.
El escritor en su juventud. (Foto: notasmoleskine.blogspot.com)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 1 de julio de 2010. (RanchoNEWS).- Fue en el departamento de Copilco de Hugo Gutiérrez Vega, recién había regresado de Londres, con la familia; ellos tal vez no lo recordarán nunca pero yo, siempre lo he tenido presente. La niñas Fuensanta y Lucinda estuvieron durante la cena llevándose la noche con Monsi a quien trataban con gran familiaridad, de una manera como nunca volvería a ver a aquel cronista de rock que yo tantas veces había leído en la revista Pop junto a Parménides García Saldaña, años antes de llegar al D.F. Entonces yo acababa de emigrar de Juárez, acababa de conocer la región más transparente del aire y sus personajes, que sólo por sus letras sabía quiénes eran.
La agudeza de Monsiváis siempre me impuso un silencio admirativo. Muchas ocasiones lo volví a encontrar, en la UACJ en una facultad dando una conferencia, rodeado de admiradores que le pedían autógrafos y sabiendo que teníamos amigos en común nunca me acerqué a decirle cuánto admiraba su inteligencia, su prosa, su sarcasmo, ese espíritu que habitaba en él y parecía dictarle todo lo que pudo decir de nuestro México, un espíritu iluminado que decía y ponía a flote todo lo que México y los mexicanos éramos y somos; y hasta profetizaba en ocasiones lo que sobrevendria a este país cuya sociedad pudo leer como nadie, porque además, nada en su discurso podría revelar amor por México o patriotismo u orgullo por ser hijo de este lar.
Siempre fue huraño como un gato de quienes tal vez imitó su naturaleza: ahora creo que fui más huraña yo, que conociéndolo tantos años atrás no podía, ni pude, expresarle en su mismo tono lo que pensaba de la situación de la insurgencia zapatista, de Marcos y los indígenas, cuando lo volví a ver y compartimos el mismo espacio en aquel minibús, aquel agosto de 94, rumbo a Aguascalientes, Chiapas, y aquella misma noche me uní a las lágrimas que corrían por sus mejillas cuando atestiguamos la dignidad de las bases de apoyo del EZLN que desfilaban ante nosotros los que habíamos llegado del D.F. a la guarida de transgresores. Es extraño lo que Carlos Monsiváis y su partida me revelan hoy; mucho más que cuando vino a Toluca y me escuchó cantar y nada dijo. No esperaba menos. Cuando terminó su coca su fue en compañía de quien lo había invitado a venir al bar donde yo cantaba jazz y boleros.
Alguien podrá haberlo conocido más que yo, yo lo conocí nada pero siempre estará en mi corazón con gran admiración dondequiera que esté hoy.
deballeres@hotmail.com
REGRESAR A LA REVISTA