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lunes, julio 26, 2021

Noticias / España: Libros para presumir que no hace falta leer


 Dibujo de Tom Gauld para su libro En la cocina con Kafka, publicado en España en 2018 por Salamandra Graphic.(Foto: Archivo)


C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de julio de 2021. (RanchoNEWS).- La influencer francesa Maddy Burciaga saltó a los titulares de la prensa en enero de este año por publicitar unas cajas imitación de libros de lujo a 19,99 euros las dos unidades; sus fake books (libros falsos) no tienen páginas y, como puede verse en el vídeo que publicó al efecto, son tan buenos para decorar una habitación como cualquiera de los muchos papeles de pared símil biblioteca que se encuentran en Amazon: por menos de 70 euros, el cliente puede presumir de la posesión de numerosos y muy respetables libros sin la necesidad de comprarlos, adquirir estanterías y, por supuesto, leerlos.

Los fake books de Burciaga (2,6 millones de seguidores en Instagram, 153.000 suscriptores en YouTube, más de 61.300 en Twitter) son una manifestación más de bookishness o adicción a los libros, un nicho de mercado y una subcultura que la profesora asociada de Inglés y Literatura Comparada de la Universidad Estatal de San Diego Jessica Pressman describe en un libro publicado en abril y titulado Bookishness. Loving Books in a Digital Age como una suma de «actos creativos que se relacionan con la materialidad del libro dentro de una cultura digital», un puñado de prácticas no muy variadas que incluye la publicación en redes sociales de una portada sobre un fondo estéticamente aceptable, la puesta en escena del acto de lectura, el festejo de ciertas librerías, el comentario superficial pero entusiasta de las emociones suscitadas por una obra, el registro fotográfico de pilas de libros en entornos hogareños en los que estas casan en virtud de su color y/o de algún otro aspecto sin relación con su contenido y, por supuesto, la adquisición y exhibición de bolsas de tela, llaveros, marcapáginas, estuches, muñecos, cojines con citas, joyería, camisetas, juguetes y lápices.

Una nota de Patricio Pron para El País