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Pieza de la exposición Ghirlandaio y el Renacimiento en Florencia. (Foto: El País)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 24 de junio 2010. (RanchoNEWS).- Hoy se abre al público la exposición Ghirlandaio y el Renacimiento en Florencia. Cinco años ha necesitado el museo Thyssen para conseguir las piezas necesarias y desarrollar la muestra. Ver juntos a los impresionistas y sus coetáneos en Impresionismo, un nuevo renacimiento en la Fundación Mapfre o disfrutar a Thomas Schutte en la retrospectiva del Reina Sofía ha requerido un proceso de más de dos años de media. Para dar estas opciones a los espectadores, un numeroso equipo ha trabajado para que instituciones y colecciones privadas confíen en su idea, les presten las obras necesarias y viajen hasta la sede para articular un discurso artístico. Una nota de El País:
La tesis, formulada por el comisario o el museo, se perfila con un listado de obras y la certeza de que sólo el 30% serán cedidas. «Hay un proyecto ideal de máximos», explica Pablo Jiménez Burillo, director general de la Fundación Mapfre, «y se marcan unos mínimos». «Hay obras sin las que la muestra no tiene sentido», confirma Teresa Velázquez, jefa del Departamento de Exposiciones del Reina Sofía, «depende de si es de un artista vivo, más fácil; o histórica, con algunas imprescindibles». Excepcionalmente, la última histórica del Thyssen –Ghirlandaio y el Renacimiento en Florencia– ha conseguido un 85% de las obras solicitadas.
Con esta lista, contactan con las instituciones y van a defender su idea. «Se parece a un examen de tesis», continúa Jiménez, «no es 'quiero hacer una exposición', sino articular científicamente la importancia de lo que solicitas». Años y colaboraciones mediante, las instituciones desarrollan líneas de reciprocidad, como las que unen al Thyssen con los coleccionistas de Alemania, su país de origen.
«Cada obra se negocia por separado –explica Jiménez–, y tiene una historia diferente detrás». Su voz adquiere un cariz de lógico orgullo al hablar de la exposición de Camille Claudel, aprendiz y amante tardía del escultor Rodin. Problemas legales con los herederos de la artista impedían al museo del creador de Las puertas del Infierno y responsable de la ruptura con el pedestal que fue Los burgueses de Calais, en París, realizar una muestra representativa de su obra. A los pocos, el equipo de Mapfre consiguió juntar las piezas para exhibirlas en Madrid en 2007. Después viajaron al Rodin. «Esto nos puso en buena posición», dice,«para que nos prestasen un yeso original del maestro». La obra prestada fue El pensador, una de las más conocidas del artista. En un mundo donde todos dependen de todos, la buena relación es indispensable para conseguir buenas obras.
Pero las negativas ocurren y enriquecen el proyecto. «Hay obras que no se prestan», asegura Velázquez, «por su estado de conservación, como los collages o las tablas antiguas, o porque son imprescindibles para el desarrollo de la colección del museo». Se buscan alternativas, ya sea otra obra similar del autor o una que por oposición ayude a la muestra, y en algunos casos una secundaria acaba convertida en protagonista. «En este trabajo compruebas los fallos en la práctica de la teoría», reflexiona Jiménez.
La dificultad del préstamo depende del país. El trámite mínimo en EE UU es de un año frente a los seis meses europeos; en Brasil, Mapfre recibió un esclarecedor mensaje de la diplomacia española: «Aquí todo es muy complicado, pero nada es imposible»; Rusia y la lenta burocracia... Todas las instituciones aseguran que en raras ocasiones se solicita dinero, pero en los mentideros se habla de alquileres de dos millones de euros por una colección completa.
Llegado el acuerdo, comienza el viaje. Entre 4.000 y 6.000 euros a cargo de la institución receptora. Incluye, además del seguro clavo a clavo, el embalaje especial, los billetes de la obra y su acompañante humano y el sueldo de los agentes que custodian los embalajes en las zonas de carga, ciertos conflictos inesperados. En la aduana de Colombia quisieron agujerear las cajas de transporte por las sospechas de cocaína.
Los trayectos son duros. En avión, soportan los cambios de temperatura entre el clima del prestador hasta él del destino, pasando por los entre ocho y diez grados de las bodegas. El traqueteo de un camión no es bueno para las telas. Un carguero, para grandes préstamos transoceánicos, implica mucho tiempo de viaje y el uso de grúas para el container. La tecnología ayuda el buen término de la aventura. Empresas como TTI o SIT disponen de cajas especiales, con espuma de poliutireno extruído y capa de aislamiento térmico, GPS localizador, sensores de movimiento y temperatura... Además de soluciones personalizadas en caso que el gran tamaño de la obra supere los receptáculos habituales.
«Antes se cubrían con una manta», ilustran con una sonrisa el cambio desde el Thyssen. Y también garantizan la seguridad de los trayectos. «La prueba es evidente–concluyen– siempre que le ocurre un accidente a una obra es noticia».
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