Rancho Las Voces: Centenario de un violinista
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martes, enero 11, 2005

Centenario de un violinista


Portada del libro Higinio Ruvalcaba, violinista, editado por el Conaculta, a través de la Dirección General de Publicaciones, dentro de la colección Memorias Mexicanas.


Eusebio Ruvalcaba
Martes, 11 de enero de 2005
Estuve a punto de dejar la música: Higinio Ruvalcaba (1905-1976).

Hoy, 11 de enero de 2005, Higinio Ruvalcaba cumpliría cien años. Ante la leyenda que representa en el medio violinístico,
se habría limitado a sonreír en su soledad. Las siguientes
líneas son un sondeo en la niñez de don Higinio.
En 1916 apareció en los diarios de Guadalajara el siguiente anun- cio: "Higinio Ruvalcaba. Joven de 11 años de edad se ofrece a sus amistades y al público en general como violinista. Ejecuta solos de violín o con acompañamiento de piano. Propio para ceremonias, actos y audiciones en casas particulares".
Ganarse la vida era difícil. Y sobre todo cuando se provenía de una familia humilde, con un padre restaurador de colchones, chelista de banda y entrenador de ratones, y una madre dedicada a coser ropa ajena. Higinio Rodolfo Ruvalcaba Romero había nacido en Yahualica; pero curiosamente sus padres, Eusebio Ruvalcaba López y Basilia Romero Gómez, lo bautizaron en Guadalajara 40 días después. Y más curiosamente, Pedro González Peña, también chelista y amigo de don Eusebio, se encargó de llevarlo, en burro, de Yahualica a Guadalajara, y contaba que cuando remontó uno de los ríos que enervan la región, el niño se le cayó y las aguas se lo llevaron, pero que finalmente lo recuperó cuando unos arrieros -¡de apellido Ruvalcaba!- se lo devolvieron sano y salvo al toparse con él en las márgenes del río. [Esta leyenda del niño y los arrieros Ruvalcaba me la confirmó Agustín Yáñez a la muerte de mi padre; cabe decir que Yáñez investigó profusamente la vida de Yahualica y sus alrededores.]
Es fácil imaginar la vida del pequeño Higinio en aquella época. Corriendo de aquí para allá y quedándose azorado mientras los mariachis cantaban una canción tras otra. Porque él vivía justo en la calle de Agua Fría, en el corazón mismo de San Juan de Dios, donde los famosos charros cantores se daban -y se siguen dando- cita. Qué opinarían don Eusebio y su esposa Basilia cuando el niño, de apenas cuatro años, facturó su primer violín, un burdo y tosco instrumento hecho de madera y carrizos. Sin que nadie le dijera cómo, en un violín que al poco tiempo le compró su padrino Atilano González, Higinio empezó a imitar las melodías que oía, pero con tanta facilidad que les improvisaba pequeñas cadencias al tiempo que aumentaba las dificultades [práctica que los violinistas barrocos contemporáneos de Vivaldi solían llevar a cabo con regularidad]. "Mi ahijado tiene gracia", le dijo Atilano González a don Eusebio, y diciendo y haciendo lo vistió de mariachi y se lo llevó a tocar a su grupo. Y en efecto llamaba la atención, pero también por otra causa: porque tocaba el violín con la zurda, al contrario de cualquier modalidad [a la vuelta de los años, Higinio Ruvalcaba le declaró a su amigo y periodista Fernando Díez de Urdanivia que de seguir tocando con la zurda habría sido una notabilidad violinística]. Pronto, el nuevo mariachi se ganó el mote de El Niño, pues no era común que un niño de cinco años alternara con hombres hechos y derechos. [Don Higinio tuvo cuatro sobrenombres a lo largo de su vida: además de El Niño, el de El Chapulín, por su agilidad en el basquetbol (en 1933 fue nombrado capitán del equipo de básquet del Conservatorio Nacional de Música, cuyas crónicas, escritas por el propio Higinio, se conservan en la gaceta de la institución), el de Achichino (que en chichimeca quiere decir nota musical y que en un arranque amoroso le había puesto la violinista Celia Treviño, al punto de que nadie más lo podía nombrar así) y el de El Tata, que a manera de mexicano homenaje le acuñaron los maestros del instrumento, violinistas de todos los estilos y sabores.]
Y probablemente ahí hubiera seguido Higinio Ruvalcaba [por cierto, él jamás se avergonzó de haber sido mariachi, como algún crítico musical, de nombre olvidado, lo supuso alguna vez], de no ser porque Federico Alatorre, modesto violinista y ma- estro empeñado, obligó a don Eusebio a que retirara al niño de esa vida y le permitiera asistir a su academia. En ésta, Higinio permaneció tres años y tuvo como profesor a Ignacio Camarena, quien lo primero que hizo fue quitarle el violín y obligarlo a tocar como lo dictan las normas. Fue inútil que el niño protestara. Nunca había habido un violinista zurdo y no lo iba a haber ahora. [Esta afirmación de las normas es relativa, porque en fin de cuentas Higinio Ruvalcaba fue dueño de una técnica inusitada, muy lejana de las escuelas fundamentales del violín, que son la rusa y la belga, y que sin embargo provocó la admiración de Menuhin, Ricci, Milstein, Szigetti, Heifetz y Francescatti, genios violinísticos que tocaron en México cuando el maestro Ruvalcaba era violín concertino de la Sinfónica Nacional; cuando algunos de ellos, movidos por la curiosidad, quisieron saber en dónde había aprendido semejante técnica, Ruvalcaba no dudaba en responder: "En Yahualica, ahí es muy común que los mariachis toquen así".]
La música de cámara pasó entonces a ocupar un lugar definitivo en su carrera. Félix Peredo nombró al niño Higinio primer violín de su cuarteto. Tocó así los cuartetos de Haydn, Mozart y algo de Schubert y Beethoven, pero llegó un momento en que se agotó el repertorio. Colmado de tristeza porque no había más música que tocar, Ruvalcaba compuso un cuarteto, y luego otro, y otro y otro hasta sumar 22. ["El cuarteto es ante todo una cofradía de cómplices", me dijo en alguna muy lejana caminata, "la música viene después."]Posted by Hello