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lunes, diciembre 05, 2011

Fotografía / España: Una serie de 33 documentales da voz a los maestros de la imagen

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Helmut Newton fotografía a una modelo mientras le observa su esposa, Alice Springs. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 5 de diciembre 2011. (RanchoNEWS).- Para Cartier-Bresson sólo contaban los instantes, el resto se desvanece. El mesías del fotorreportaje, fallecido en 2004 a los 95 años, nunca buscó «la gran foto», sólo la encontró. «Robamos para luego dar», confiesa un hombre que se define a sí mismo como un artesano de su oficio al servicio del único Dios de la cámara: el tiempo. Para la mayoría de los 33 maestros de la fotografía autorretratados en la serie documental ideada por William Klein Contactos –producida por el canal Arte y el Centro Nacional de la Fotografía francesa y editada ahora en España por Intermedio– el tiempo es mucho más que un reloj que marca las horas.Una nota de Elsa Fernández-Santos para El País:

La obsesión es común a todos ellos. El tiempo y la memoria es la presa que la mayoría de los fotógrafos, ya sean documentalistas, poetas o artistas, necesitan cazar. Lo explican con su voz en off en las piezas de 13 minutos que discurren sobre el fondo de sus propias imágenes. De Cartier-Bresson al propio Klein, a Raymond Depardon, Josef Koudelka, Robert Doisneau, Elliot Erwitt, Helmut Newton, Sophie Calle, Nan Goldin, Nobuyoshi Araki, Hiroshi Sugimoto, Jeff Wall, John Baldessari, Bernd y Hilla Becher, Andreas Gursky o Martin Parr. Dividida en tres bloques (La gran tradición del fotorreportaje, La renovación de la fotografía contemporánea y La fotografía conceptual), la serie rastrea el latido creativo de hombres y mujeres que prefirieron mirar el mundo desde el objetivo de su cámara.

Cartier-Bresson era así de claro: «Si lo pienso, no sale». Tampoco le gustaba el retrato (pese a que fue célebre retratista de Camus, Matisse o Beckett, entre otros muchos); le exigía más rigor que cualquier otra disciplina. «El entorno», solía decir, «me importa tanto como el propio rostro».

William Klein, ideólogo de estas confesiones, recorre las ciudades de sus fotolibros –Nueva York, Tokio...– para afirmar que lo suyo es «una descarga de energía sensual y violenta» o que «el azar hace una foto». Lejos de ese golpe de calle, su compatriota Duane Michaels reivindica la verdad de los sueños: «Fotografiar la realidad es fotografiar la nada, lo esencial no está en la calle sino en las grandes emociones».

Testigos de la historia como el checo Koudelka (que se niega a explicarse a sí mismo, «no sé hablar, no me interesan las palabras») o testigos de la intimidad como Helmut Newton, el mirón entre los mirones, que señala como una de sus sesiones favoritas una que recoge la presencia cómplice y burlona de su esposa y colega, Alice Springs, mientras él fotografía a una modelo desnuda. «Siempre digo que a los hijos hay que matarlos», dice este maestro del erotismo. «Si una foto es fea, la mato. No tiene sentido defenderla. La gente joven cuida demasiado a sus bebés».

Lejos de los mandamientos del fotoperiodismo o del humor de Newton, la francesa Sophie Calle se espía a sí misma a través de los demás, el californiano Baldessari busca en la televisión, el cine y la basura imágenes fugaces mientras el japonés Araki hace recuento de una vida dedicado a las epifanías sobre su pasado y su futuro. «Cuando empecé reinaba el fotógrafo de Magnum y su objetividad. Había que negar los sentimientos propios. Mi camino era muy distinto. Me fotografiaba a mí mismo y lo que me rodeaba. Por eso fotografié mi luna de miel. Luego, mi mujer murió y aquellas fotografías cobraron una nueva dimensión: eran un presentimiento de su propia muerte». Curiosamente, el tipo que se hizo famoso por fotografiar pubis y pechos de centenares de japonesas, cree que la fotografía más dramática de su vida es la más pudorosa: solo se ven su mano y la de su mujer agarradas en su última despedida. Un desgarro muy distinto al vivido en los márgenes de la sociedad (donde la identidad sexual, las drogas y el sida trazaron un trágico destino) por la frágil Nan Goldin: «Cuando empecé quería conservar las huellas de la verdadera vida y la cámara era mi memoria... Finalmente, creo que mi obra es sobre el dolor y la dificultad de sobrevivir».

Pero quizá sea otro japonés, Hiroshi Sugimoto, quien vaya más lejos en la infatigable búsqueda del tiempo y de la memoria. La finura de su serie sobre viejas salas de cine resulta ser una espiritual reflexión del vacío. «Demasiada información nos conduce a la nada», dice él. En los tiempos de la sobreinformación y del infinito carrete digital, la frase resulta premonitoria. Lo único importante sigue siendo dar con el instante.


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