C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de noviembre de 2021. (RanchoNEWS).- La pregunta «¿para qué sirve la literatura?» regresa cada poco tiempo, como la gripe y la guerra. No se la hacen, sin embargo, los millones de personas que no leen nunca un libro, como han proclamado orgullosamente los jovencitos de Operación Triunfo; no se la hacen los escasos lectores que van quedando en el mundo invadido por la tecnología: quien compra un libro, ha sentido, antes, un deseo. Se la suelen hacer los escritores. Si hasta ahora no ha tenido una respuesta definitiva es, en parte, porque se trata de una pregunta equivocada, sin sentido. ¿Para qué sirve coleccionar mariposas? ¿Para qué sirve escuchar música? ¿Para qué sirve dar un paseo? Las respuestas no pueden ser más que subjetivas, pero cuidado: la subjetividad es el mayor de los tesoros de la persona, el único inalienable; sin subjetividad, no hay ser.
Hace pocos días, el escritor Bernando Atxaga declaró que la literatura no proporcionaba la felicidad. Es una afirmación cierta, pero ¿quién ha sido el iluso que ha buscado la felicidad en la literatura? La felicidad no tiene escritura, no tiene texto, no tiene discurso, se goza, no se narra. La felicidad pertenece al orden de lo inabordable por el lenguaje, de ahí que los relatos orales con buen final acabaran cuando comienza la felicidad: «y comieron perdices».
El texto de Cristina Peri Rossi es del 27 de febrero 2003 lo publica El Cultural