miércoles, enero 18, 2006
Maslowska y Lafon: La generación del desencanto
LOLA Y DOROTA
SÒNIA HERNÁNDEZ
B arcelona, España. 18/01/2006. (LA VANGUARDIA)En un país con una juventud apolitizada como el nuestro, donde las movilizaciones sociales con más éxito han sido alguna protesta puntual contra la globalización -y todo lo que ésta conlleva- y contra la intervención militar en Iraq impuesta por la derecha -con lo que siempre tienen de Carnaval estas movilizaciones-, la irrupción en la escena literaria de Dorota Maslowska (Polonia, 1983) y Lola Lafon (algún lugar, balcánico, del mundo, 1974) supone una agradable entrada de aire fresco y revitalizante, no sólo por la juventud de las dos autoras. Deudoras de la cultura underground, se podría decir que los dos libros escalan desde los fanzines alternativos para abrirse paso en el sector editorial comercial, es decir, en la industria de la cultura.
Lafon forma parte del grupo musical francés Leva, donde escribe canciones desgarradas y desesperanzadas contra el liberalismo salvaje, contra las multinacionales y la miseria que deja detrás de sí la globalización. Los mismos elementos que configuran Una fiebre ingobernable, su primera novela, donde el mensaje más descorazonador es la absoluta carencia de esperanza. Landra, una joven que vive en París y se dedica a escribir canciones es violada por un "hombre fuera de toda sospecha", un compositor musical de éxito; un acto que no es sino una metáfora de cómo el establishment corrompe la presunta ingenuidad de los jóvenes y frustra los posibles amagos de ilusión. Tras la violación, Landra escapa del que ha sido hasta entonces su entorno y se introduce en grupos okupas y antiglobalización que llevan a cabo una constante lucha contra el sistema, convocando manifestaciones, boicoteando multinacionales y destrozando locales de McDonald´s, además de realizar otros actos sociales y culturales en las casas ocupadas convertidas en centros sociales. Esta inmersión sirve al lector para conocer de primera mano esa forma de vida, para saber a qué aspiran esos grupos de jóvenes, cómo se organizan, cómo se arman y cómo libran su particular guerra antisistema, con una prosa en la que Lafon consigue mezclar con acierto el intimismo de su drama personal con el desencanto de su generación.
La política, como en el caso de Maslowska, está muy presente, y no sólo por la presencia de okupas y anarquistas, sino también en el pasado familiar de Landra, hija de rumanos que mantenían una especie de actividad insurgente o de espionaje, sin quedar demasiado clara, en Bucarest.
Coca-Cola y patatas fritas
La reflexión sobre el legado y los efectos del comunismo en la Europa actual también es uno de los bastiones de Blanco nieve, rojo Rusia, que repasa tres días en la vida de un joven polaco, Fuerte. Si Lafon se introducía en los grupos antisistema franceses, Maslowska bucea por un colectivo igualmente desesperanzado y algo esquizofrénico, que celebra el Día Sin Rusos a la vez que grita contra la antiglobalización y anhela poder comprarse una Coca-Cola y unas patatas fritas en McDonald´s. También se trata de una narración en primera persona, pero mucho más onírica y alucinatoria como consecuencia del omnipresente speed. Si bien es cierto que hay algo de la fórmula sexo, drogas y rock´n´roll, Maslowska -que con 19 años se convirtió en un fenómeno editorial en su país- da un paso más e introduce el escepticismo y el descreimiento político, que se convierten en un violento virus para una sociedad que acaba de salir del comunismo pero que tampoco acaba de dejarse seducir por el sueño capitalista ni el discurso de las derechas. Las contradicciones sobre la religión en el país de Juan Pablo II, la multiculturalidad, Europa y el consumo están bien planteadas y hacen que la historia gane en complejidad para acabar en un crudo retrato de la desesperanza no sólo dirigido a los lectores jóvenes.
La escritura de Maslowska fluye con el desorden del pensamiento, pero se sigue con comodidad durante la mayor parte del relato; una tensión que la autora no sabe mantener hasta el final, que se diluye de tal manera que lo onírico pasa a lo delirante hasta llegar a ser incomprensible. De todas maneras, como el pensamiento obsesivo de sus protagonistas, se trata de una historia circular en la que, a pesar de los acontecimientos que se narran, todo acaba en el mismo desencanto en el que empezó.