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La escritora madrileña. (Foto: EFE)
C iudad Juárez, Chihuahua, 3 de diciembre 2011. (RanchoNEWS).- Recibió en Guadalajara el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Inés y la alegría. Grandes evoca la militancia antifranquista y dice que se necesita «reinventar» la izquierda. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
Cada recuerdo tiene un eslabón perdido que antecede a la invocación. Hay rostros que se fueron con el deseo bajo el brazo. Como un contrabajo atrincherado en la tensión de sus cuerdas, la voz ronca de Almudena Grandes pronuncia el nombre de su abuela paterna, Rosalía Rodríguez Alvarez, durante la entrega el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Inés y la alegría (Tusquets), en la 25ª edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), que termina mañana. Lo repite también a metros del predio de la Expo, en el Hotel Hilton, una especie de sucursal o feria paralela por la cantidad de autores y editores que circulan. Cuando la escritora le preguntaba a Rosalía por los primeros años de su infancia mexicana, su abuela decía que no recordaba nada. «Me gustaría pensar que puede estar en algún lado mirando por un agujerito la alegría que experimento en este país donde nació. Recibir un premio acá es muy emocionante porque yo me paso la vida sintiendo que es un privilegio escribir en español», subraya Grandes en la entrevista con Página/12.
Esta mujer de formas rotundas, aunque ahora más estilizada, escribió Inés y la alegría, la primera entrega de un ambicioso proyecto narrativo, integrado por seis novelas independientes que comparten un espíritu y una denominación común: «Episodios de una guerra interminable». Una palabra cifra lo «galdosiano» de la empresa en la que está sumergida la escritora. Quiere conectar estas novelas, «más allá del tiempo y de mis limitaciones» –como confiesa en el prólogo–, con los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, «el otro gran novelista, después de Cervantes, de la literatura española de todos los tiempos». Esta primera entrega narra la historia de la frustrada invasión del valle de Arán, una operación militar desconocida por la inmensa mayoría de los españoles, que sucedió entre el 19 y el 27 de octubre de 1944. El propósito de esta «asombrosa y quijotesca hazaña» era restaurar la República y desalojar a Franco del poder. Grandes orquesta este relato épico –cuya semilla empezó a germinar cuando en febrero de 2005 imaginó a una joven montada en un caballo, uniéndose a los guerrilleros con cinco kilos de rosquillas– a través de tres voces. Inés, una de las narradoras en primera persona, revela los dilemas que enfrenta hasta que decide escapar del tedio de una familia falangista, para unirse a la causa revolucionaria. Y cuenta, además, cómo se enamora de uno de los comandantes. Galán, otra de las voces en primera persona, despliega los detalles de esa campaña quijotesca en medio de su romance con Inés. La tercera voz, en este caso omnisciente, desarrolla una interpretación de los hechos históricos.
¿Por qué es un hecho tan poco conocido para los españoles?
A ninguno de los centros de poder que intervinieron en aquella crisis les interesaba que se supiera. Para Franco fue una humillación que un ejército que venía de Francia cruzara los Pirineos tranquilamente. La invasión de Arán reveló una deficiencia estructural del régimen. Franco consiguió tener a España en un puño, pero jamás controló los Pirineos, que fue la valla de un jardín que todo el mundo cruzaba en ambas direcciones cuando le venía bien. Al Partido Comunista de España tampoco le interesaba que se supiera, porque la invasión de Arán, aparte del intento de derrocar a Franco, fue un asalto al poder dentro del partido. Alabar la invasión era alabar a Jesús Monzón, que era el que había organizado la invasión y el dirigente que según la dirección de Moscú había usurpado el poder en el Partido Comunista. A los Aliados tampoco les interesaba porque habían dejado a una parte del ejército de la resistencia francesa con el culo al aire, desasistidos en España. Todos los centros de poder, incluso antagónicos entre sí, se unieron para que no se hablara de la invasión.
Hay un momento que impresiona mucho en la novela, cuando Galán llega a liberar a unos presos y recibe un golpe muy duro al ver cómo huyen despavoridos y no se suman a la guerrilla. ¿Cómo explica esta reacción?
Este episodio es real, aunque lo cambié de día y de lugar. Lo que demuestra es que España había cambiado porque el terror es un recurso sumamente eficaz. En 1944, España llevaba cinco años sumida en un terror incondicional y la gente tenía miedo. Era un país de gente atemorizada. Lo que dice Inés en la novela sirve para explicar lo que pasaba. Inés le dice a Galán que él está equivocado, que España no era un país pacificado sino un país ocupado. Y ocupado mediante el terror; por eso la primera reacción de los presos fue salir corriendo. Luego los que se arrepintieron, que fueron algunos pocos, dijeron que habían tenido miedo, que no sabían si era una trampa. El miedo se había apoderado absolutamente de ellos y es un ejemplo de cómo el único país de Europa que le había plantado cara al fascismo pudo convertirse en un país de cobardes en sólo cinco años, al aplicarse un terror sistemático sobre la población civil.
Inés rompe con su clase social y se convierte en una «traidora». ¿Por qué le interesa este tipo de personajes?
Siempre me han interesado los desclasados de la Guerra Civil. El golpe de Estado se dio en verano; yo no sé si algún historiador ha investigado a fondo eso, pero tengo la impresión de que se dio en verano para facilitar que todas las familias que apoyaran el golpe estuvieran seguras en sus lugares de veraneo. Siempre me han interesado mucho estas historias, incluso familias como la de Laín Entralgo, en la que había un hermano comunista y otro falangista. Inés es una mujer desclasada, pero la soledad le da la oportunidad de mirar al mundo. Ella se define a sí misma como una niña que siempre ha mirado a la calle desde unas ventanas con visillos de puntillas. El hecho de estar sola en Madrid cuando sucede el golpe le permite abrir la puerta y salir, superar esa barrera de las puntillas. Y descubre el mundo y toma sus propias decisiones, que la llevan a abrazar la causa contraria a los intereses de su familia. Siempre me ha gustado mucho esta ambigüedad de quienes no han traicionado nada, pero fueron considerados traidores de su clase.
Hay otro personaje clave en la transformación de Inés: Virtudes, la empleada de la familia.
Sí, es cierto, le da la ocasión de saltar. Inés es un personaje que oscila entre dos prototipos. Su infancia es la de una niña española de clase alta, que recibe una educación que no le sirve para nada porque se supone que se va a casar a los 18 años y va a tener muchos hijos. Pero luego con el tiempo y su propia evolución, se convierte en el prototipo de la mujer republicana; eran mujeres que podían con todo, las que trabajaban, criaban a los hijos, llevaban la casa y mantenían a la familia cuando su marido estaba en la clandestinidad, en el monte o en la cárcel. Las mujeres republicanas mantenían alto el ánimo, eran las guardianas de la ideología. Inés se convierte en un ejemplo de todo eso. Y acaba encontrando un lugar entre mujeres como ella.
No llora la mujer que aseguró, al recibir el Premio Sor Juan Inés de la Cruz, que esa noche era «Almudena y la alegría». Pero está tan resfriada que no para de desechar pañuelitos de papel sobre una mesa del bar del hotel. ¿Cómo hace para sostener el ritmo de escritura que implica una novela de más de 700 páginas? «La verdad es que no me cuesta trabajo; es una pregunta que me hacen con frecuencia: por qué escribo novelas tan complejas que tienen más de un eje y por qué salto de tiempo, de una voz a otra y de un tiempo a otro. Yo soy fanática de la estructura, aunque los críticos no le den importancia –explica–. Cuando una novela está bien estructurada es como una casa que puede ser fea pero tiene cimientos sólidos. En cambio cuando una casa está mal construida, se cae y da igual que sea bonita porque se ha caído».
¿Qué implica ese fanatismo por la estructura en cuanto al trabajo? ¿Cómo sería su método?
Soy tan fanática de la estructura que antes de sentarme a escribir tengo la primera palabra resuelta. Y escribo en un cuaderno todo: las historias de los personajes y sus coincidencias cronológicas, hasta que consigo tener una lista de capítulos con lo que voy a contar en cada uno. Sólo entonces me pongo a escribir. Quizá si no tuviera este método de trabajo, no podría escribir novelas así.
Se podría pensar que desde el título de la novela hay un homenaje y rescate de la alegría que implicaba la militancia comunista en un contexto de represión feroz...
La alegría también fue una consigna política durante la dictadura. La novela lleva la cita de un poema muy bonito de Rafael Alberti, que le escribió a su perro antes de que acabara la guerra y que termina diciendo: «En medio de esta heroica pena bombardeada/ la fe, que es alegría, alegría, alegría». La obligación de los comunistas era estar alegres para no ceder, para no darles ni siquiera la alegría de verles jodidos, de verles mal. La alegría tiene un valor muy polisémico en el título. Se refiere a la alegría de Inés, en el sentido de que la invasión de Arán no salvó a España, pero sí a ella. Y se refiere a la alegría que ella representa para los guerrilleros, no sólo para Galán, porque Inés les cocina y los cuida. Pero también tiene ese sentido de alegría como consigna política, como una forma de vivir la política y la ideología.
¿Esa alegría se fue perdiendo en el mundo de las izquierdas, años después de la muerte de Franco?
En España hubo un momento de fervor extraordinario, de muchísima intensidad, y luego vino el desencanto. Después del desencanto nos convertimos en una democracia formal, aburrida, normal, feliz; las democracias donde no pasan cosas no son aburridas pero son fatales. Después de la caída del Muro de Berlín, la utopía comunista empezó a cojear; la crisis del socialismo real fue el punto de no retorno de la credulidad de las buenas gentes. Yo creo que el comunismo es una ideología de buenas personas. Hasta que cayó el Muro, muchas buenas personas en el mundo pudieron profesar esa ideología; en países como España, los comunistas nunca tuvieron el poder, sino que sostuvieron casi en solitario la resistencia contra la dictadura. La caída del Muro de Berlín significó el fin de la alegre utopía y un baño de realidad. Lo que ha pasado es que todavía la izquierda no ha sido capaz de recrearse. El Estado de Bienestar fue un invento del capitalismo. Cuando el capitalismo vivía aterrado ante la perspectiva de una revolución, el Estado de Bienestar fue una especie de concesión a cambio de la revolución. Como la perspectiva de la revolución no existe ahora, el Estado de Bienestar no merece la pena ser conservado. Se gana más dinero sin Estado de Bienestar. La izquierda no ha sido capaz de reaccionar aún. No podemos aplicar recetas de 1870 –por muy bonitas que sean, por mucho que nos gusten y por muy de memoria que la sepamos– a una situación tan nueva como ésta, en la que toda la creatividad, por primera vez en muchos siglos de civilización occidental, está en manos de la derecha. El problema de la izquierda es que hay que reinventarla y reformular todo su discurso.
Sobre todo en España, después del triunfo del PP.
Ese resultado se daba por descontado. En España teníamos izquierda cuando los demás tenían derecha. Ahora vamos a tener derecha cuando los demás tendrán izquierdas. Nosotros nunca vamos al mismo ritmo que los demás, porque ha caído Berlusconi y caerán Merkel y Sarkozy. El resultado electoral es el que ha sido porque tenemos una ley que es un robo a mano armada. El Partido Popular con el 44 por ciento de los votos ganó el 56 por ciento de los escaños. De 34 millones con derecho a voto, lo han votado 10 millones. Y sin embargo, tiene una mayoría absoluta porque el método D’Hont produce distorsiones escandalosas en el Parlamento. El PP ha tenido 400 mil votos más que hace cuatro años porque el PSOE se ha hundido por la crisis. Tenemos unos años duros por delante, que deberían servir para refundar la izquierda. Aunque el PP tiene una mayoría absoluta muy fuerte, habrá que ver si la aguanta toda la Legislatura. Ellos han llegado al poder convenciendo a los españoles de que tienen la fórmula mágica; que al votarles se iba acabar el desempleo, los problemas. Saben que no es verdad y van a crear una gran frustración en la gente que los ha votado. Creo que estaremos manifestándonos en las calles de lunes a viernes, vamos a adelgazar todos mucho...
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