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Auto-retrato. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 13 de abril, 2008. (RanchoNEWS).- Ha inmortalizado en sus cartones a los protagonistas de la historia de México desde hace 40 años; sabe muy bien que una caricatura tiene el poder de hacer reír o de indignar, y que la crítica hecha con humor es en realidad una cosa seria. Una nota de Fidel Samaniego R. para El Universal:
«La verdad es que pienso a ratos que estoy en mis últimos días. Es decir, que estoy haciendo mis últimos dibujos. Que puede llegar en cualquier momento el día en el que ya no pueda hacerlos». Y lo dice sin dramatizar, con su abrumadora sencillez, su autenticidad.
Su voz es grave. Y en ella, en su mirada también, se asoman la tristeza, el nerviosismo. Rogelio Naranjo continua:
«He tenido muchos problemas con mi pulso. Una tarde me di cuenta que mi mano temblaba. Pensé que se me pasaría, pero no, siguió. Me chequé, me dijeron que no es Parkinson. Parece que no es ese mal. Pero... ¿sabes? No quiero ir al neurólogo. Seguro me daría medicinas que me traerían medio atontado, adormecido. Y yo... ¡yo necesito mis cinco sentidos para dibujar!».
Rogelio Naranjo. Un maestro del cartón político. Él y su sátira. Sus líneas, sus trazos. La tinta negra que crea formas, rostros, que critica y hace burla de los poderosos. Hace unos días recibió en Lisboa, Portugal un premio a su labor. Fue uno de los ganadores, en el género caricatura de humor, del World Press Cartoon 2008, cuyos galardones están dotados con 20 mil euros (333 mil 301 pesos). El caricaturista obtuvo el segundo premio por la obra «Es niña» publicada el 25 de diciembre pasado en EL UNIVERSAL.
Después de tanto trabajo, Naranjo decidió tomarse unas vacaciones, pero antes habló con nosotros.
Rogelio Naranjo. El que contó, compartió:
«Yo no soy de carcajadas, no soy de risotadas. Me río poco. Pero no quiere decir que no disfrute de la risa a mi manera. En algunas ocasiones, cuando estoy dibujando, de lo que estoy haciendo, me ha ocurrido que tengo que parar, y ya me estoy riendo de la tontería que dibujé. Pero eso es por unos cuantos segundos, porque tengo que regresar a lo mío, a dibujar».
Está sentado ante su restirador, su mesa de trabajo. Ahí los frascos con tinta, y las plumillas, los manguillos, los pinceles. Rogelio, que no es hombre de muchas palabras, sin embargo revela algo más: «Fíjate lo que me ha pasado últimamente. He soñado que estoy dibujando, que tengo una idea genial. Y entonces sí, en esos sueños me carcajeo, o me indigno, según el tema o el personaje que dormido estoy haciendo. Y me despierto, y hago esfuerzos por mantener conmigo esa idea que tenía, y me vengo para acá, y empiezo a dibujar, y le sigo, pero al rato me detengo cuando me doy cuenta que no, que no es lo mismo, que no me gusta, que no era lo que estaba soñando».
Naranjo ya cumplió 70 años. Mantiene sus costumbres.
Pasa varias horas creando. Sigue exigiéndose, cuida todos los detalles del dibujo. Pero ese temblor no lo deja. Son ya casi cinco décadas de carrera:
No sé con exactitud cuando empecé. Puede que como 45 años atrás. Fue en El Día, en el suplemento cultural. Lo primero que publicaron fue un dibujo alegórico de los festivales del cine. Le dieron la mitad de la página. Ahí estaban las encueratrices, los actores, las maquilladoras...
Trabajaba en Antropología, en el museo. Me tocó hacer unos murales en la sala de etnografía de Oaxaca. Eran unos murales pequeños. Pero desde muy joven, por ahí de los 12 o 13 años de edad empecé a hacer caricaturas, quería hacer historietas. Me gustaban esos dibujos tipo de los de El príncipe valiente.
Ya después entré a la escuela de Bellas Artes. Y aprendí del dibujo, la escultura, el grabado, la pintura, pero también de la platería.
Me tardé porque al principio no entendía gran cosa de la política. Pero comencé a leer a Víctor Rico Galán, a don Paco Martínez de la Vega, a Alejandro Gómez Arias. Yo trataba de entender la política, me refiero a la de esos niveles, porque ya en la Universidad de Michoacán, que es muy grilla, tuve participación y comencé a cobrar conciencia de los hechos sociales.
Viví también el movimiento de Demetrio Vallejo, lo conocí. Pero cuando ya me sentí maduro en mis convicciones fue en 1968, entonces ya hacía trabajos en apoyo al movimiento, aunque todavía eran por debajo del agua, en publicaciones pequeñas, sindicales, marginales.
Sí, yo creo que sí, fue por aquellos días, pero lo desarrollé más en la revista Proceso.
Así es. Y yo creo que están peor, más hambrientos, más víctimas.
La sencillez
Rogelio Naranjo. Sencillo, como siempre. Él fue a abrir la puerta de su casa. Y como siempre lo hace con los visitantes, advirtió que no se fueran a tropezar con una pequeña barrera de cemento que hay a la entrada de la cochera. Luego indicó el camino hasta llegar a su sala, ahí donde él trabaja. Él, y sus recuerdos:
Ya en Excélsior, la verdad, empecé muy tímido. Y sí, me paraban cuando un cartón iba muy bravo. Ya entonces caricaturizaba a los presidentes. Pero fue una vez hasta que salimos de ahí a raíz del pinochetazo que nos dio Echeverría. Fue en Proceso cuando sentí que estaba ante la posibilidad de expresarme, que ya todo se valía.
Bueno, predilectos o preferidos, ninguno. Pero los que me dieron más motivos para dibujarlos, para caricaturizarlos, para hacerlos en mis cartones, pues José López Portillo, desde luego Carlos Salinas de Gortari y, por supuesto, finalmente Vicente Fox.
Heberto. Qué hombre tan valiente, qué sentido del humor tenía. Y murió joven. Me sorprendió, me dolió su muerte, yo lo veía muy vital, muy activo, muy lúcido. Sí, él por diversión hacia copias. Distinto es el que haya otros que a propósito o no, hacen sus trabajos totalmente con mi estilo, copian, alguno ya le dieron el Premio Nacional, hubo quien me dijo de broma que le pidiera que cuando menos, que se mochara con el dinero que te dan.
No, ya no. Lamentablemente no. He tenido que cambiar mis hábitos. Ahora debo empezar más temprano porque el cartón tiene que estar en el periódico a las seis de la tarde. Entonces sí he tenido que cambiar. Y eso me pone nervioso, no creas. Como también me da terror la posibilidad de tener que hacer cartón de color a diario.
El pulso
Y es entonces cuando él lo dice, lo comparte. Y lo hace con su forma de ser, auténtico, sencillo, abrumadoramente sencillo. Y en la voz y en la mirada se asoma la tristeza. Y platica de esos problemas en el pulso, y del temblor que no lo deja.
«¡Mira, ahí puedes ver la diferencia, ahí está, lo vas ha anotar!» le dice al cronista. Y señala un dibujo suyo, enmarcado en la pared, la imagen de Tina Modotti y otro que está en su mesa, Elba Esther Gordillo». Se refiere a los finísimos trazos, las líneas negras separadas milimétricamente.
«No, pues no sé. Ya estaré muerto. O sea, esa primera tarde sin dibujar sería la primera después de mi muerte porque hasta el último día de mi vida seguiría dibujando, no pienso hacer otra cosa».
Rogelio Naranjo. Ahí, en su mesa, su mundo. La tarde está por llegar. La tinta, la plumilla, el cartón en blanco le esperan...
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