Rancho Las Voces: Chazal: el teólogo surrealista
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lunes, enero 16, 2006

Chazal: el teólogo surrealista

Daniel González Dueñas

M alcolm de Chazal (Isla Mauricio, 1902-1981) podría considerarse el más marginal de los escritores secretos: desterrado del seno familiar por su vocación literaria, fue venerado en Francia por Bataille y los surrealistas. Sin embargo, mantuvo su obra en una suerte de limbo. confabulario ofrece un ensayo, a cargo de Daniel González Dueñas, sobre la vida y la obra de este personaje místico del siglo XX, así como una selección de sus aforismos.

Ciudad de México. México. Domingo 15 de enero de 2006. (El Universal) Si una de las acepciones posibles del término “escritor secreto” es la insularidad (secreto significa ante todo aislado), muy pocos podrán asumir ese concepto como Malcolm de Chazal (1902-1981), tanto en lo literal como en lo metafórico. Examinemos primero lo literal y lo genealógico. Chazal nació en la isla Mauricio, situada en el Océano Índico, al este de Madagascar. En 1763, esta remota ínsula de 1,865 kilómetros cuadrados era posesión de Francia; ese año se estableció ahí el integrante de una aristocrática familia francesa, el conde François de Chazal de la Genesté, un ocultista a quien se atribuye la creación de los Rosacruces. Años más tarde el gran esoterista René Guénon afirmará que Chazal de la Genesté era el último depositario de los secretos de su maestro, el misterioso y legendario conde de St. Germain.

Se dice que François de Chazal se instaló en Mauricio en busca de fortuna, pero esto, aunque posible, resulta secundario; sin duda en su migración hubo razones esotéricas ligadas con un mito muy vivo en esa zona: el de la primigenia tierra llamada Lemuria (en la India referida como Gondwana), gemela de la Atlántida platónica o del Mu en el Extremo Oriente. Se trata de aquel continente arcaico que, alrededor de 250 millones de años atrás, habría contenido lo que es hoy la América meridional, África, Madagascar, la India, Ceilán, Egipto, Australia y la Antártida. Por su situación, la isla Mauricio (al igual que la isla de la Reunión) sería uno de los remanentes más puros tanto de la cuna del hombre como de los restos de la primera y más desarrollada raza humana.

Otro miembro de esa dinastía, Antoine Toussaint de Chazal de Chamarel, comprará una enorme extensión de tierras en Mauricio (zona que aún hoy es conocida como Chamarel) para el establecimiento de un emporio azucarero. En 1810 la isla pasó a ser posesión británica, pero ahí continuó habitando la dinastía de terratenientes fundada por François de Chazal. Hacia 1860, un descendiente de éste, Edmond de Chazal, reformador social y economista, no sólo influyó en su familia para abandonar la Iglesia católica a favor de las doctrinas de Emmanuel Swedenborg, sino fundó en la isla la “Nueva Jerusalén”, institución religiosa contestataria de inspiración swedenborgiana. Se recuerda a este Edmond por haber mejorado las condiciones laborales de los innumerables lugareños que trabajaban en sus fábricas y plantaciones de azúcar; con ello aumentó la ya tremenda prosperidad de la familia en la isla.

Con tales antecedentes, en 1902 nació en esta isla Malcolm de Chazal, decimotercero y último hijo de Edgar de Chazal y Emma Kellman. Su destino estaba tan predeterminado como los de sus hermanos, y así fue enviado a la Universidad de Louisiana en Baton Rouge para estudiar ingeniería química; de camino hacia Estados Unidos visitó Sumatra y Java, y cruzó Canadá por tren. Luego de graduarse en 1925, visitó Cuba para aprender de la industria azucarera, viajó por Francia y regresó a Mauricio, en donde habitaría el resto de su vida. Tiempo más tarde comenzó lo que sería una larga costumbre: costear sus ediciones de autor en pequeñas imprentas de Port-Louis, la capital de Mauricio, en tirajes de cien ejemplares. Los tres primeros libros fueron ensayos económicos amparados bajo el pseudónimo Médec en 1935 y 1936. Estos títulos escandalizaron a su familia, puesto que en ellos Chazal atacaba crudamente los métodos y la base económica de la industria azucarera en Mauricio. El escándalo aumentó cuando Chazal declaró su independencia del clan y su propósito de dedicarse por completo a la escritura. Nunca trabajó propiamente como agrónomo y sólo aceptó un modesto empleo como funcionario en la oficina de telecomunicaciones de Port-Louis, cargo del que se jubiló en 1957.



En 1940 aborda el territorio que realmente le corresponde con la publicación de un libro de aforismos, Pensées (Pensamientos), primer volumen de una serie que continuará con entregas más o menos anuales. Hacia 1943, con el cuarto volumen de Pensées, se produce un cambio que sólo puede llamarse iluminación: lo seco da paso a lo exuberante y la observación deviene interiorización; ahí puede leerse, por ejemplo: “Las flores saben reír, saben sonreír, saben incluso tomar un aire triste que llega a veces a la desesperación, pero ninguna de ellas sabe llorar. La naturaleza es totalmente estoica”. En el quinto volumen Chazal marca la necesidad de “encender una linterna en el ojo para ver el negro absoluto” y, ante todo, se desata la eclosión que marcará toda su obra: “En el hombre, objetivo último de la creación, el universo entero se contiene en símbolo”.

El sexto volumen aborda ya lo que Chazal llama poesía metafísica: “El futuro está delante de nosotros; el pasado, detrás, pero a los lados ¿qué clase de tiempo se encuentra?”. En no pocos autores de aforismos la abundancia es sospechosa e indica que, más que hallazgos, han encontrado una fórmula lingüística, un módulo verbal aplicable a todo. Lejos de esto, Chazal sorprende por su ausencia de fórmulas, por los giros inesperados, por la multitud de estratos que explora en un solo acto, el de mirar. Mirar, ante todo, lo invisible, como escribe el ensayista Éric Meunié: “Lo invisible no es nuevas cosas, sino nuevas relaciones entre las cosas conocidas: la originalidad de Chazal, y lo mejor de su obra poética, estriba en su capacidad de renovar las analogías del mundo e insertar sensiblemente al lector en una experiencia mística o metafísica que no se anuncia como tal”.

En 1945, con el término de la guerra mundial, aparece el séptimo y último volumen de Pensées; éste lleva un añadido llamado Sens-Plastique (Sentido plástico), una colección de más de dos mil aforismos, sentencias y fragmentos que se convertirá a la postre en su libro emblemático, aquel por el que será más conocido. Chazal registra ahí su declaración de principios: “Toda mi postura filosófica proviene del principio de que no hay una solución de continuidad entre la naturaleza y el hombre, y de que todas las expresiones del rostro humano, e incluso sus sentimientos, están inscritos en las plantas, la flores y los frutos, y todavía con mayor fuerza en nuestros alter egos, los animales. Y aunque usualmente se considera inanimados a los minerales, es decir más parecidos a lo muerto que a lo vivo, yo, en cambio, los veo tender también hacia esa síntesis suprema: la forma humana, especialmente cuando están en movimiento. Se dice: ‘El hombre fue hecho a imagen de Dios’, pero yo, más allá, afirmo: ‘La naturaleza fue hecha a imagen del hombre’”.




En 1946 Chazal publica una ambiciosa Histoire de la pensée universelle y en 1948 el segundo tomo de Sens-Plastique. En París el poeta surrealista Jean Paulhan conoce este último volumen y su entusiasmada lectura lo lleva a promover una reedición bajo el sello de Gallimard. En el prefacio, Paulhan escribe: “Claramente, Chazal está movido por no se sabe qué poder, por qué idea gigantesca que lo impulsa por detrás”. En efecto, ese poder es un sentido de unidad al que Chazal llama unismo, aproximación al mundo a la vez poética, sensible, moral y filosófica, fuertemente ligada con la teoría de las correspondencias de Swedenborg. Como pocas escrituras, la de Chazal revela una íntima fusión entre las palabras y las cosas, entre el lenguaje y la naturaleza. Bien lo ejemplifica esta sentencia de Sens-Plastique: “Las flores son tanto sabias como inocentes, con sus bocas llenas de experiencia pero sus ojos infantiles. Ellas doblan los dos polos de la vida hasta formar un círculo divinamente cerrado”.

La lectura del volumen de Gallimard impresiona a André Breton, que elogia al autor como surrealista, afirma no haber visto algo tan poderoso desde Lautréamont y califica al libro como “el más grande suceso de nuestro tiempo”. Sin embargo, Chazal niega cualquier influencia literaria o filosófica del surrealismo, aunque le reconoce haber hecho bastante por la liberación del espíritu humano (el movimiento que sí merece su rechazo total es el existencialismo). Sens-Plastique es admirado por Denis de Rougemont, Michel Leiris, Georges Bataille, Francis Ponge y otros célebres escritores franceses, así como por los pintores Jean Dubuffet y Georges Braque. Este último dice a Chazal que Sens-Plastique es un libro que va “más allá de lo literario” y le recomienda intentar en cambio la pintura. Chazal acepta, pero no abandona la escritura. A partir de 1960 expondrá su obra plástica en París, Londres, Grenoble, Dakar y Port-Louis.

En 1949 Gallimard le publica La Vie filtrée (un libro, según el autor, “escrito en el transcurso de dos meses en estado de trance y delirio”, es decir en estado de “sonambulismo lúcido”), pero ahí termina el “lanzamiento” de Chazal en la capital francesa. Por qué no siguió publicando en Francia se explica sin duda por la divergente recepción crítica: mientras algunos lo consideran un genio que ha sobrepasado tanto al existencialismo como al surrealismo, otros lo descalifican bajo los rubros “primitivo” o naïve. Bataille había exclamado que Sens-Plastique era como una piedra que había caído sobre Francia procedente de otro planeta, pero el apoyo surrealista no podía ser total ante una obra que daba un lugar preponderante a Dios. Bataille intentó conciliar cuando escribió “en Chazal la palabra Dios es siempre una máscara”. Pero las voces que desde la vanguardia lo habían proclamado, guardan silencio ante la contradictoria posibilidad de reconocer la existencia de un teólogo surrealista, por añadidura cristiano. Si Chazal hubiera vivido en París en esa época, de una u otra manera habría mantenido la continuidad de su obra y pensamiento, pero perdido en una isla remota en las antípodas de París, obstinadamente aislado (símbolo mismo de la insularidad), se diluye pronto en la memoria cultural francesa. No obstante, la experiencia lo lanza a continuar con las ediciones mauricianas de autor con un ímpetu asombroso a través del aforismo, la poesía, el ensayo e incluso el teatro. Aparecen, así, cuatro libros suyos en 1950; seis en 1951; once en 1952; seis en 1953; cuatro en 1954. Aun en esto Chazal es matemáticamente preciso en los términos de su propio esoterismo; nótese la progresión: cuatro, seis, once, seis, cuatro.



A estos 31 libros que dibujan su propia curva de ascensión y descenso (o de avance y recogimiento) siguen Le Sens de l’absolu (1956), el fundamental Sens-Magique (1957) y Apparadoxes (1958). No obstante, la magnitud de lo publicado es menor a la de lo inédito; según registra su discípula y biógrafa Edmée Le Breton, hacia 1952 Chazal escribía medio centenar de páginas al día; Edmée menciona varios títulos que, o bien no llegaron a terminarse, o fueron parte de los manuscritos destruidos por el autor. Al respecto comentó a Edmée: “Tal vez no sea necesario que publique mis obras: basta que sean escritas. Me parece que encerradas en los cajones de mi escritorio, ellas refulgen”.

Una y otra vez dijo a sus amigos: “Yo no escribo: soy escrito”. Entrevistado por Bernard Violet en 1969, Chazal exclamó: “Soy el mistificador esencial. No soy comprendido más que por las mujeres y los niños porque están dotados de percepción e intuición y porque todas mis obras son inmediatas de la intuición”. Así parece: Chazal posee una gran erudición en ocultismo, teología, misticismo, filosofía, etnografía, pero ninguna de estas áreas predomina en su pensamiento: ellas se han fundido en el nombre unismo. Y en esta fusión deben sumarse la mitología y la cosmogonía; es la declaración que registra en L’Âme de la musique (1950): “El mundo espiritual es uno, del alga al hombre, de la nube al arroyo”. Basado en el mito de Lemuria/Gondwana, Chazal escribe un libro llamado Petrusmok (1951), que es una cosmogonía y el evangelio de una nueva religión insular. Ante todo, en este libro Chazal revela una sed de libertad, pero de una que surge de lo que llama “humanación”, que corresponde a fusionar su yo con los demás; paradójicamente, esta fusión le permite acceder a su verdadera identidad, a su individualidad real. A esto se refiere con el término “conversión”: aquello que permite al hombre dejar de ser el simple juguete de un destino que depara la sucesión de evoluciones e involuciones.

En Le Livre de Conscience (1952) llegará al extremo de afirmar: “Las matemáticas sólo existen en las personas para quienes las apariencias lo son todo”. Y en La Vie filtrée afinará su declaración de principios: “Mi forma de escribir no tiene nada que ver con todas las formas de literatura usual, que emplea la sensación como punto de partida y la idea como punto de llegada. Mi modo de escribir es sensación pura; mi prosa es navío de sensaciones, y por tanto no tiene ninguna necesidad de contener a la sensación, porque ella es, en mi escritura, continente. La sensación es el receptáculo mismo que vehicula a la idea que yo transmito”. En diciembre de 1946 Chazal regaló a Edmée Le Breton un manuscrito llamado Profecías y confesiones; ahí afirma que la posteridad habrá de reconocer que él “desarmó al hombre como un juguete que se fragmenta en piezas para luego reintegrarlo en una forma desconocida”. Y agrega: “El primer efecto de mi obra será crear un estado de purga en los cerebros”, y esto porque “los santos y los genios rehacen su cabeza, sólo los mediocres permanecen con sus cráneos solidificados”.

En los años sesenta Chazal vive, soltero y solitario, en un ático que le ha cedido uno de sus hermanos en una zona de Mauricio llamada Curepipe, a mitad de un periodo de silencio literario (aunque no periodístico: Chazal da a las revistas de la isla artículos audaces y provocadores). Por esta época Chazal comentó a Edmée que no le sorprendería recibir el Premio Nobel y, en efecto, estuvo cerca sin haber hecho ninguna campaña para obtenerlo: el presidente de Senegal, Léopold Sédar Senghor, poeta de renombre internacional, lo nominó al Nobel de Literatura ante todo por considerarlo un escritor-pintor “africano” que celebraba “la refulgencia oceánica y las intensidades tropicales” de la parte del mundo que ambos compartían.

En 1968 se da el advenimiento de una breve plaqueta publicada en París, Poèmes; es la primera vez que Chazal utiliza en un título esta palabra que ya había explicado en La Vie filtrée: “La poesía no es otra cosa, para mí, que el arte de describir lo invisible, con imágenes de ángel”. En 1972 aparece en Estados Unidos la traducción de un fragmento de Sens-Plastique realizada por Irving Weiss, Plastic Sense, con un prefacio de W. H. Auden, en el que este autor afirma que Chazal es el “más original e interesante escritor francés surgido desde el final de la Segunda Guerra Mundial”. En 1973 aparecen dos plaquetas, una parisina (L’Homme et la Connaissance) y otra mauriciana (Sens unique). El último libro que Chazal da a la imprenta es La Bouche ne s’endort jamais, aparecido en Saint-Germain-des-Prés en 1976. Chazal fallece en 1981 y de modo póstumo aparecen Ma Révolution, lettre à Alexandrian (1983), La Vie derrière les choses (1985), un volumen de la correspondencia entre Chazal y Jean Paulhan (1987) y una entrevista larga: L’ombre d’une île. Entretiens avec Bernard Violet (1994). En 2004 una editorial parisina, Éditions Léo Scheer, a cargo de Jean-Paul Curnier y Éric Meunié, comienza el ambicioso proyecto de reunir su obra en cerca de veinte volúmenes.

Chazal explica en Sens-Plastique cómo llegó a su base filosófica panteísta y animista: “Nunca habría podido lograr esto por medio de la razón. Tuve que confiar en el pensamiento subconsciente, el único recurso intuitivo disponible a los seres humanos, que pocos de nosotros usamos a lo largo de la vida. [...] Debo añadir que nunca habría podido aprender a pensar subconscientemente sin años de retiro ascético, privando a mi cuerpo, aislándome, concentrando mi mente y espíritu [...] hasta que, por etapas, pude perfeccionar lo que considero una forma totalmente nueva de escritura”. Esta forma desconcierta, puesto que Chazal no tiene el rigor de un Antonio Porchia; sus aforismos contienen a veces un humor agrio, desentonado. Así, en Sens-magique poemas de meridiana belleza como: “La luz/ No está verdaderamente/ Desnuda/ Sino al borde del agua”, o “El agua/ Nunca está/ Desnuda/ Cuando la contemplamos”, o “Todo/ Pájaro/ Tiene el color/ De su canto”, conviven con desplantes como este: “Los Colores/ Nada tienen/ De mestizos”, o “El vinagre/ Tiene/ Mal de vientre/ Por haber/ Bebido/ Demasiado aceite”. Mas la constante es la extrañeza: “La rosa es los dientes de leche del sol”. O bien: “La noche/ Se/ Mete/ En la cama/ Siempre/ En presencia/ De/ La luz”.




Acaso ello se explica por el hecho de que Chazal, a despecho de la métrica (con qué soberbia usa mayúscula inicial en todos los versos, incluso los de una sola palabra), siente menos escribir poemas que registrar observaciones de modo casi científico. En sus libros no existe otro orden que el de la percepción guiada por lo intuitivo: el aforismo no es el sitio de la iluminación, sino el mero registro de una percepción largamente entrenada, excesiva hasta en sus recogimientos. Jean Paulhan percibe esto y en el prefacio a la edición de Gallimard escribe: “El autor no busca ser agradable, ni bueno, ni gracioso. De hecho, no busca nada”. Tal vez con ello Paulhan intenta “preparar” al racionalista lector francés para una prosa tan inusual. Y por ello aventura: “Como Chazal carece de tradición, carece de magia: ni alquimia, ni mancia, ni siquiera esta alquimia particular de los poetas que se llama rima, ritmo, cesura, verso, o al menos cadencia, armonía. No, pero un estilo rudo y a contrapelo en donde cada palabra juega su papel, y cada parte de la frase es un nuevo estrato a escalar. En suma, una experiencia en estado bruto a la cual el lector asiste”.

Se conocen las suficientes anécdotas como para imaginar las características de esa “carencia de tradición”: de carácter muy complejo e hipersensible, Chazal desarrolló un mecanismo de defensa al que llamó “la circuncisión del corazón”, y que explicaba como “lo que me permite amar a una flor o a un árbol del mismo modo en que amo a un ser humano”, pero que en términos prácticos correspondía a romper sistemáticamente con sus parientes y amigos. “He abandonado todo: la familia, la sociedad...”, dice a Edmée Le Breton, “no tengo raíces, no estoy encadenado a nadie, me he deshecho del corazón y de todas sus ‘bufonadas’”. A veces la rudeza extrema le servía para aislarse de personas en las que veía un peligro moral. Sin embargo, también era duro consigo mismo: se le conocían arranques de destrucción y quemaba pilas de manuscritos o bien los regalaba. Insistía en que los espejos fueran cubiertos en las casas a las que era invitado; acaso por ello escribió: “Cuando un mono se ve al espejo, ve a un mono; cuando un hombre se ve al espejo, también ve a un mono”. Pero acaso la verdadera razón está en otro de sus aforismos: “Nunca te mires al espejo; de este modo no te equivocarás acerca de ti mismo”.

Entrevistado por Bernard Violet, Chazal se define así: “Soy el hombre de los tiempos nuevos, el hombre creado para reunir al hombre, al universo y a Dios, de tal forma que desaparezcan religiones, filosofías, ciencias, todas las formas dispersas del conocimiento, y se presente una sola forma de conocer: la ciencia poética”. Afirma desdeñar la fama y el dinero: “El poder y la gloria no me interesan. Lo que busco es el Conocimiento. No me considero inferior a Dios. No soy Dios, pero soy como Él. Dios me ha dado, en tanto hombre, el poder de conocerlo todo. Si no poseo el conocimiento, todo lo que podría obtener carece de valor. Pero con el conocimiento, lo tengo todo: alegría, felicidad, paz. Para mí, el Conocimiento no es un libro. Es poder mirar a una flor y ver que la flor me mira”. Es así que define al mal: “Es lo que nos aísla, por ejemplo de la belleza de una flor; es esta pantalla que surge de nosotros y se interpone entre nosotros y la flor”.

Sin duda bajo esta premisa llegó a considerar a la isla de Mauricio como su propiedad personal, incluidos la gente y su flora y fauna. La isla era suya porque “poseo lo que amo. El universo me pertenece. Es como el niño que tiende los brazos hacia las estrellas para atraparlas. Todo está en él”. Existe, sin embargo, otra razón aún más profunda que, en el fondo, podría ser la gran declaración de los escritores verdaderamente secretos: “Me han preguntado”, narra a Violet, “por qué no me mudo a Francia. He viajado por Estados Unidos, por el mundo, pero me quedo en Mauricio. La razón es simple. En París, los franceses no podrían comprenderme sino a medias, mientras que en Mauricio nadie me comprende en absoluto y soy libre. Me hace falta el obstáculo. Si Cristo hubiera estado en Roma con el emperador, si hubiera cenado con los grandes patricios, no habría sido Cristo. Una obra como la mía demanda el obstáculo, la soledad, el rechazo. Y en Mauricio tengo todo eso”.

Chazal fue muy claro acerca de la esencia de su ascetismo: “Si tratamos de estar completamente solos con nuestro ser interior, por medio de buscar la soledad y de evitar deliberadamente la compañía de los otros, tratamos en vano. La razón es que, cuando nos concentramos en nosotros mismos, la persona que hay en nuestro interior simplemente se va por su cuenta. La única escuela posible para nosotros los humanos es el mundo en que vivimos. La soledad es la escuela de la otredad”. Según el sacerdote protestante René Agnel, en sus últimos años Chazal acarició la idea de formar una pequeña comunidad que fuera el germen de una nueva iglesia pura y auténtica. No obstante, su ascetismo se impuso: para cumplir esas altas premisas y evadir las contradicciones, esa comunidad tendría que ser el entero género humano o no funcionaría en absoluto.



Agnel agrega: “Después del ‘fin de la historia’, algunos hablan del ‘fin de la metafísica’. La obra de Malcolm de Chazal permite poner en duda esta última afirmación, no sólo por su realización, sino por todas las preguntas que ella abre, de todas las pistas insuficientemente exploradas que su sincretismo (aunque a veces superficial y cuestionable) pone al día”. ¿Es Chazal un escritor secreto, o uno que devela el secreto que se oculta en la etiqueta “escritor secreto”? Uno de sus estudiosos, Christophe Chabbert, intenta una respuesta: “A la vez desconocido y célebre en el mundo, ausente de los diccionarios pero estudiado en muchas universidades en Europa y sobre todo en Estados Unidos, Malcolm de Chazal ha devenido, al filo del tiempo, a su pesar, y sobre todo a pesar de los surrealistas, en un verdadero mito cuya obra no ha terminado de revelar todos sus secretos”.
Acaso el núcleo de estos secretos es la forma inusitada, más allá de toda disciplina filosófica, mística o esotérica, a través de la cual Chazal asumió el unismo, no sólo una visión integral del mundo sino una reunión de todas las disciplinas y especialidades. En la poesía de Chazal, pues, no hay renuencia a identificar elementos prosaicos o técnicos: “La electricidad/ Es histérica/ Y el neón/ Es seco de corazón”. A veces el unismo es casi palpable en su escritura, con objetividad zen: “La mano/ Se hizo/ Nido/ Para atrapar/ Al pájaro”. En unos poemas el científico se funde con el místico: “Si la luz/ Sobrepasara/ Su velocidad,/ Se resumiría/ A la noche”. En otros textos dialogan el naturalista y el filósofo: “El invierno no tiene frío/ Sino cuando se aproxima/ La primavera”. A veces el matemático toma la palabra: “El cero/ Es culpable/ De aquello/ Que no/ Tiene”. Pero es el místico el que coordina a todas las demás voces: “El hombre que no pegara/ A una imagen/ Alguna idea,/ Conocería/ El espíritu puro”. En ciertos fragmentos, la ruptura alienta tras una aparente calma: “El fruto es/ Masculino/ En el plato/ Y femenino en el árbol”. Algunos más son deslumbramiento puro: “La cosa/ Que fuera/ Perfectamente/ Virgen/ No tendría/ Forma”. Otros condescienden con la moralidad: “El vicio/ Es el más/ Obediente/ De nuestros/ Instintos”. O bien: “Los hombres,/ Ay,/ No quieren/ La felicidad,/ Sino/ Su felicidad”.

Los antologadores del Viking Book of Aphorisms (1981) dan a los textos de Chazal casi tanto espacio como a los grandes autores franceses de aforismos como La Rochefoucauld, Vauvenargues o La Bruyère, pero a diferencia de ellos, Chazal no es un moralista. Él y su obra parecen requerir, en cambio, el calificativo “ciclónico”, en el sentido en que lo define en L’Âme de la musique: “La tempestad está en nuestro cuerpo, pero nuestro centro es ciclónico: la calma perfecta está en nuestra alma”. Si hay moralismo en esa obra, se refiere en exclusiva a un acto de elección: colocarse en la tempestad o bien en el ojo del huracán. Chazal escribe en una carta a Jean Paulhan: “Yo capto lo vivo pero sin querer poseer las cosas, porque hago que la vida venga a mí y se integre en mi espíritu. Una vez obtenida la cosa, hago que la vida se piense en mí, en lugar de ser yo quien piensa la vida”.

El enigma de Malcolm de Chazal resulta considerable; su soledad abismal, su insobornable convicción, parecen crear una posteridad, como si hubiera escrito para un hombre futuro e integral que poseyera otro sentido de lo singular: “Para que Sens-Plastique se imponga”, declaró, “hace falta que toda la poesía antigua desaparezca, porque una no admite a la otra. Es una revolución integral la que se rechaza, pero no por mucho tiempo”. Suma de paradojas: lo rechazó todo pero no en un sentido nihilista sino intensamente creativo; no perteneció a ninguna escuela ni se dejó atraer por los focos usuales de fascinación, pero tampoco se transformó en la escuela esotérica de un solo individuo; su “carencia de tradición” era una fidelidad a una tradición doblemente oculta; asumió como pocos la insularidad, mas para demostrar que ningún hombre es una isla; su obra (tanto la escrita como la destruida y la que ni siquiera llegó a la hoja de papel) fue como un meteorito caído sobre este planeta, pero el nombre de ese meteorito era la Tierra, algo más humano que el mundo en el que cayó; tuvo un deseo supremo que parecía inalcanzable, pero no lo usó para cantar a las imposibilidades sino a las concreciones misteriosamente alcanzadas aquí y ahora.

En una de sus páginas esenciales dejó escrito este deseo: “Ser Jesucristo sin ser Dios; ser un santo sin dejar de ser hombre; ser un hombre sin ser demasiado animal; ser animal sin ser vegetativo; ser vegetativo como lo es la nube; fluir como el agua sin encenagarme; estancarse como a veces lo hace el fuego; arder en pasión suspensa para saborear mejor la vida; ser Buda un poco como Mahoma; amar sin ser prisionero del amor; vivir sin ser vivido por los otros; ser libre, ser hombre, ser inmortal aquí abajo como lo son los dioses; resplandecer como el sol para siempre; sobrepasar todos mis límites para permanecer yo; conocer todo el ciclo de la vida por medio de hacer el recorrido de mí mismo. Vivir, en fin, como uno de cada diez millones sabe vivir. Tal como soy, mi sueño se ha realizado”.


González Dueñas. Escritor. Autor de Libro de Nadie (FCE, 2003).

***

El sentido plástico. Aforismos

Por Malcolm de Chazal

E l sentido del gusto es una casa de una sola habitación, que es la boca. El oído tiene el gabinete de la oreja, los ojos disponen del salón de la córnea, y el olfato posee el largo vestíbulo de la nariz. Pero el más pobremente dotado es el tacto, que vive en las desnudas planicies de la piel como un vagabundo en las calles.

*Conocemos los salones del ojo como visitantes bienvenidos pero vivimos en nuestra boca.

*El arte es la naturaleza acelerada y Dios en cámara lenta.

*Lo primero que despierta en los animales son sus rostros, luego sus cuerpos. Los cuerpos de los hombres despiertan antes que sus rostros. El animal duerme dentro de su cuerpo; el hombre duerme con su cuerpo dentro de su mente.

*Nunca coinciden nuestra expresión facial y nuestras palabras. Es sólo por ello que los animales no nos entienden.

*La mujer nos hace poetas; el niño nos hace filósofos.

*El artista creativo tiene un falo en el cerebro.

*Soy la cuarta persona de la sagrada trinidad.

*Duerme con tus ideas: en la mañana se volverán imágenes.

*Tiembla si eres entendido por el burgués: es un signo de que no vales nada.

*Antes de ser Adán y Eva, eran hombre y mujer. ¿Eran, pues, hermano y hermana?

*Si el agua no supiera lo que es la sed, ¿cómo podríamos beberla?

*Si los habitantes de Marte vinieran a la Tierra, ¿nos tomarían por humanos?

*Los únicos escritores que perduran son aquellos que escriben desnudos para el hombre desnudo, para el hombre-naturaleza, para el hombre de todos los tiempos.

*La mejor forma de ser escuchado es convertir a cada espectador en un auditorio completo y al auditorio completo en un único espectador.

*Morimos por falta de amor, por una ausencia, por desesperación. Lo que nos retiene en la tierra es el amor, es la vida. La muerte ha sido construida con el sentimiento de rechazo que hay en el hombre. Nosotros hemos fabricado la muerte.

*El pensamiento viaja a la velocidad del deseo.

*En la voluptuosidad, forma suprema del placer, se copula casi tanto con uno mismo que con el otro. Después de todo, la voluptuosidad no es sino una masturbación del alma.

*El sufrimiento no engrandece más que a los grandes.

* Lo que nos impide ver a Dios es el hecho de que nuestro espíritu es complicado, mientras que Dios es simple.

* No existen voces naturales en el estricto sentido del término. Si las hubiera nos parecerían sobrenaturales, puesto que romperían la norma a la que estamos acostumbrados. Las voces de los ángeles nos provocarían un pavor infinito, porque nos parecerían prodigiosamente naturales. Si la voz de un moribundo nos causa escalofríos es porque está totalmente desnuda, como debió ser la voz de Adán antes de la Caída. ¿No es la última meta del arte imitar esa primera desnudez? No hay almas superiores sino en las voces desnudas.

* La visión de las olas marinas nos produce la sensación de puntos cardinales de las cosas y, a la larga, de puntos cardinales de nosotros mismos. Si contemplamos fijamente el mar, pronto ya no sabemos dónde estamos. Si pudiéramos prolongar ese estado atónito de la mirada sobre las olas móviles, ya no sabríamos quiénes somos. La visión de las olas es la mayor fuente de olvido y la manera más prodigiosa de pensar Dios.

* El ojo es el más pequeño de todos los muebles. Cada quien está sentado en sus ojos como en un diván. Para despertar el interés de alguien, se siente a veces algo así como la necesidad de arrancarlo de sus ojos, del mismo modo que si se lo sacara de su sillón por un brazo.

* La piel es una caricia continua; cada poro es un peldaño en la interminable escalera del placer sensual.

* Todas las formas de adoración son simbólicas en su más alta expresión, y en tanto seres humanos nuestra forma de practicar la devoción es hablar a Dios. Así, creemos que sólo hay una clase de misa, aquella en la que el hombre se dirige a la divinidad. Sin embargo, en la naturaleza hay otra clase de misa cuyo simbolismo y orden son inversos: en ella Dios nos habla a nosotros.

*Como un avión que corre cada vez más rápido en la pista hasta que de pronto se eleva y apunta hacia las nubes, la mente humana alcanza una cierta velocidad de pensamiento en su pista cerebral antes de dirigirse al cerebelo. Más allá de ciertos límites de velocidad, el pensamiento se vuelve subconsciente.

*La mente se distrae en mil maneras distintas. El corazón se tiene a sí mismo como su única preocupación, su diversión exclusiva.

*La semi-oscuridad otorga a los cuerpos un aire de misterio. Para penetrar el enigma del rostro humano necesitamos toda la luz diurna que sea posible. Cuando es de noche nos dirigimos al cuerpo de una persona. De día, hablamos a su rostro.

*Cuando una persona hace el amor, sus cinco sentidos se sumergen en su cuerpo dejando que el sexto sentido se encargue de su mente. Si en momentos como éste el hombre no dependiera de su sexto sentido, su mente, arrancada del involucramiento en el acto de amor, volaría hacia el espacio y el espasmo lo mataría.

*El agua habla con la boca llena; el aire, con la boca abierta. Es por ello que entendemos mejor lo que el viento dice que lo que el arroyo murmura.

Selección y traducción de Daniel González Dueñas