Rancho Las Voces: "Que el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente"
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martes, enero 18, 2005

"Que el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente"


Gustave Doré, la Folie de Don Quichotte, 1863. Posted by Hello
Óscar Enrique Ornelas
Martes, 18 de enero de 2005
El Financiero
El IV Centenario del Quijote.

Don Quijote sigue cabalgando cuatro siglos después. Engendrada, que no escrita, en una cárcel de Sevilla, España, en 1597, Don Quijote de la Mancha es una novela de caballerías en un mundo donde éstas ya no tenían razón de ser. Publicada en 1605, su autor decía ser sólo el "padrastro" de la obra por- que en realidad se la atribuía al "historiador arábigo" Cide Hamete Benengeli.
El mismo se dibujó: "Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo." Su objetivo al escribir el Quijote, dijo, era divertir a los lectores: "Que el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente."
Hay partes de su vida de las que poco se sabe. "La biografía de Cervantes está tan escasa de noticias como llena de sinuosiddaes", escribió Américo Castro en 1967 y sigue siendo válido si hemos de creer a los conocedores. Faltan los escritos íntimos. Los estudiosos encuentran inexplicable el silencio de 20 años en los que Cervantes funge como funcionario de Hacienda y proveedor de la Armada Invencible. "Tan sólo adivinamos una vida de dificultades y molestias -relata Jean Canavaggio-: en 1590 solicita del rey un oficio en las Indias que le es negado; en 1597, tras haber sido excomulgado, es encarcelado en Sevilla por retrasos y quiebras de sus aseguradores. Hay que esperar a 1604 para verle reaparecer en el campo de las letras, establecido con su familia en Valladolid, donde Felipe III acaba de trasladar la sede de la corte. Allí, en ese mismo año, concluye la primera parte del Quijote, publicada en diciembre ya con fecha de 1605."
Soldado sin fortuna, Cervantes se proyecta en su personaje. El ingenioso hidalgo es un loco de atar por creer que es algo más que un modesto caballero. Ha leído todos los libros de caballerías y se los ha creído. Pero no es sino un pobre hidalgo "de apacible condición" en un mundo, el de finales del siglo XVI, donde ya no tiene razón de ser.
En el poema Viaje del Parnaso, Cervantes expresa su pesadumbre por no haber obtenido el éxito literario que merecía su trabajo: "Yo, que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo."
Cervantes quiso ser escritor de comedia y no pudo. Según él, los directores de teatro no lo estimaban. "En esta sazón me dijo un librero que él me las compraría [las comedias], si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo."
Cervantes se lamentaba no ser Lope de Vega: "Tuve otras cosas en qué ocuparme, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica."
Temeroso de que fuera rechazada igualmente su prosa, arremete contra el enemigo: los libros de caballerías. Ahí sí tiene éxito, aunque el Quijote, como se ha dicho, fue visto en su momento en España sólo como un libro divertido.
Cervantes se observa a sí mismo en el Quijote cuando el cura examina la biblioteca del ingenioso hidalgo: "Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega."
Esa misericordia está en el propio Quijote. Dice el narrador: "Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno."
En el prólogo a la edición de 1780, Vicente de los Ríos hace notar la dicotomía entre ilusión y realidad en que se funda la acción del Quijote. Para De los Ríos -comenta Anthony Close en la edición de Don Quijote de la Mancha publicada por el Instituto Cervantes en 1998-, el libro de Cervantes "contiene una novela épica, con todas la de la ley, encajada dentro de una novela realista". Cervantes se mueve entre la contrarreforma y el humanismo de Erasmo. Pero, como advierte el citado Close, sería un exceso convertir a Cervantes en un librepensador al estilo del siglo XIX. "La grandeza esencial de Cervantes -su tolerancia y humanidad, su capacidad para cuestionar nuestras certezas e identificar rasgos perennes de la psicología humana, su incomparable estilo- no quedaría explicada en el fondo, ni a mi entender aumentaría en un ápice, si de repente descubriéramos milagrosamente que tenía ascendencia judía, aborrecía el régimen de Lerma y el Santo Oficio y poseía una biblioteca atestada de ediciones de Erasmo, Montaigne, Giordano Bruno, Pomponazzi, etc. Creer lo contrario es en cierta medida repetir el error de los críticos esotéricos del siglo XIX, como Díaz de Benjumea, que presentaban a Cervantes como precursor del republicanismo librepensador."
Subversivo a su manera, Cervantes no se mete abiertamente con las clases gobernantes. Más bien dirige sus dardos contra grupos a los que considera parasitarios: mendigos, gitanos, brujas, buhoneros, titiriteros. Sin embargo, en su famoso Coloquio de los perros advierte que "nunca el consejo del pobre, por bueno que sea, fue admitido, ni el pobre humilde ha de tener presunción de aconsejar a los grandes y a los que piensan que se lo saben todo".
La modernidad del Quijote -señala Mario Vargas Llosa en su ensayo Una novela del siglo XXI incluido en la edición del IV Centenario (Algafuara)- "está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando, tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra obs- táculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión. Pero también es una novela de actualidad porque Cervantes, para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna. Aun- que no lo sepan, los novelistas contemporáneos que juegan con la forma, distorsionan el tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes".
La estructura del Quijote es "de caja china", observa Vargas Llosa: la historia que leemos está contenida dentro de otra. Hay dos narradores, el misterioso Cide Hamete Benengeli, y un narrador anónimo.
El Quijote -escribe Martín de Riquer en "Cervantes y el Quijote", incluido en la mencionada edición del IV Centenario- no es un sátira de la caballería o de los ideales caballerescos, como algunas veces se ha afirmado, sino una parodia de un género literario muy en boga en el siglo XVI.
"La tan manoseada opinión que cifra en don Quijote el idealismo y en Sancho Panza el materialismo tiene algún leve punto de verdad -propone Riquer-, pero no siempre es válida por la sencilla razón de que los ideales no pueden reducirse a las extravagancias de un demente y porque en Sancho hay, además de su apego a lo elemental y primario, el ideal de la Ínsula y la pasión de mandar."
Si don Quijote se hubiese encaminado hacia Sevilla en lugar de a Barcelona, tal vez habría llegado a las Indias, a donde Cervantes nunca pudo ir. En Amé- rica habría encontrado las aventuras que anhelaba. "Otros quijotes y otros sanchopanzas partían de España sin más caudal y hacienda que las ilusiones y la ambición, y las saciaban en lo que pronto se llamaría América, a base de más trabajos y de más extraordinarias aventuras que las que cuentan en los libros de caballerías", observa Riquer.
Una vida quijotesca
Miguel de Cervantes y de Cortinas (el Saavedra se lo adjudicó él posteriormente) nació probablemente el 29 de septiembre de 1547, en Alcalá de Henares, y lo bautizaron el 9 de octubre de ese año. Fue hijo de cirujano. Su primera obra conocida fue un soneto a la reina Isabel con motivo del nacimiento de la infanta Catalina Micaela, hija de la reina y del rey Felipe II. La pérdida de la mano, lesión que le enorgullece, según escribe, le ocurre en Lepanto cuando pelea a las órdenes de Diego de Urbina.
En octubre de 1574 toma parte en la expedición de don Juan de Austria contra Túnez. Al regresar a España es hecho prisionero por corsarios berberiscos frente a la costa de Cataluña. Intenta escapar varias veces, sin lograrlo, hasta que es rescatado por los padres trinitarios.
Entre 1581 y 1583, Cervantes escribe La Galatea, su primera obra de importancia. El 12 de diciembre de 1584 se casa con la joven Catalina de Salazar y Palacios. En 1590 intenta que el rey Felipe II le dé un empleo en las Indias, es decir en América, pero es rechazado. Lo encarcelan dos veces más, una en el año de la publicación del Quijote. Es en su vejez que Cervantes comienza a ser reconocido como escritor. Aun así, en 1615, cuando publica la segunda parte del Quijote, vive en la miseria.
En tales circunstancias no pierde el sentido del humor, algo que apreciaba sobremanera, como se verá cuando anuncia su propia muerte.
Josef de Valdivielso, a cuyo cargo corrió la aprobación de la segunda parte del Quijote, juzgó así la obra: "[Contiene] muchas [cosas] de honesta recreación y apacible divertimiento, que los antiguos juzgaron convenientes a sus repúblicas, pues aún en la severa de los lacedemonios levantaron estatua a la risa, y los de Tesalia la dedicaron fiestas... el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprehensión y cumpliendo con el acertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena diligencia mañosamente ha limpiado de su contagiosa dolencia a estos reinos."
A los pocos meses de la publicación de la segunda parte del Quijote, muere Cervantes. Es el 22 de abril de 1616, Desde su lecho de muerte se despide mediante el prólogo a su obra Persiles y Sigismunda: "¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!"
Al final, Cervantes se había convertido en el "regocijo de las musas".