Interior de la iglesia Santa Sofía en Constantinopla.
Jorge Luis Espinosa
Cd. de México. Martes 08 de noviembre de 2005. (El Universal) Si un historiador no se cuida y se pone al servicio de un partido, ideología, iglesia o causa se convierte en un pirómano, y el historiador debe ser un bombero, explica el investigador Jean Meyer, de quien la editorial Tusquets acaba de publicar La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa, de los orígenes a nuestros días.
Para Meyer la historia no debe atizar el rencor, la división o el odio, machacando con la idea de los territorios despojados o las invasiones constantes. «Se trata de entender lo que nos ha ocurrido para que no vuelva a pasar», aclara el historiador.
Y en el caso de La gran controversia, donde recorre la historia de las iglesias católica y ortodoxa, buscó hacerle justica a los dos bandos. «Contar sin tapujos la toma de Constantinopla por parte de los Cruzados, como la persecución de los polacos cuando el imperio ruso intenta acabar con el catolicismo en ese país; una fe que se convirtió en el el último escudo de la nacionalidad en Polonia».
Por lo mismo, el autor de La Cristiada aclara que su intención con este libro es que se comprenda de manera más amplia el desecuentro que por siglos han mantenido estas dos iglesias, cuando son ramas de un mismo árbol.
La historia Por el año 300 de nuestra era, el emperador Constantino divide el imperio romano en dos para defenderlo mejor. En el Oriente funda Constantinopla y en el Occidente Roma se mantiene como centro del mundo conocido.
Pero lo que en principio fue una decisión política, cuenta Meyer, poco a poco llevará al alejamiento cultural de dos mundos que dejan de ser bilingües para privilegiar en sus territorios una sola lengua: el latín en Occidente y el griego para Oriente.
«Ahí empieza el diálogo de sordos y, tras muchos malentendidos, en el año de 1054, el papa León IX y el patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario se excomulgan mutuamente y durante nueve siglos ambas iglesias permanecen sin mantener ninguna relación», recuerda el autor de Yo, el francés .
No es sino hasta 1964 cuando Paulo VI se reúne con el Patriarca de Constantinopla Atenágoras y más tarde Juan Pablo II se reunirá con el Patriarca de Grecia, pero nunca logrará su otro sueño, reunirse con el líder de la Iglesia ortodoxa rusa , que sigue reacia a un encuentro.
Incluso, cuenta Meyer, en algunos seminarios rusos aún se enseña con un manual donde se establecen las 250 herejías de la Iglesia católica.
Y esto cobra relevancia porque en Rusia habitan 60 por ciento 0 70 por ciento de los ortodoxos en el mundo, que en total sumarán unos 200 millones de creyentes.
En México, refiere Meyer, hay un pequeña comunidad de ortodoxos, pero esta religión es prácticamente desconocida. «En este sentido mi libro es una novedad y ojalá permita comprender por qué algunos ortodoxos están tan enojados contra nosotros. Muchos los admiramos y los queremos. Sus iconos y sus cantos son hermosísimos. Y es más, en muchas de la iglesias mexicanas hay algún icono porque son muy», puntualiza el historiador.