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El joven Robert Zimmerman. (Foto: ABC)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 17 de junio de 2010. (RanchoNEWS).- Apenas tres meses antes, el 8 de marzo de 1965, 3.500 marines habían desembarcado en la base survietnamita de Da Nang. Faltaban tres años para aquel mayo, pero en París, en Roma, incluso en Madrid y Barcelona, muchos ya veían en los adoquines un arma arrojadiza, y soñaban con que debajo de ellos esperaba la playa. El mundo olía a molotovs y banderas rojas. Negros y blancos habían caminado juntos en Washington hacía un par de veranos. En la 7º Avenida de Nueva York aquel día de junio del 65, el 15, exactamente, en los estudios de Columbia Records, la cosa está que arde, escribe Manuel de la Fuente en Madrid para el ABC
En su refugio de Woodstock, de vuelta de una gira agotadora, no tiene muy claro cuál será su camino de aquí en adelante. El viejo folk de Guthrie y Seeger se le queda pequeño, pero de repente Bob Dylan sufre un trance poético que de forma automática derramará sobre diez folios en blanco: «Once upon a time you dressed so fine / Threw the bums a dime, in your prime…» («En otro tiempo ibas muy elegante, estabas en la flor de la vida y le arrojabas centavos a los mendigos…»).
Bob llegó al estudio y empezó a comerse el coco. La canción estallaba en su cabeza pero no había forma de conectarla con algo parecido a un pentagrama, algo mínimamente entendible,
emocionante. Se sienta al piano, se levanta. Al Kooper tamborilea sobre su teclado Hammond. Dylan ve la luz. Ahí, ahí. El grupo lo intenta una y otra vez, hasta cinco, la cosa no acaba de cuajar. La canción se les va de las manos, se pierde, la buscan y no la encuentran. Mañana será otro día. 16 de junio de 1965. Una, dos, tres tomas. A la cuarta va la vencida. Un golpe de baqueta de Bobby Gregg cae como un martillo sobre la caja, un baquetazo que era simplemente, como Bruce Springsteen recordaría años más tarde, «como si alguien abriera de una patada la puerta de tu mente».
Había echado a rodar una de las canciones más extrañamente bellas, más intensas de la historia del rock and roll: «Like a rolling stone», seis minutos de desasosiego, de angustia, de venganza, como si Dylan clamara en el desierto: «Dime, dime, qué coño sientes sin un puto hogar, como una desconocida, como una puta bala perdida».
La mejor de las mejores
Qué canción, llena de esquinas, de recovecos, de escondrijos, de tormentas, Dios, no tengo palabras. Pero sí las ha tenido el periodista Greil Marcus, quien le ha dedicado a la tonada 200 páginas, las de su libro Like a rolling stone. Bob Dylan en la encrucijada (Global Rhythm). Una canción que ha sido elegida por la revista Rolling Stone como la mejor de la historia del rock and roll. Todo lo que quiso saber sobre ella y nunca se atrevió a preguntar.
Y al decir todo, decimos todo. Sus orígenes, sus miles de posibles significados, la epopeya de su grabación minuto a minuto, sus influencias (La bamba, de Ritchie Valens), Muddy Waters (de su Rollin'stone tomaron su nombre los chicos de Jagger) y, por supuesto, sus consecuencias: cuando Bob Dylan la estrenó un mes después (el 25 de julio, a los cinco días de su edición) en el Festival de Folk de Newport nació el cisma entre puretas y eléctricos con Bob a la cabeza. Un año después (el 17 de mayo del 66), a Dylan le llamaron Judas en Inglaterra, antes de que empezara a tocarla.
El libro de Marcus pone todos y cada uno de los puntos sobre todas las íes de una canción que cambió la historia del rock. Poesía y decibelios de la mano. El verso encendido e incendiado de Dylan y el poderío de una guitarra eléctrica. Nada iba a ser ya lo mismo. Y no lo fue.
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