Rancho Las Voces: Arquitectura / España: Entrevista a Rafael Manzano, premio Richard H. Driehaus 2010
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miércoles, marzo 24, 2010

Arquitectura / España: Entrevista a Rafael Manzano, premio Richard H. Driehaus 2010

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El español es también restaurador. (Foto: Kako Rangel)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Mª Jesús Pereira del ABC de Sevilla entrevista a Rafael Manzano prestigioso arquitecto recibirá el próximo sábado, en Chicago, el premio Richard H. Driehaus, que para los profanos en la materia es a la arquitectura clásica lo que el Pritzker es a la arquitectura moderna:

El catedrático Rafael Manzano, maestro moderno de la arquitectura clásica, vive en una preciosa casa del siglo XVI de Sevilla, rodeado de capiteles, sillerías, piezas de artesonados, portalones... arrumbados aquí y allá, dando un aspecto decadente, pero delicioso a un vivienda amenizada por los gorjeos de gorriones, como si se tratara de una isla en medio de una ciudad. A sus 73 años, este gaditano, conservador del Real Alcázar de Sevilla durante 21 años, confiesa que recibirá el premio Richard H. Driehaus con la satisfacción de estar en el camino correcto después de andar durante años en un desierto en el que la arquitectura moderna parecía ser el único referente mundial

Recibe el premio Richard H. Driehaus en un momento muy especial de su vida, cuando su mujer acaba de fallecer.

Mi mujer conoció la nominación, pero no la concesión del premio porque falleció el 10 de octubre y me comunicaron el premio el 10 de noviembre de 2009. En este momento se mezclan sentimientos muy contradictorios. He llorado la muerte de mi mujer y he llorado también el premio. Ahora lloro más porque el hombre, cuando envejece, se hace más niño y más sensible.

Imagino que a estas alturas de su vida ya aparcó la vanidad, pero supongo que este premio le reconforta después de tantas críticas por su clasicismo.

Este premio me ha dejado asombrado y enormemente agradecido porque me ha producido una íntima satisfacción. Hasta ahora, lo que yo he hecho como arquitecto en España no sólo no ha sido estimado, sino que ha sido reprobado. Algunas construcciones que he intentando hacer las rechazó la Comisión de Patrimonio de la Junta porque decía que tenía que cambiar de lenguaje, que no era admisible un lenguaje clásico porque es mimético, porque podía falsificar la ciudad... Eso me hizo sentir «pecador» (sonrisa) y para mí ha sido una gran satisfacción enorme que en un sitio como Chicago, tan lejano, me «absuelvan» porque veo que hay una parte de la sociedad que le interesa lo que hago. Este premio me ha alegrado el ego porque creía que estaba haciendo algo reprobable, que era el único creyente de una religión que practicaba yo solo y ahora veo que hay un cristianismo que aplaude lo que yo hago, lo cual me ha reconfortado. Al final, no estaba tan lejos de la verdad como creía.

Parece que este premio le ha situado entre los grandes de la arquitectura mundial.

Bueno, yo soy un arquitecto muy modesto, no soy un arquitecto importantísimo.Soy un arquitecto que tiene una educación clásica. He sido un estudioso de la arquitectura, a la que he dedicado toda mi vida. Tengo un acervo de formas arquitectónicas que me afloran y que las amo profundamente. La intuición del arquitecto es saber elegir las formas más idóneas para cada caso y para mí están dentro del contexto cultural, de su ambiente y también de las constantes de la arquitectura vernácula.

En definitiva, es un clásico.

Bueno, yo diría que todos somos modernos a nuestra manera, incluso yo, que soy el menos moderno de los modernos. La sociedad actual nos impone unas exigencias debidas, unas distribuciones, unos materiales... Lo normal es que seamos modernos, en mayor o menor grado. Podemos interpretar el clasicismo desde la modernidad.

¿Que ventajas tiene la arquitectura clásica frente a la arquitectura moderna?

El clasicismo tenía unas reglas, pero la arquitectura moderna no. La colección de grabados de los órdenes arquitectónicos de Vignola era el compendio de todas las reglas del saber clásico y para el profesor era muy fácil corregir al incipiente estudiante de arquitectura. En cambio, hoy nos tenemos que dejar llevar por nuestra «genialidad» e intuición pero las intuiciones no son transmisibles por el profesor. El otro problema de la arquitectura moderna es que no tiene un lenguaje universal y cada casa tiene un lenguaje diferente, por lo que estamos en una torre de Babel de la arquitectura. Cada arquitecto habla su propia lengua y eso es malísimo porque la ciudad es un bodrio, un caos.

Usted es un erudito, un arabista, especializado en arquitectura hispanomusulmana. ¿Se ve más como un hombre del siglo XIX que como uno del siglo XXI?

No, yo soy un hombre del siglo XXI, pero que ha heredado del XIX muchas cosas a través de mis grandes maestros. El primero fue Manuel Estévez Guerrero, un arqueólogo, un historiador del arte jerezano. Cuando llegué a Madrid, mi maestro fue Leopoldo Torres Balbás, a quien admiraba y leía antes de conocerle. Éste me presentó a Fernando Chueca, que ha sido el maestro que más me ha durado por ser el más joven, lo que nos permitió hacer muchas cosas juntos. Mi último maestro fue el más viejo de todos, Manuel Gómez Moreno, que sí era un hombre del siglo pasado.

¿Ha creado usted escuela?

No, simplemente creo que he conseguido crear intereses coincidentes con los míos en muchas personas, a los que considero discípulos, pero cada uno ha tirado para su barrio, como Alfonso Jiménez, Ramón Queiro, Pedro Rodríguez... He sido su impulsor, pero ellos han buscado sus caminos independientes, no se han dedicado a hacer lo mismo que yo.

Usted no usa reloj, parece despistado, los libros y objetos antiguos se amontonan en su estudio... parece un poco caótico.

Es verdad que soy un poco bohemio. El artista debe serlo. El arquitecto debe ser un poeta de la arquitectura y nunca he visto a un poeta que haga poesía de 10 a 12. La poesía sale cuando uno está inspirado y relajado. A mí se me ocurren cosas cuando estoy bañándome plácidamente o cuando estoy en el sofá y saco una servilletita y dibujo lo que sea, algo que a lo mejor no me sale cuando estaba frente a un tablero.

Presumo que le gustó más la arquitectura de la Expo del 29 que la del 92.

La arquitectura de la Expo del 29 no fue buena, pero aunque con errores y mucha ingenuidad arquitectónica, tenía coherencia lingüística y armonía por la correlación. La Expo del 92 fue un caos, el horror, una sima muy profunda. Menos mal que los edificios no estaban bien construidos y están siendo sustituidos.

¿Cree usted que la sociedad demanda arquitectura clásica?

Hay demanda de clasicismo por gente que no está muy bien educada en el clasicismo, lo que da lugar a chapuzas lamentables. Hasta el arquitecto más moderno, si le encargan un palacete clásico, lo hace, aunque con cierta repugnancia. Lo hace mal, por supuesto, porque de ésto también hay que saber. Todos estos arquitectos muy modernos que llegan a triunfar en el mundo y a tener una fama tremenda, siempre terminan comprándose un viejo convento y yéndose a vivir a él. A lo mejor, en el fondo el arquitecto es el primero que demanda clasicismo pero se avergüenza de hacerlo.

¿Reniega usted de la arquitectura moderna?

Yo creo y gozo con la arquitectura contemporánea cuando es de buena calidad. El Seminario es uno de los edificios modernos de Sevilla que me gustan. En cambio, la nueva Comisaría de Policía de la Alameda me hace daño a la vista.

¿Qué obra le gustaría hacer en Sevilla?

Sigo con la obsesión de hacer una plaza frente a San Luis, apoyándome en la calle Duque Cornejo. Esa plaza nos permitiría gozar de la iglesia de San Luis. Es una obra que podría ser tan lucida y de tan poco costo... Sería una plaza con un discretísimo clasicismo porque para hacer algo moderno, mejor quedarnos como estamos. En la medianera opuesta a San Luis siempre había previsto un fontanone.

Usted es un virtuoso del perfeccionismo ¿se arrepiente de alguna obra suya?

Como Curro Romero, todo el mundo tiene tardes buenas y tardes malas. Yo he cometido algún error arquitectónico evidente, pero en conjunto he logrado perfeccionar fragmentos de cosas, como el propio Alcázar de Sevilla.

En varias ocasiones le he escuchado quejarse de no haber sido bien recibido en Sevilla. ¿No cree que su ironía y mordacidad le han pasado factura?

Don Santiago Montoto decía que en Sevilla hay que tener paciencia y prudencia, verbal continencia, no exhibir excesiva ciencia, que puede haber sido otro error mío. Yo tenía un amigo, Sebastián García Díaz, que me decía: ¡Cuantas veces te tengo que recordar que Dios ha puesto frenillo sólo a dos órganos de la naturaleza humana!. Pues el frenillo de la lengua hubiera sido mejor tenerlo mejor atado, pero bueno... Se puede pecar y pedir perdón. Hay gente que me dice que yo tenía un inmenso poder y me hace gracia que me lo diga quien lleva instalado en la Junta de Andalucía desde que ésta se constituyó. Yo he podido tener una cierta autoridad moral en algunos temas de arquitectura clásica y restauración, pero no poder.

¿Siente usted que despertó antipatías en la ciudad?

En parte sí, pero no lo sé. Es muy difícil venir a Sevilla, establecerse en ella y ser de fuera. Al sevillano que es hipersensible le puede saber mal que venga alguien de fuera. Posiblemente yo no era un buen psicólogo para entender la ciudad. Yo creía que trabajando y haciendo las cosas lo mejor posible era suficiente.

Por un asunto de peritaciones de cuadros estuvo en la cárcel, aunque después fue absuelto. ¿Está olvidado aquello?

Fueron sólo dos o tres peritaciones que hice para una amiga mía y no me arrepiento de haberlas hecho porque las hice correctísimamente. No me siento culpable porque además salí absuelto, aunque me tuvieron siete años sub judice. Fue una situación incómoda y dolorosa para mí. Estuve dos o tres días en prisión y después tenía que ir al juzgado a firmar cada día, domingos inclusive, lo cual es bastante pintoresco porque hasta los más criminales lo tienen que hacer una o dos veces al mes. No se me aplicaron los más elementos derechos y me tuve que aguantar. Se me impidió salir de España durante siete años, con los consiguientes daños profesionales y personales.




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