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El dibujante está preparando un mural de veinte metros que se presentará en octubre en la Feria del Libro de Frankfurt. (Foto: Página/12)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 14 de junio 2010. (RanchoNEWS).- El último libro de Miguel Rep es una epifanía «molesta» titulada 200 años de peronismo (Planeta). La «picardía repsiana» es una de las zancadillas más coloridas y extraordinarias contra el mausoleo de la apolillada historia oficial. En esta «biografía no autorizada de la Argentina», como se advierte desde la tapa, la metonimia puede generar una profunda urticaria en unos cuantos. En tiempos del Bicentenario, el cambio semántico por el cual sustituye la historia en abstracto –el todo– por el peronismo –una parte– es una irreverencia que puede poner los pelos de punta. Todo es peronismo, señoras y señores, un sentimiento que se baila. En los paródicos dibujos de Rep –sus imágenes narrativas podrían ser el hecho maldito de la iconografía nacional—, Cristóbal Perón (sí, leyó bien la combinatoria) descubre América; en alpargatas y con un mate humeante, Perón se reúne con Moreno, Castelli y Belgrano. También, claro, crea la bandera. Hasta los negros de 1813 bailan y celebran junto a Perón la libertad de vientres. Más acá en el tiempo, aunque más atrás en las páginas de un libro que prescinde de la cronología, hay un diálogo donde el humor repsiano alcanza el paroxismo. En la cama, Perón le confiesa a María Eva que tuvo un accidente con la moto y le quedó estrangulado el conducto espermático. «No te preocupes, Juan Domingo. A mí lo que me sobran son huevos», le hace responder a Evita. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
En el estudio donde se cocinan dibujos, tiras, ilustraciones, Rep ofrece tomar mate con una aclaración doméstica también epifánica a la hora de hablar de peronismo. «Al mate hay que agarrarlo por la base para que no se caiga», avisa. «Siempre fui muy rebelde y descubrí de chico el otro lado de las cosas. La educación de los años ’60 y ’70 era muy rígida; pasaban cosas en el mundo, en la sociedad argentina, en cuanto a cierta liberalización de las costumbres, pero la educación seguía siendo la misma. Yo vengo de un hogar en donde se decía ‘en mi casa la política no entra’. Así que nunca se cuestionó que San Martín tal cosa, que Rosas tal otra. La historia era una materia más, como geografía, pero yo percibía que en todos los ámbitos de la vida había otro costado; que la historia no podía ser como me la contaban tanto en la escuela como en Billiken», recuerda. Su obsesión por «desbillikenizar» las anécdotas de la historia argentina arrancó en los años ’90 con La grandeza y la chiqueza, los dibujos publicados en SátiraI12, entre 1990 y 1994, reeditados en color en 200 años de peronismo junto con un grupo de nuevos dibujos, algunos de los cuales ilustraron los suplementos sobre el peronismo que José Pablo Feinmann publicó en este diario.
«Billiken te vendía el relato visual, tan quieto, con esos colores europeos de superhombres o villanos. Pero nunca creí en la experiencia de los superhéroes, tampoco en la de los villanos. Siempre pensé que había matices», subraya el dibujante. «Cuando tenía 12 o 13 años, hubo un libro importante que leí, Historia argentina con drama y humor, de Salvador Ferla, que te hablaba de anécdotas que rompían con la historia oficial tan empaquetada y solemne. De a poco me fui encontrando con otras lecturas, Andrés Rivera, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, que me enseñaron que las fotos que me mostraron no eran así». El revisionismo repsiano comenzó a producir imágenes «bastantes bajadoras del monumento». Era un trabajo caprichoso, a contrapelo de la cronología. Se le ocurría una escena y se documentaba para después poner las manos en la masa. Una semana hacía un dibujo sobre Malvinas, la siguiente sobre el Virreinato del Río de la Plata; en otra arremetía con la batalla de Caseros. Y así hasta completar, con los años, su opus sobre el peronismo.
«La historia argentina la fui hilvanando a medida que se me aparecían imágenes que tenían ganas de molestar o de recrear, como un encuentro ficticio entre Dominguito y Manuelita, cosas así que podrían haber ocurrido, cosas paradójicas –explica Rep–. Ésa fue la manera; pero no como un rebelde espanta burgueses, sino simplemente para humanizar la historia argentina. Sabía que la historia se iba a visitar de otra manera. Me parecía mentira que no hubiera ocurrido ya en los primeros años de democracia. La Argentina se estaba debiendo eso. Por suerte después ocurrió, y sigue ocurriendo. Ahora te diría que hay casi una historia oficial paralela, otra historia oficial; vamos a ver cómo reacciona el revisionismo a este revisionismo».
¿Por qué en el prólogo del libro plantea que el verdadero humor político es el histórico, y que no se lleva bien con el presente?
Porque trabajé con el presente, lo hice mucho y me embola absolutamente dibujar a los políticos. No lo puedo soportar; mi mano de un tiempo a esta parte se retoba. Hubo una etapa en que los necesité dibujar, con Duhalde como presidente. Todos los domingos aparecía una serie en la que lo hacía a Duhalde en la cama, hablando con Chiche. Antes de empezar Kirchner su presidencia, dibujé los dos «huevitos Kirner», que era como los huevitos Kinder, pero con dos ojos que miran a lados opuestos. ¿Traerían sorpresas los huevitos Kirner? Lo dibujé con la idea de que iba a venir un presidente con sorpresa. Y fue así. Los primeros tiempos de Kirchner eran una sorpresa tras otra. Después no dibujé más a los políticos porque no me salen. Empecé a dibujar más a la gente de la calle porque la verdadera historia la hace la gente, los movimientos sociales. La gente es la que sale a hacer los cambios, no los políticos. La vanguardia es la gente; el 17 de octubre lo hizo la gente. Contar el presente político para mí es contar la historia. Es como contar, después de pasar por el psicoanálisis, quién soy yo ahora.
Rep agarra ahora el mate por la base, acomoda la bombilla y revela que ha hecho cada dibujo de Perón como si hubiese sido un contemporáneo. «Ese dibujo de Eva en el que dice que lo que le sobran son huevos tal vez no me lo hubieran publicado en la época –plantea–. En ese sentido saldo deudas de mis antecesores, que no pudieron publicar un montón de dibujos porque no tenían libertad. Me pongo en dibujante de esa época, haciéndolo y pudiéndolo publicar. Es un jueguito que me hago a mí mismo. Cuando hago a Perón, desde el 17 de octubre hasta su muerte, trato de hacerlo como si hubiera sido un dibujante de esa actualidad. Cuando me disfrazo de dibujante de esa época, no lo miro desde el futuro, sino que lo miro desde ese presente, pero pensando como pienso hoy».
En ese diálogo entre Perón y Evita, parece que toma partido por Evita, ¿no?
Sí, obviamente mi simpatía por el demonio, es decir por el peronismo, fue por Eva, que es una figura que nunca se me ha caído. Perón me sigue conmoviendo, pero lo sigo discutiendo. Yo adherí al peronismo por Eva, sigo pensando que es la gran transformadora de la historia, mucho más que Perón, que viene de una clase social más acomodada. Eva viene de los márgenes más absolutos, de la bastardía más tremenda. Y se impone e incluye. A partir de ahí hay un país de inclusión y otro de exclusión. Yo adhiero al país de inclusión, al país de Eva. Quiero un país de reparto y de inclusión y no de ajuste y exclusión. Ése es grosso modo el lugar desde donde me paro.
Cuando una sociedad está mejor, cuando hay inclusión, es más difícil hacer humor político, ¿no? ¿Quizá el humor funciona en tiempos de crisis?
El humor político funciona mejor estando en contra. Es mucho más fácil. El humor oficialista es un fracaso. En un momento lo señalé en los primeros tiempos de Kirchner, en la tira. Gaspar creo que dice estoy de acuerdo con esto y con esto, ¿eh? No quiero hacer humor oficialista. Para hacer humor oficialista, mejor no hacer nada. Siempre hay cosas que criticar.
Dice en el prólogo del libro que dibuja su propia idea de peronismo. ¿Cómo definiría esa idea?
Cuando digo que dibujo mi propia idea de peronismo, lo hago para contestar que no soy un ilustrador esclavo de los textos. Yo he sido ilustrador y he tenido que leer los textos de Feinmann cuando hacíamos el suplemento de filosofía. Pero para el suplemento del peronismo no leí los artículos antes. Hacía el dibujo y expresaba mi peronismo. No ilustraba el peronismo de José Pablo porque él tiene su peronismo generacional, que es muy distinto del mío. Yo soy un tipo que no tuvo un solo día de peronismo en su vida. Ni uno solo. Mi idea está hecha de lecturas, de idealizaciones, de deseos y de recortes muy posmodernos de lo que fue el peronismo. Ésa es mi idea desde donde rescato al peronismo. Pero también critico porque hay un viejo Perón, el último, al que lo acuso bastante por el desencuentro con la juventud.
En ese sentido hay un dibujo muy iluminador de Perón en las bateas de una disquerías, en las que mira discos de Vox Dei, Manal, Arco Iris y Sui Generis, entre otros, y termina diciendo: «¡Pero qué juventud de porquería!».
No entiende una goma (risas). No entiende nada de lo que pasa con los jóvenes. Nada de nada. Ni siquiera estuvo en el país y casi no recibía ecos de una juventud que era absolutamente moderna y vanguardista. Perón recibía a los sindicalistas y de vez en cuando a algunos jóvenes, como Pino Solanas y Octavio Gettino, pero no tenía contacto con la juventud y sus necesidades. De golpe se encontró como líder de esa juventud a la que no comprendía. Este desencuentro se pagó muy caro. Hasta cuando lo critico lo comprendo a Perón. Me parece un personaje simpático de dibujar. Es casi un tipo cubista porque tiene muchos lados por donde atacarle.
En el prólogo se pregunta cómo hubiera sido hacer humor estando viva Eva. ¿Puede arriesgar una respuesta?
Creo que hubiera sido imposible. Eva era la parte del Vaticano y el régimen no hubiera permitido que se bufaran de ella. Ya ni con Perón podías hacerlo, imaginate con Eva. Como humorista con adhesión a las clases marginales, ¿hubiera hecho humor con Eva? No, yo no lo hubiera hecho. Es fácil hacer humor con Eva siendo Copi, desde el travestismo resulta riquísima. Pero Eva no ha dado muchas ambivalencias; hay que retrotraerse a su pasado antes del terremoto de San Juan. La vida anterior de Eva no es interesante; era una vida común y silvestre que se encontró con un destino gracias al terremoto. Un temblor parió la historia. Pero es muy difícil hacer humor con Eva, es difícil hacer humor con los derrotados, ¿no? Porque ha sido una mujer muy castigada, muy derrotada. Yo siempre estoy del lado de los perdedores. Con el ganador, con el gorila, es más fácil hacer humor.
Rep confiesa que una vez que se le ocurrió el título del libro agregó dibujos como el de Cristóbal Perón, los de Perón con Castelli, Moreno y Belgrano, entre otros. «Les puse colores muy vivos, para contrarrestar los colores educados europeizantes de la historia argentina, y en el corpus de peronismo, porque es terrible, pero su historia, a pesar de llegar hasta el ’74, siempre fue en riguroso y trágico blanco y negro. Creo que aplicar colores vivos es retomar una conducta latinoamericana; luego, pintar así es ‘revolucionario’». Y «revolucionario» es incluir a Perón en todas las escenas claves de la historia argentina. «Perón no queda desubicado en ninguna de esas escenas –aclara–. La historia argentina siempre fue peronista; Perón encarnó la historia de 1810 en adelante. Ahora estamos hablando del peronismo porque es lo último fuerte que ha ocurrido en el país. Si ocurriera algo fuerte, probablemente habría que jubilar inmediatamente al peronismo».
Suena difícil jubilar al peronismo...
Va a ser difícil por ahora, pero nada es imposible. La modernidad política argentina sigue siendo una consecuencia del peronismo. Lo último nuevo, lo que sigue separando las aguas del país entre populismo y no populismo, reparto-ajuste, inclusión y exclusión, sigue siendo peronismo y antiperonismo. Y en estos tiempos se nota de una manera recalcitrante esta división de adhesiones y rechazos.
¿Se podría jugar con una frase emblemática y plantear que los 200 años de peronismo de Rep son como el hecho maldito de la iconografía nacional?
No creo que dibuje cosas malditas; dibujo cosas molestas, no malditas. Maldito es (Daniel) Santoro cuando hace a Eva comiéndose las entrañas del Che. Yo hago tremendos esfuerzos por comprender y no por provocar escenas. No es ése mi estilo. No me sale mucho hacerme el Tortonese y el Urdapilleta. Me sale acercarme suave y decirle al otro: «Che, ¿no habrá sido así?». Me parece que eso genera molestia porque no me impongo a través de un grito. Lo mío es un susurro. No me siento maldito, me siento molesto. Sugiero situaciones molestas y el otro tiene que seguir pensando.
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