C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de agosto de 2021. (RanchoNEWS).- El niño es negro. Tiene la cabeza agrandada. Está desnutrido, desnudo, frente a un plato vacío. La imagen es de esas que valen más que un millón de palabras. Esa mirada. Esa tristeza. Ese desamparo. Esa resignación que ya ni siquiera desespera. Que espera algo, quién sabe qué. Era el rostro sufriente de una Bangladesh que a principios de los '70 parecía de esos lugares -como en la ESMA del '76- en los que no había estado Dios. Era entonces tierra y carne de luchas intestinas entre el este y el oeste de Pakistán por la independencia de Bangladesh, pero acoplada a un tremendo ciclón que había matado más de 500 mil personas. Era el rostro de ese niño, al cabo, la peor faz de una escalada más en la guerra indo-pakistaní que la porfía religiosa y los intereses imperiales habían partido en 1947.
Por eso, enmarcar aquel niño olvidado por el demiurgo en una especie de lápida para transformar en la tapa de un disco fue la mejor manera que encontraron George Harrison y Ravi Shankar para dar cuenta de lo que habían hecho aquel domingo 1° de agosto de 1971, hace hoy cincuenta años: un recital para que esos rostros, ese hambre, esa tristeza, esa desolación desaparecieran de esa maldecida tierra. O al menos se contrajeran. El Concierto por Bangladesh, un maravilloso evento con efectos polémicos, tuvo lugar en el Madison Square Garden de Nueva York, y el lucro tenía como fin abastecer de alimentos, vestimenta y medicación a los pakistaníes del Este que se habían refugiado en la India, cuando empezó la guerra por la liberación . Era la primera vez que el rock, en tanto movimiento musical, político y cultural «universal», se ponía el overol militante para intervenir la realidad. Para intentar modificarla.
Una nota de Cristian Vitale para Página/12