C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de noviembre de 2021. (RanchoNEWS).- La idea de ciudad provino del avance de los pueblos antiguos, cuando el ser humano decidió asentarse en un lugar específico y no seguir vagando por llanuras, valles y bosques. Pronto surgieron las ciudades-estado, las ciudades amuralladas y, luego, las urbes caóticas que conocemos, con poca planeación y llenas de problemas, tan alejadas de las Ciudades jardín del mañana, pensadas por el urbanista Ebenezer Howard a principios del siglo XX. Pero existe otro tipo de urbes, las que viven en la imaginación de quien las escribe. Sitios como la Utopía de Tomás Moro o el Rivendell de J. R. R. Tolkien. Éstas no salieron de la nada, sino que poco a poco las reales dieron pie a una geografía fantasmagórica y ficcional.
Sin duda, la metrópoli señera del siglo XIX fue la Londres que reinventara Charles Dickens, diametralmente diferente a la que es hoy, pero también bastante distinta de la que existía cuando el escritor vivía en ella. En sus novelas, la capital inglesa era una especie de sitio de suplicio, con el aire enrarecido por el humo de las fábricas, permanentemente cubierta de neblina y salpicada de tejados con chimeneas llenas de hollín; con tabernas y pubs, iglesias y plazas, habitada por niños buenos, herederos de familias ricas sin saberlo y gente con el corazón negrísimo, además de cárceles que mataban el alma, como en la que encerraron a John Dickens, padre del escritor. A esa prisión, llamada Marshalsea, en el sur de Londres, fue a dar toda la familia, ya que se acostumbraba encerrar con toda su prole a la gente condenada por delitos de faltas de honor y deudas. Años después, Dickens escribiría una crónica sobre una prisión aún peor, la tristemente célebre Newgate, sitio que dio pie a uno de los primeros diarios de nota roja del mundo, el Newgate Calendar, que llevaba por subtítulo: «El sangrante registro de los malhechores».
El texto de Iván Farías lo publica el suplemento El Cultural de La Razón