Rancho Las Voces: A la luz de Goethe
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

miércoles, enero 25, 2006

A la luz de Goethe


ANTONI MARÍ

B arcelona, España. 25/01/2006 (LA VANGUARDIA) La rotunda afirmación de Arthur Rimbaud de que los libros de poesía deberían transformar la vida de sus lectores se cumplió con todas sus consecuencias cuando Jean Paul Eckermann con apenas 30 años leyó a J. W. Goethe (1749-1832). Entonces todo se transformó para él y asumió un destino que antes de leer al Consejero Áulico nunca habría tomado en consideración. "Era como si no hubiera empezado a despertar y a adquirir verdadera conciencia hasta este momento. (En los libros de Goethe) encontré el corazón humano con todos sus afanes, su felicidad y su sufrimiento; hallé una naturaleza alemana que era como un día luminoso, una realidad pura a la luz de una suave transformación".

¿Qué puede hacer un sujeto que imprevisiblemente y de la mano de un desconocido ha adquirido conciencia de si, y conciencia de todo? Pues ir en pos de él para constatar que es una persona humana la responsable de aquella transformación que le ha permitido conocer el fundamento del mundo y de las almas de los hombres. Sin temor a ser defraudado por el autor de sus nuevos días, el joven lector marcha a pie desde Göttingen hasta Weimar para contemplar de cerca al "gran egoísta" y aprender a ver más lejos desde su proximidad. Goethe no le defrauda, su persona le despeja incógnitas que la letra impresa no podía desvelar: percibir la unidad y la íntima armonía que puede establecerse entre la infinita diversidad de las apariencias que puede llegar a adquirir una persona. Pero es la persona pública la que habla: el escritor, el científico, el ciudadano, el dramaturgo, el poeta o el viajero; nada se nos muestra, sin embargo, de la intimidad interior o de las contingencias de la vida diaria. Impasible frente a la muerte de sus amigos, de sus familiares o sus amantes, Goethe es sobre todo fiel a la imagen aúlica que tanto tiempo y tanto esfuerzo le ha costado construir.

Durante nueve años, de 1823 a 1832, J. P. Eckermann atendió, asistió, incordió a Goethe y mantuvo una intensa afinidad que beneficiaría a ambos. Goethe podía exponer sus ideas, matizar otras para deshacer los malos entendidos que su obra siempre generó, opinar sobre personas e instituciones y exponer lo que le comprometía sin tener que recurrir a la escritura que imponía una exigencia que a su edad, 75 años, no estaba dispuesto a realizar. Eckermann, por su parte, convivía con la persona que le había descubierto el mundo y a si mismo y junto a su agradecimiento esperaba extender el saber y realizar el único objetivo de su existencia: dejar constancia por escrito de la magnitud ciclópea que puede adquirir un ser humano. Nada escapó a la perspicacia de Eckermann y como amanuense apuntó y redactó todo lo que decía su maestro, ensartaba sus ideas como las cuentas de un collar que se sucedieran implacablemente y ofrecía de Goethe el perfil más auténtico y fiel de lo que era un humanista. Desde aquel día de junio de 1823 Eckermann vivió exclusivamente para ordenar las infinitas conversaciones con Goethe en las que trabajó hasta quince años después de su muerte.

Aquí, Goethe aparece prudente y osado, anacrónico y reformador, generoso y egoísta, rencoroso e indulgente, y se nos ofrece en la lenta construcción de un personaje que también fascina al lector por esa ideal e imposible síntesis de sentido común y de idealismo, de racionalidad y de imprudencia, de posición crítica y de acendrado entusiasmo por las cosas del mundo. Los múltiples intereses intelectuales confluyen aquí en una unidad de sentido. Sus ideas políticas, sus convicciones ideológicas, sus consideraciones sobre los escritores modernos y los antiguos, sus investigaciones científicas, sus descubrimientos naturalistas, sus ideas sobre el arte y la naturaleza, son cuestiones que a pesar de que a menudo entran en contradicción surgen de la necesidad primera de comprenderse a si mismo y de penetrar en su relación con todo.

"Todas mis obras son fragmentos de una confesión general" y las Conversaciones son una confesión donde se muestran sus quebrantos y sus pocas alegrías y donde la memoria, azuzada por la incidencia de Eckermann, se despliega reconstruyendo un pasado idealizado mientras una oscura nostalgia se cuela entre las afirmaciones más intrépidas, las aseveraciones más audaces y los recuerdos. Napoleón, Shakespeare, Schiller, Byron, Diderot, Calderón, el duque de Welligton, Voltaire son algunos de los imaginarios que Goethe solía tomar como referencia y modelo. Cada uno de ellos le revelaba lo que le faltaba a él: audacia, sabiduría, armonía, temperamento, sentido del humor, trascendencia e inteligencia. Y a pesar de que poseía estas virtudes, el viejo maestro de Weimar no supo, o no pudo, sintetizarlas en un yo que le procurase la felicidad; al menos la instantánea felicidad de reconocerlas en una totalidad armónica.

Las Conversaciones son el testimonio del drama de Goethe y de cualquier ciudadano moderno: el de la imposibilidad de unificar la oposición más contraria, la que se manifiesta entre el Espíritu y la Naturaleza, entre el orden y el caos, yo y el mundo. Su aspiración fue trascender toda contrariedad para acceder a una unidad en la que él se confundía con todo, pero cuanto más se afanaba en ello surgían nuevas contradicciones que le impedían alcanzar la cima del reposo. Es posible que como decía Nietzsche las Conversaciones sea el libro más importante del siglo XIX, sobre todo porque Nietzsche se reconocía en esa lucha implacable y necia de llegar a situarse más allá del bien y del mal. A Goethe podía aplicarse lo que él dijo de Napoleón. "Es un ejemplo de lo peligroso que es elevarse en lo absoluto y sacrificarlo todo a la realización de una idea."

La edición española de Acantilado es en todos sus aspectos idónea e inédita y viene acompañada de ilustraciones, glosario e índice onomástico. Todo favorece a una lectura parsimoniosa y apasionada. Debe celebrarse como un acontecimiento para los que han osado acercarse al Consejero Áulico sin temer que sus alas ardieran por el calor y la luz que desprenden su inteligencia, su soberbia y su voluntad.

16 Apuntes goethianos

Si la memoria oral de Eckermann era lo fiel y prodigiosa que todo hace suponer que era, éstas serían palabras de Goethe, en versión de Rosa Sala Rose (selección de J. L. Giménez-Frontín):

"Especular sobre la inmortalidad es bueno para las clases distinguidas y, sobre todo, para las mujeres que no tienen otra cosa que hacer." (pag. 108)

"En general a los alemanes les perjudica la especulación filosófica (...) que muchas veces procura a su estilo un aire carente de sensualidad, incomprensible, inflado y tendente a dar vueltas sobre sí mismo." (pag. 128)

"El talento de Schiller estaba hecho para el teatro. (...) Con todo, no deja de ser sorprendente que, desde ´Los bandidos´, prendiera en él cierto sentido del horror que se negó a abandonar." (pag. 168)

" (Byron) es un gran talento, un talento innato, y nunca he visto en nadie una fuerza poética mayor que la suya. (...) Sin embargo, Shakespeare lo sobrepasa (...) por eso no habla mucho de Shakespeare." (pag. 174)

"Lo que nos hace libres no es nuestra negativa a reconocer a nadie por encima de nosotros, sino precisamente el hecho de respetar lo que sea superior." (pag. 253)

"Es Mozart quien debería haber compuesto la música del Fausto." (pag. 364)

"La mayor parte de las nuevas creaciones no son románticas por nuevas, sino por débiles, endebles y enfermas, mientras que lo antiguo no es clásico por antiguo, sino por fuerte, fresco y sano." (pag. 385)

"El ser humano es una criatura oscura que no sabe de dónde viene ni adónde va, conoce muy poco del mundo y aún menos de sí mismo. Tampoco yo me conozco a mí mismo, ¡y que Dios me guarde de ello!" (pag. 416)

"Esos tiempos (bárbaros) ya han llegado, y nos hallamos justo en medio. Y es que: ¿en qué consiste la barbarie sino en ser incapaz de reconocer la excelencia?" (pag. 556)

"Además, ¿qué significa eso de amar a la patria? (...) Cuando un escritor se ha esforzado toda la vida (...) en ilustrar el espíritu de un pueblo (...) ¿cómo va a obrar aún más patrióticamente?" (pag. 580)

"Nada más peligroso para el teatro que (...) vivir en la despreocupada certeza de que lo que se haya dejado de obtener en los ingresos de taquilla (...) le será restituido desde alguna otra fuente." (pag. 657)

"(Shakespeare) hace decir a sus personajes lo que resulta adecuado, efectivo y bueno para cada escena concreta, sin preocuparse de calcular (...) si tal vez estas palabras podrían entrar en una contradicción aparente." (pag. 705)

"Una cosa es segura: que en situaciones especiales las antenas de nuestra alma pueden ir más allá de sus fronteras físicas, siéndole dado presagiar o, incluso, ver realmente ante sí su futuro más próximo." (pag. 736)

"La productividad más elevada, esa iluminación significativa (es) algo emparentado con lo demónico que, incontenible, hace con el hombre lo que le viene en gana y a lo que éste se abandona sin saberlo." (pag. 763)

"La muerte es algo tan raro que, a pesar de lo que nos dice la experiencia, no la consideramos posible en aquellos a quienes queremos (...), es un imposible que se vuelve real de repente." (pag. 809)

"En el fondo, todos somos criaturas colectivas, (...) algo que mucha buena gente no acierta a comprender, por lo que se pasa media vida tanteando en la oscuridad y soñando con ser original." (pag. 861)