Rancho Las Voces: Salman Rushdie vuelve a Cachemira
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

miércoles, noviembre 16, 2005

Salman Rushdie vuelve a Cachemira


ROBERT SALADRIGAS

Barcelona, España. 16/11/2005. (LA VANGUARDIA).- No me parece buen augurio que una historia arranque con un asesinato, el descubrimiento de un cadáver o el hallazgo de un viejo manuscrito. Cualquiera de las tres opciones, a fuerza de exprimidas, me causa recelos. En la última novela de Salman Rushdie (Bombay, 1947), Shalimar el payaso, no el inicio pero sí el detonante del relato es la ejecución en Los Angeles del ex embajador de EE. UU. en India, el judío Max Ophuls -la elección del nombre y apellido del célebre director de cine expresionista es sólo una travesura de Rushdie-, al salir de la casa de su hija India; el asesino es su extraño chófer, conocido por Shalimar el payaso. Sin embargo, cautelas personales aparte, creo que ésta es la novela más conseguida de Rushdie desde Hijos de la medianoche, con la que en 1980 alcanzó un merecido aplauso internacional a la vez que desplegaba una manera rigurosamente personal de concebir la literatura como la fusión del destino individual en el colectivo, amasados ambos por una imaginación burbujeante que remitía al hiperrealismo latinoamericano y a una influencia directa de García Márquez sobre el joven indio. En aquella soberbia novela torrencial, hasta cierto punto descabellada, Rushdie descubría sus cartas, las buenas y las controvertidas, con las que ensamblaba los elementos de su universo narrativo. De lo escrito desde entonces, me interesó Vergüenza (Shame, 1983), y considero más que discutible el resto de su obra, incluida Los versos satánicos (1988) que le valió la condena a muerte dictada por Jomeini en nombre de un islam ofendido.

Shalimar el payaso posee ciertos nexos con Hijos de la medianoche. En ésta el protagonista Saleem Sinai, dotado de facultades mágicas, nacía al filo de la medianoche del 15 de agosto de 1947 - no es casual que fuera el mismo año que Rushdie vino al mundo-, la jornada histórica en que India alcanzó su independencia, de manera que por este hecho fantástico la vida de Saleem queda irremisiblemente ligada a los avatares del país que lo va forjando al tiempo que se forja a sí mismo. Pero en realidad la historia comienza mucho antes, cuando en el otrora idílico valle de Cachemira su abuelo sufre un pequeño accidente que interpreta como presagio del trágico futuro que se cierne sobre su tierra y a sus herededos. Conviene recordar que el abuelo de Rushdie era también cachemir y que él, su nieto, incapaz como Saleem de no intuir en su peripecia existencial los reflejos de la saga familiar, ha hecho de la tortura de Cachemira el motivo de su compromiso literario. Pues bien, en Shalimar el payaso los dos protagonistas de la historia de amor que configura una de sus tramas, Noman Sher Noman y Bhoomi Kaul, nacen la misma noche de 1965 en que los Kabailis, tribus afganas de Pakistán, irrumpen a sangre y fuego en territorio cachemiro bajo dominio indio y da comienzo la llamada guerra de Cachemira que se caracterizó por su salvajismo. Una vez más, sobre el fondo del paraíso perdido, los hilos de la pequeña historia se insertan en el tejido de la grande para retroalimentarse a lo largo del relato.

Compromiso y populismo
Pero volviendo a la pareja, el joven Noman Sher Noman será desde niño Shalimar el payaso por sus habilidades de funambulista y cómico en una familia musulmana de Pachigan dedicada a la cocina tradicional y al teatro, y la hermosa Bhoomi, hija de un sabio hindú y danzarina cachemir, se transformará en Boonyi. Los adolescentes se enamoran y se casan, pero Boonyi abandona a Shalimar para ser amante de Max Ophuls, poderoso embajador de EE.UU. y antiguo héroe de la resistencia en la Segunda Guerra, con quien tendrá una hija a la que desea dar el nombre de Kashmira pero llamará India, mientras Shalimar, asfixiado por el rencor y el deseo de venganza universal, se unirá al movimiento fundamentalista que lucha con las armas por la unificación de su patria y más tarde a los jihadistas contra el imperialismo encarnado por el cínico Max- tras el escándalo de su relación con Boonyi fue nombrado jefe en la sombra del contraterrorismo norteamericano- que ha mancillado su honor y simboliza la arrogancia del occidente hegemónico, responsable de las calamidades sufridas por su estirpe de gente humilde y soñadora.

Las historias que cuenta Rushdie suelen ser intrincadas, densas, prolijas y turbulentas, imposibles de abreviar, y las de esta novela no son una excepción. Dividida en cinco bloques, arranca en el Los Angeles de los noventa con la joven India de 24 años, la hija de Boonyi y Max, en los días anteriores al asesinato; prosigue con las secuencias de Boonyi, Max, Shalimar el payaso, y concluye recuperando a Kashmira, el nombre que al fin India adopta en honor a su madre, una vez apresado Shalimar y condenado a muerte, cuando tras escapar del corredor de la muerte se ofrece como señuelo a la bestia odiada que ha matado a sus padres. Las cinco historias minuciosamente narradas, subsidiarias unas de otras, configuran un flujo magmático con incontables derivaciones que recorren la constitución étnica de Cachemira, la rica mitología hindú, la conflictiva partición del "diminuto valle sin salida al mar", los encarnizamientos nacionalistas, el surgir del fanatismo terrorista y su alcance internacional, la Segunda Guerra europea, la convivencia sin sobresaltos de religiones y culturas milenarias que en pocos años se ha hecho inviable, el amor romántico alimentado por sueños juveniles que deriva en odio y acaba recluido en un círculo de traiciones y venganzas irracionales de las que nadie sale indemne, trenzando con todo ello un relato durísimo impregnado por la nostalgia de un mundo inocente, tal vez preadamita, del que no existe rastro en la memoria de la humanidad y hoy resulta extravagante siquiera imaginarlo desde la cárcel de nuestra realidad.

Quizás eso aclare que las páginas más poderosas del extenso texto son aquellas que recrean el pasado y el presente de Cachemira. Por el contrario, las más diluidas y sin alma ni pasión creadora, convencionales como suelen serlo las que escriben quienes manufacturan productos de mercado con la mirada puesta en el éxito de ventas y no en hacer buena literatura, son las que al comienzo y al final del libro transcurren en la Norteamérica del cambio de siglo. Parecen inspiradas en estructuras de telefilme que desdibujan los rasgos de los personajes, sobre todo a Shalimar, puntal de la novela, que de pronto ocupa un plano distante del lector al convertirse sólo en enemigo público, sometido a un juicio descrito con técnica de diario sensacionalista o telenoticias y a continuación sus seis años vividos en el infamante corredor de la muerte sin que nunca lo veamos de cerca ni podamos hacernos una idea de sus tensiones internas. No deja de ser ilustrativo que en los dos segmentos, el primero y el último, en que India/ Kashmira es el vértice de la narración, ésta, al margen de lo que cuenta, desfallezca de un modo alarmante. Yes que Rushdie ha hecho de la chica un personaje deshuesado de papel recortable, a lo Barbarella de Jane Fonda, sin otra entidad que ser un pelele de los designios del autor.

Ahora bien, a condición de aceptar Salman Rushdie con su voluptuosidad, su imaginería barroca, sus aciertos y debilidades, su mezcla de compromiso y vocación populista, creo que Shalimar el payaso, con menos elementos mágicos y mayor carga de realidad que Hijos de la medianoche,es una novela de considerable envergadura aunque con grietas. Pero, por fortuna, no una más.

El lunes 21 de noviembre Salman Rushdie abre en Barcelona el ciclo ´El valor de la palabra´ en la nueva biblioteca Jaume Fuster, en el que también intervendrán en días posteriores Terry Eagleton, Nélida Piñón, Kazuo Ishiguro, Albert Sánchez Piñol y Rafael Argullol. En la imagen de la derecha, Salman Rushdie posa en una terraza de Manhattan (en abril de este año)