Jane Austen, George Sand, Kate Chopin o Marguerite Yourcenar. Cada detalle, cada digresión en sus obras contribuye a explicar cómo la introspección en el amor se convierte en una norma social y en un principio educativo para un joven que aspira a ser lo que la sociedad le niega.
Una lección de historia y de psicología que, gracias a la sensata capacidad de observación de Murasaki Shikibu, se vuelve un auténtico retrato de las mujeres y de los hombres de su tiempo, y hace que mil años después la lectura de las mil páginas de su novela siga siendo uno de los mejores modos de comprender el amor, esa razón de la vida.
Barcelona, España. 23/11/2005. (La Vanguardia).- Tiene razón Tesuka Noburo: Murasaki Shikibu (978-1031) es la escritora japonesa de mayor talento de todos los tiempos y el Genji monogatari una estilizada historia de amor donde se explora el alma masculina con una acuidad prodigiosa, rara veces vista en la literatura universal. La comenzó a escribir en el año 1008, tras haber quedado desolada, triste y perpleja por la muerte su marido, encadenando una serie relatos cortos, un recurso habitual en la época Heian (794-1192).
La cultura japonesa de aquel tiempo fue el resultado de un pacto político entre los emperadores y los poderosos miembros del clan Fujiwara que se visualizó con el traslado de la capital a Heian-kiô, la ciudad de la paz y de la calma (la futura Kyoto), residencia del emperador hasta la revolución Meiji. Durante esa larga edad de oro tuvo lugar una fructífera creatividad artística que posibilitó la escritura japonesa gracias a los concursos poéticos conocidos como uta-awase. Los primeros se celebraron en la casa del poeta Ariwara no Yukinari a finales del siglo IX, aunque los más atractivos tuvieron lugar en el palacio Teiji-in del emperador Uda en el año 913. Los temas sometidos a litigio son propuestos por los miembros del jurado mediante un preciso ceremonial cortesano cuya etiqueta muestra la exigente tensión lírica con la que se vivían esos momentos. Escribir los sentimientos en japonés se volvió un hábito, melancólico, aunque lúdico, para una pléyade de mujeres entre las que destacaron Ono no Komachi, Ki no Menoto, Kisai no Miya, Sei Shônagon y, por supuesto, Murasaki Shikibu. Lo que todas ellas nos muestran es una rebeldía a favor de la importancia del erotismo en la vida que transforma la tradición budista en lecturas interiorizadas del comportamiento humano.
El Genji monogatari resume esas inquietudes sociales y al tiempo literarias y prevé una solución nueva e ingeniosa que afecta tanto a la materia como al sentido de la obra. En su versión estándar, consta de cincuenta y cuatro capítulos donde se narra lo siguiente: el príncipe Genji el radiante vive una difícil situación a causa del modesto origen de su madre y al hecho de que el padre del emperador reinante le había dado como esposa a la tercera princesa Onna San-nomiya.
En la corte, en los primeros años de su adolescencia, una emperatriz, madrastra del protagonista, que responde al nombre de Fujitsubo, se apasiona de su joven hijastro y le acosa. Sorprendido por este comportamiento y tanto más confundido cuanto que conoce sus consecuencias, Genji parte para el exilio llevando a cabo numerosas hazañas que le convierten en un auténtico héroe a los ojos de las mujeres del palacio imperial.
Tras un placentero viaje de regreso se enfrenta al problema sucesorio en medio de intrigas familiares, recelos, engaños y pasiones encendidas, consagrando unos valores que de por sí suponían una actitud militante contra la inflexible severidad de la corte y a favor de una vida noble y auténtica.
Con el título de Tale of Genji, la obra se publicó por primera vez en una lengua occidental (parcialmente) en 1882 en la editorial Trubner de Londres; el traductor al inglés fue el estudioso japonés Suematsu Kencho. Más tarde, gracias al minucioso trabajo del erudito americano Arthur Waley, volvió a publicarse en 1933. En esta traducción descansan la versión francesa de Kikou Yamata (Plon, 1923) la castellana (e incompleta) de Fernando Gutiérrez (Juventud, 1941) y la italiana de Einaudi. Por fin, después de haber caído en olvido durante varias décadas, aparece la excelente edición crítica de Ikeda Kikan (Tokio, 1958) y poco después el célebre estudio de Ivan Morris sobre la vida de la corte Heian. A partir de entonces se suceden las traducciones íntegras del texto, la alemana de Oscar Benl (Manesse Verlag 1966), la inglesa de Edward G. Seidensticker (Tuttle, 1976) y la francesa de René Sieffert (Plon, 1978-1985), cosechando cada vez mayor gloria entre importantes intelectuales como Marguerite Yourcenar, Claude Levi-Strauss o Yasunari Kawabata. Finalmente, tras la excelente antología de Helen Craig McCullough (Stanford, 1994), aparece la traducción de Royall Tyler (Penguin y Viking, 2001). Hoy llega a España en dos traducciones. La primera publicada por Destino sigue las versiones de Benl, Seindesticker y Siefert matizadas por los particulares gustos de su traductor Xavier Roca-Ferrer hacia el texto de Kikou Yamata. El trabajo viene empañado por dos decisiones discutibles en cualquier edición de un clásico: crea un prólogo mediante el traslado al principio de la obra de algunas digresiones de la autora e inserta notas explicativas de las costumbres de la época entre capítulos rompiendo la unidad del texto. La segunda traducción es una simple versión en castellano de la edición de Tyler, con copiosas notas y el conjunto de las ilustraciones para ofrecernos algunas pistas de cómo son los viejos emaki de Minamoto Mitsuyuki, y consta de un prólogo demasiado prudente y hasta confuso. Pese a ello, tenemos en estos días la rara fortuna de agregar a nuestros anaqueles de obras maestras de la literatura mundial una obra espléndida, sustanciosa y de obligada lectura.
Los juegos amorosos del príncipe Genji pueden ser entretenidos por sí solos, pero contienen un propósito que conviene conocer. Para ello es preciso profundizar en las formas de pensar de la sociedad japonesa de hace mil años, saber por qué se interrogaban de esa manera sobre la vida política, comprender cómo se mantenía el orden social con semejantes historias. Y así es como debemos leerla, entre su calidad literaria y su interés histórico. Dos elementos son esenciales: la manera de concebir el matrimonio y la estructura narrativa.
El precipitado regreso de Genji a la corte se debe a la decisión del emperador de nombrar heredero a Kaoru, el hijo que su esposa había tenido en sus relaciones adúlteras con Kashiwagi. Necesita intervenir porque detrás de ese gesto existe un grave problema entre los emperadores Heian y el clan Fujiwara. El pacto fundacional entre ellos descansaba en el matrimonio entre primos. Parece que existía una crisis y decidieron afrontarla. Los testimonios sobre las actitudes subjetivas ante la ruptura de un sistema social basado en el matrimonio entre primos son tan escasos que vale la pena seguirles la pista (a parte de esta obra sólo la novela cortés europea del siglo XII hizo algo parecido). Genji se escandaliza de la decisión del emperador porque quiere introducir un nuevo valor en el modo de elegir un heredero.
Constata que el sistema antiguo le margina y por eso protesta. Pero no tiene razón. El emperador ha elegido al hijo de su esposa porque es su sobrino uterino, el hijo de su hermana Onna, y el mejor partido para su hija, la Segunda Princesa. El matrimonio entre primos cruzados es la base del Japón Heian, como han demostrado las investigaciones de los McCullough. El emperador de la novela se guía por un prurito de seguridad, pues a través de la unión de dos primos espera establecer el equilibrio en la corte. Lo otro, la postura de ofrecer el trono al héroe de muchas hazañas, a Genji, es un riesgo que no se puede correr, aunque eso significara que para triunfar en la corte, nada podía sustituir a las relaciones de parentesco.
De eso sabían bastante las mujeres que tenían un hijo de talento que sin embargo no contaba con el apoyo suficiente para ascender en la escala social. De eso sabía mucho Murasaki Shikibu, que miraba ese mundo injusto a través de los biombos con una serenidad no exenta de crítica a las decisiones de los hombres. De eso supo también mucho Blanca de Castilla, la excepcional reina de Francia en el siglo XIII, al idear un complicado juego de alianzas matrimoniales para llevar a cabo sus planes políticos.
Este conjunto de relatos (monogatari) forma un entramado que permite considerarlo como una novela, la primera novela psicológica de la historia, escrita seiscientos setenta años antes que La princesa de Clèves de Mme. De La Fayette, la gran anfitriona y mejor novelista de los salones literarios ligados a la corte de Luis XIV. Ambas autoras comparten un mismo aliento poético lleno de desgarradora melancolía y de una sutil autenticidad pocas veces visto hasta entonces en la historia de la literatura, y que volveremos a encontrar en otras novelistas de recio estilo como Jane Austen, George Sand, Kate Chopin o Marguerite Yourcenar. Cada detalle, cada digresión en sus obras contribuye a explicar cómo la introspección en el amor se convierte en una norma social y en un principio educativo para un joven que aspira a ser lo que la sociedad le niega.
Una lección de historia y de psicología que, gracias a la sensata capacidad de observación de Murasaki Shikibu, se vuelve un auténtico retrato de las mujeres y de los hombres de su tiempo, y hace que mil años después la lectura de las mil páginas de su novela siga siendo uno de los mejores modos de comprender el amor, esa razón de la vida.
Ficha
Murasaki Shikibu La novela de Genji. Esplendor Versión, notas y comentarios de Xavier Roca-Ferrer. Prólogo de Harold Bloom. El segundo volumen aparecerá en otoño de 2006 DESTINO, 886 PÁGS.
Murasaki Shikibu La historia de Genji Edición de Royall Tyler. Traducción de Jordi Fibla. El segundo volumen aparecerá en otoño de 2006 ATALANTA, 920 PÁGS.
Murasaki Shikibu
Murasaki Shikibu (978? - 1026?), es una de las más grandes escritoras que el Japón haya podido producir. Es la autora del Genji Monogatari (El Relato de Genji), obra maestra de la prosa de la época Heian, considerada como una de las novelas más antiguas dentro de la literatura universal.
A través de los años, los académicos se han entretenido con especular sobre la vida de esta dama, de quien muy poco se sabe. Gracias a diversa documentación (a pesar de los pobres o inexistentes registros que sobre las damas de la corte de entonces se tiene) y a sus obras, sobre todo a su famoso Diario, se ha logrado hacer una parcial reconstrucción de su personalidad y los eventos que envolvieron su vida.
Se sabe que el nombre de Murasaki Shikibu fue llevado por una dama de la corte del Emperador Ichijô que sirvió como dama de honor de la Emperatriz Akiko. “Murasaki” habría sido utilizado como un apelativo mientras que “Shikibu” se refería a la posición de su padre en la corte.
La escritora nació en una familia de nivel medio de la nobleza durante la mitad del periodo Heian. Su padre, Fujiwara Tametoki, remotamente conectado a la gran familia Fujiwara, fue conocido como un letrado y literato. A pesar de ser un hombre culto no tuvo mucha relevancia como oficial en el gobierno y quizá en compensación a esto, se preocupó en ver que su hija fuese bien instruida. Murasaki Shikibu fue notable cuando aún siendo niña, aprendió a leer libros que incluso los más educados jóvenes encontraban difícil.
La infancia de Murasaki no fue feliz pues su madre murió poco después de su nacimiento, seguida por su hermana mayor, de quien ella dependía. Poco después, contrae nupcias con un noble de una familia de similar clase social. En unos pocos años, su esposo, Fujiwara no Nobutaka, también moriría dejándola con una hija. Fue en este penoso contexto que Murasaki escribió El Relato de Genji. Esta historia parece ser muy cercana a la realidad en lo que respecta a las relaciones entre hombres y mujeres, y las desafortunadas circunstancias en que se encontraban sus contemporáneas.
El Primer Ministro Fujiwara no Michinaga, guiado por la fama de Murasaki como resultado de la popularidad de La Historia de Genji, parece haber sido quien encontró una posición para ella como dama de compañía de la Emperatriz Akiko.
Además de escribir La Historia de Genji, Murasaki también mostró su genialidad en otra famosa obra llamada Murasaki Shikibu no nikki (El Diario de Murasaki Shikibu), cuyo manuscrito aún se conserva.
Varias teorías existen sobre cuando el texto de El Relato de Genji fue terminado, pero tal parece que ella continuó escribiéndolo mientras servía a la emperatriz, falleciendo, posiblemente, poco después de terminar la novela, quizá cuando tenía al rededor de cuarenta años o más. Su tumba aún puede ser vista en un templo budista en Kyôto, la antigua capital donde las principales escenas de esta novela se desarrollan.
La autora, quien vivió el esplendor de la familia Fujiwara en el poder y la decadencia de la era Heian, percibió el vacío y falsedad de la sociedad aristocrática de su tiempo, la misma que alimentaba el sufrimiento de las mujeres de su época.
Gracias a su esmerada educación y gran capacidad de observación, lograría plasmar con gran maestría en toda su obra las emociones intrínsecas del ser humano como el amor, odio, sinceridad, celos, tristeza y otras, en un intento por redimir el alma femenina atrapada en lo juegos políticos y esquemas sociales impuestos por la preeminencia masculina en la sociedad Heian.
A través de los años, los académicos se han entretenido con especular sobre la vida de esta dama, de quien muy poco se sabe. Gracias a diversa documentación (a pesar de los pobres o inexistentes registros que sobre las damas de la corte de entonces se tiene) y a sus obras, sobre todo a su famoso Diario, se ha logrado hacer una parcial reconstrucción de su personalidad y los eventos que envolvieron su vida.
Se sabe que el nombre de Murasaki Shikibu fue llevado por una dama de la corte del Emperador Ichijô que sirvió como dama de honor de la Emperatriz Akiko. “Murasaki” habría sido utilizado como un apelativo mientras que “Shikibu” se refería a la posición de su padre en la corte.
La escritora nació en una familia de nivel medio de la nobleza durante la mitad del periodo Heian. Su padre, Fujiwara Tametoki, remotamente conectado a la gran familia Fujiwara, fue conocido como un letrado y literato. A pesar de ser un hombre culto no tuvo mucha relevancia como oficial en el gobierno y quizá en compensación a esto, se preocupó en ver que su hija fuese bien instruida. Murasaki Shikibu fue notable cuando aún siendo niña, aprendió a leer libros que incluso los más educados jóvenes encontraban difícil.
La infancia de Murasaki no fue feliz pues su madre murió poco después de su nacimiento, seguida por su hermana mayor, de quien ella dependía. Poco después, contrae nupcias con un noble de una familia de similar clase social. En unos pocos años, su esposo, Fujiwara no Nobutaka, también moriría dejándola con una hija. Fue en este penoso contexto que Murasaki escribió El Relato de Genji. Esta historia parece ser muy cercana a la realidad en lo que respecta a las relaciones entre hombres y mujeres, y las desafortunadas circunstancias en que se encontraban sus contemporáneas.
El Primer Ministro Fujiwara no Michinaga, guiado por la fama de Murasaki como resultado de la popularidad de La Historia de Genji, parece haber sido quien encontró una posición para ella como dama de compañía de la Emperatriz Akiko.
Además de escribir La Historia de Genji, Murasaki también mostró su genialidad en otra famosa obra llamada Murasaki Shikibu no nikki (El Diario de Murasaki Shikibu), cuyo manuscrito aún se conserva.
Varias teorías existen sobre cuando el texto de El Relato de Genji fue terminado, pero tal parece que ella continuó escribiéndolo mientras servía a la emperatriz, falleciendo, posiblemente, poco después de terminar la novela, quizá cuando tenía al rededor de cuarenta años o más. Su tumba aún puede ser vista en un templo budista en Kyôto, la antigua capital donde las principales escenas de esta novela se desarrollan.
La autora, quien vivió el esplendor de la familia Fujiwara en el poder y la decadencia de la era Heian, percibió el vacío y falsedad de la sociedad aristocrática de su tiempo, la misma que alimentaba el sufrimiento de las mujeres de su época.
Gracias a su esmerada educación y gran capacidad de observación, lograría plasmar con gran maestría en toda su obra las emociones intrínsecas del ser humano como el amor, odio, sinceridad, celos, tristeza y otras, en un intento por redimir el alma femenina atrapada en lo juegos políticos y esquemas sociales impuestos por la preeminencia masculina en la sociedad Heian.