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El periodista, en junio de 2010. (Foto: Reuters)
C iudad Juárez, Chihuahua, 16 de diciembre 2011. (RanchoNEWS).- Christopher Hitchens (1949, Portsmouth, Reino Unido) murió anoche en el hospital MD Anderson Cancer Center de Houston, enfermo del mismo cáncer de esófago que acabó con su padre y que él mismo retrató en una serie de artículos en la revista Vanity Fair. Ese relato, la última gran obra del autor de Dios no existe, hace aún más conmovedora la noticia de su muerte. Una nota de Luis Alemany para El Mundo:
«A su manera, este nuevo país [el cáncer] es hospitalario. Todo el mundo sonríe para darte valor, aparentemente no hay racismo. Prevalece un espíritu igualitario y los habitantes con prestigio parecen habérselo ganado a partir del mérito y el trabajo duro», escribió Hitchens en mayo de 2011, en uno de esos textos que hacían recuento de la decadencia física y analizaban el encuentro con el dolor de la enfermedad.
Hitchens ha sido una figura extraña para las categorías de intelectual que tenemos en España: a medias periodista, a medias filósofo, polemista, exhibicionista, bon vivant, locuaz, dispuesto a meter la pata... Su vida (anterior a la enfermedad) quedó retratada en la biografía Hitch 21 que apareció en nuestro país en edición de Debate. Su historia, en resumen, es esta: hijo de una familia de clase media con voluntad de prosperar socialmente, fue a Oxford y cogió aliento en el caldo de cultivo de la contracultura de los 60 y 70. Entró en el Partido Laborista pero le echaron por «radical» (una etiqueta a la que nunca renunció). Escribió sobre Orwell, Dostoievski y Koestler, trabajó de periodista, vivió bastante salvajemente, fumó, bebió e intimó con compañeros de generación como Martin Amis e Ian McEwan.
Así pasaron los años 70 y parte de los 80. Después, Hitchens se fue desgajando del mainstream de la izquierda intelectual, hasta romper definitivamente con ella, enfurecido, a raíz de la fatua contra Salman Rushdie, en 1989. A Hitchens le indignó la pusilánime respuesta que muchos de sus colegas dieron a la condena que emitió el ayatolá Homeini. A partir de ahí, tenemos al Hitchens que conocemos en España: un liberal amante de la confrontación intelectual, empeñado en denunciar los lugares comunes del pensamiento socialdemócrata, pero, al mismo tiempo, libre de cualquier rasgo conservador. Hitchens se instaló en Estados Unidos y se volvió un abogado de su modo de vida, pero, al mismo tiempo, mantuvo su modo de vida bohemio. Atacó a los Clinton y a la Madre Teresa, pero también escribió libros como Dios no existe, que es, exactamente, lo que su título promete.
Después, llegó Hitch 22, que más que una biografía es una historia político-intelectual de la generación de Hitchens, y su addenda: los artículos de Vanity Fair sobre el cáncer: «Como tantas experiencias en la vida, el diagnóstico de un cáncer maligno tiene tendencia a ir desnudándose. Van cayendo los velos de una manera casi banal». No se reconcilió con Dios ni con casi nadie. Otra cosa hubiera sido una decepción.
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