.
El director italiano (con la cámara) dirige a Marcello Mastroianni, caracterizado como violonchelista en El viaje de Mastorna, en 1965. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 3 de diciembre 2011. (RanchoNEWS).- Puede que sea una leyenda, o una excusa ante el pánico provocado por un proyecto complejo. Pero en 1965, acabada Giuletta de los espíritus, a punto de iniciarse el rodaje de El viaje de Mastorna, con el guion rematado –adaptación de la novela de Dino Buzzati Lo stranno viagio di Domenico Nolo–, parte de la escenografía levantada y con Marcello Mastroianni sumergido en el personaje del violonchelista Guido Mastorna (existen fotos de esa caracterización), Federico Fellini decide no rodar el filme. Una nota de L. Magi y G. Belinchón para El País:
Hay tres versiones para explicar el renuncio: que de repente no le apeteció, que soñó que si rodaba la película moriría o que fue a ver a una médium que le auguró esos malos presagios. El viaje de Mastorna se quedó en un armario... hasta que en 1990 el dibujante Milo Manara lo rescató junto a otro guion inédito, Viaje a Tulum, para crear sus dos libros fellinianos. Ahora, El viaje de Mastorna se reedita en España (editorial BackList), junto con ilustraciones de Fellini preparatorias de la filmación.
Pero ese viaje no es el único libreto no rodado de un director que tenía ideas y dibujaba constantemente. En sus muchas anotaciones, que van de 1950 hasta su muerte en Roma en 1993, aparecen el delfín de una acomodada familia de provincias aquejado de una impotencia que sólo consigue superar escuchando el rugido de los coches de carreras que atraviesan su ciudad una vez al año; o unos niños molestos que espían por debajo de la tabla de planchar a la florida, campechana e ingenua sirvienta que les iniciará en el sexo.
Son apuntes que el maestro escribió con su inseparable máquina Olivetti, salpicados con notas en estilográfica y caricaturas. Nunca pasaron de ahí, pero ahora los rescata en Bolonia la escuela literaria Bottega Finzioni (Taller Ficciones), de Carlo Lucarelli, escritor y autor televisivo de renombre. «La fundación dedicada al director en Rímini», explica Gianpiero Rigosi, guionista que coordina la iniciativa, «guarda en su archivo 35 proyectos nunca realizados: algunos son guiones bien estructurados, como ese de El viaje de Mastorna. Otros no son más que flashes, que dejan el camino abierto para que los desarrollemos en nuestro taller de escritura cinematográfica».
Los alumnos de Bottega Finzioni están trabajando sobre cinco ideas (Il contino e le mille miglia, Grand soireè, El infierno, Venecia y Mandrake), a cada una de las cuales el director de Amarcord apenas dedicó un par de páginas.
«Fellini no paraba de imaginar, su fantasía desbordaba en imágenes, no en historias; funcionaba por escenas», explica Ermanno Cavazzoni, catedrático de la Universidad de Bolonia y autor de El poema de los lunáticos que Fellini convirtió en 1990 en La voz de la luna, su último largometraje. «El cine le llenaba la vida», recuerda Cavazzoni. «Nunca dejaba de pensar en nuevas películas. Cuando terminaba una, le entraba la angustia. Recuerdo que tras acabar nuestro largometraje, escribió en la pizarra: ¿Y ahora qué hago?».
Las gemas inacabadas del director cobran ahora estructura de historias: los 20 alumnos están a punto de cerrar siete guiones. En dos semanas, los evaluará un productor de la empresa Indigo Films (responsable de, por ejemplo, los filmes de Paolo Sorrentino) para decidir cuál llevan a la gran pantalla. «Los trabajos mantienen el toque felliniano, una atmósfera, una sensación, pero las tramas se han apartado del esbozo inicial», considera Michele Cogo, escritor y guionista que enseña en la Bottega. «Nuestra única recomendación fue: 'No hagáis una película de Fellini». Como dice Lucarelli: «Los maestros son maestros porque nos dejaron sus sueños, que entran en los nuestros y se mezclan con ellos, dibujando otros nuevos».
«La potencia imaginativa de Fellini llega hasta hoy, 50 años después de que tomara sus notas, e inspira a jóvenes de una época totalmente distinta», cierra Cogo. A veces esa imaginación tiene algo de premonitorio. Así, en El viaje de Mastorna el lector puede disfrutar de las desventuras de ese violonchelista que, tras un aterrizaje de emergencia del avión en el que volaba a Florencia, camina por una extraña ciudad, repleta de personajes absolutamente fellinianos. Guido Mastorna acaba rodeado de su familia, de amigos. ¿Es el limbo? ¿Es la realidad mezclada con la ficción? Los seguidores de Perdidos van a encontrar curiosos paralelismos con su serie de televisión favorita.
REGRESAR A LA REVISTA