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El cineasta rumano. (Foto: El Cultural)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de diciembre 2011.- El cine del director Radu Mihaileanu (Bucarest, 1958) siempre se ha distinguido por su capacidad para evocar situaciones históricas de enorme dramatismo y encontrar un halo de esperanza que las redima. En el filme que le dio fama mundial, El tren de la vida (1998), trataba el Holocausto sin desdeñar la comedia y elementos de poesía. En Vete y vive (2005) ironizaba sobre las identidades religiosas a partir de un chico etíope que se hace pasar por judío para disfrutar de un futuro mejor en Israel. Una entrevista de Juan Sardá para El Cultural:
Hace dos años, Mihaileanu lograba un inmenso éxito internacional con El concierto, una bella película en la que abordaba las devastadoras consecuencias del comunismo a partir de un director de orquesta. Su nuevo filme, La fuente de las mujeres, vuelve a dar fe de su querencia por contar historias que atrapen los más dolorosos conflictos pero que ofrezcan una puerta de salida. Ambientada en un pueblo árabe, que el propio Mihaileanu considera una abstracción del mundo oriental, la película cuenta la rebelión de un grupo de aldeanas contra sus maridos. Radu Mihaileanu logra un filme que reivindica la belleza de las costumbres y la tradición árabe como un contundente alegato contra la brutal discriminación de la mujer que se vive en esos países.
¿Le ha cambiado la vida el éxito colosal de El concierto?
Ha sido una bella sorpresa. Por una parte, me ha ayudado a encontrar financiación para esta nueva película sin tantos problemas. No es fácil levantar un proyecto sobre el mundo árabe. Por otra, siempre es fantástico que la gente disfrute de lo que haces. Cuando la preparaba, todo el mundo me decía que la música clásica no le interesa a nadie. Y lo más maravilloso ha sido su éxito entre los adolescentes, ver cómo se descargaban en su iPod o iPhone piezas de Tchaikovsky.
Sus películas nos conducen de un lugar a otro del mundo. ¿Qué le ha llevado a Marruecos en esta ocasión?
Siento un enorme afecto por Marruecos desde que visité el país hace 25 años siendo asistente de Marco Ferreri, en Blancos ser buenos, en 1987. Inmediatamente percibí una gran identificación con sus gentes, sobre todo las de los pueblos. Después lo he visitado en innumerables ocasiones. De todos modos, aunque se pueda reconocer el paisaje no quería hablar de un país en concreto sino realizar un «cuento oriental».
La fábula siempre ha sido un terreno muy propio de sus películas.
Aquí me quería ceñir a la tradición oriental, donde las cosas no se cuentan de una manera frontal. La tradición árabe está muy relacionada con la poesía, con la sexualidad, la sensualidad, el placer de la buena comida... nada que ver con esa intransigencia religiosa con la que muchos la identifican.
No son casuales las continuas referencias a Las mil y una noches...
Este libro es el canon de los elementos que acabo de señalar. Por otra parte, contiene un mensaje que me gusta mucho. La narradora, Sherezade, sobrevive gracias a que narra todos los días un cuento y así se le perdona la vida. Ahí está, en la raíz de la tradición, la idea de que las mujeres deben expresarse para vivir.
La fuente de las mujeres plantea una denuncia nada oculta de la situación que vive la mujer en los países árabes en estos momentos.
Es algo que debe cambiar. Veremos muy pronto cómo va a suceder. Las «primaveras árabes» han sido impulsadas, en gran medida, por la fuerza de esas jóvenes que están hartas del sometimiento machista. Desde Occidente no se percibe hasta qué punto están cobrando fuerza. De todos modos, ese machismo no es algo propio sólo de los árabes, lo vemos también en las sociedades católicas o en el mundo judío, que conozco muy bien. Detesto que se utilice este tema para atacar al mundo musulmán, como si no hubiera nada más.
Parece que el ámbito de las mujeres tiene mucho más color y belleza que el de los hombres. Puede comprobarse a través de sus danzas, sus vestidos...
Eso es una pura constatación de lo que ves en los pueblos cuando los visitas. Lo femenino está marcado por dos elementos. Como no pueden andar solas en ningún momento eso las obliga a estar muy juntas, a desarrollar grandes lazos de solidaridad entre ellas. Por otra parte, su situación es mucho más ambigua. No tienen el poder real pero sí deciden en casa. Las mujeres manejan los hilos desde la sombra.
En la película vemos cómo se confronta tradición y modernidad. Se produce una mezcla muy curiosa entre elementos atávicos y nuevas tecnologías. Ahí están esos campesinos paupérrimos que tienen un móvil y antena parabólica. «En este sentido, los avances en comunicación están jugando un papel ampliamente positivo», dice Mihaileanu. «Las revueltas árabes no hubieran sido posibles sin Facebook o Twitter. La democracia es casi inevitable cuando cuentas con estos elementos, es más difícil engañar y controlar a la gente».
Usted es judío. ¿Se planteó en algún momento que alguien le echara en cara realizar esta película?
Si alguien piensa que por ser judío no puedo hacer una película sobre los árabes es un imbécil. Este tipo de actitudes me resultan muy tristes y vivo al margen de ellas. Además, los judíos y los árabes somos hermanos, venimos del mismo lugar y pertenecemos a la misma raza semítica. El propio hebreo nace de la misma raíz que el árabe. Nuestra cultura es muy semejante: las canciones, el sentido de la nostalgia, la comida... Considerarnos enemigos es ridículo. Además, parte de mi legado proviene de Rumanía, de los Balcanes, con una influencia muy poderosa de los turcos. Sí, yo, judío, quería hablar de la belleza de los árabes.
De su conversación parece deducirse que es todavía más pesimista que sus propias películas.
Soy las dos cosas. Me aflige la brutalidad de algunos, la intolerancia, hay cosas que sencillamente no entiendo. Ves tantas cosas horribles en el mundo que es imposible no quedarse consternado. De todos modos, en el caso árabe, tengo mucha confianza en las mujeres y en que eduquen a sus hijos de otra manera. Quiero pensar que en este mundo hay mucha gente extraordinaria y que gracias a eso podremos construir un futuro mejor. Nunca he querido renunciar a la idea de que podemos prosperar. Ahora, como le decía, estamos en un momento de cambio radical y depende de nosotros que sea para bien o para mal.
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