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lunes, noviembre 03, 2003

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Joan Perucho

Un creador prismático e irrepetible

El poeta próximo a Dau al Set convivía con el novelista de monstruos y vampiros y con el crítico vanguardista

JULIÀ GUILLAMON - 03:16 horas - 31/10/2003 LA VANGUARDIA

Con la desaparición de Joan Perucho, la literatura catalana pierde a una personalidad irrepetible. Poeta, novelista, crítico de arte, editor, gastrónomo, bibliófilo y coleccionista, Perucho fue algo más que un escritor de talento original y vasta cultura. Le conocí a mediados de los años ochenta. Yo era un jovencito, acababa de salir la universidad y había escrito un artículo sobre literatura fantástica en el que hacía referencia a su “Llibre de cavalleries”. Se lo mandé, me llamó de inmediato: “Vingui a prendre cafè”. Fue un shock. A lo largo de varias décadas, había compuesto en su casa de la avenida República Argentina una escenografía alucinante. Todas las paredes estaban recubiertas de libros, en ediciones antiguas y soberbias encuadernaciones de época, que se alternaban con cuadros enigmáticos de Tàpies, Ponç, Cuixart o Antonio Saura. Se sentó en una butaca de terciopelo rojo, frente a los volúmenes de la Enciclopédie. De entrada, me pareció un señor muy educado y cordial, dispuesto a perdonar mi acartonada erudición de universitario postestructuralista. Perucho era todo lo contrario de lo que yo estaba a acostumbrado a ver: un tipo apasionado, que hablaba con una avidez extraordinaria sobre las más diversas cosas, y que acompañaba su disertación con onomatopeyas divertidas y gestos inauditos.

A lo largo de veinte años de amistad, he compartido con Perucho situaciones inolvidables. Recuerdo un viaje a Gandía, en su Chrysler de color blanco. Perucho conducía con un entusiasmo infantil, cantando “Datemi un martello” de Rita Pavone. Nos paramos a comer en el Palmar un “all i pebre” memorable, subrayado por continuas exclamaciones de júbilo. Ya en Gandía, dictó una conferencia en un estilo solemne, engomado, ceremonioso. Al día siguiente, visitamos el monasterio de Santa Clara, porque quería comprar una imagen de la fundadora de las clarisas, y terminamos en la casa de Azorín, en Monòver. Cualquiera que haya leído libros como “Botánica oculta” o “Els balnearis” sabrá de qué manera tan inteligente y sutil Perucho era capaz de compaginar a Azorín con el “all i pebre” y Santa Clara con Rita Pavone, y sacar de esta combinación un desternillante relato o un artículo sensacional.

Durante una temporada acudí a trabajar en su biblioteca y su archivo varias tardes por semana. Le traté íntimamente y nos hicimos muy amigos. Para mí Perucho era un personaje prismático, a veces contradictorio, en el que confluían diversas influencias. El poeta torturado, próximo a la sensibilidad de Dau al Set, convivía con el autor hedonista de “La sonrisa de eros”; el novelista imaginativo de monstruos y vampiros, con el paisajista enamorado de La Granadella, Gandesa o Albinyana; el crítico vanguardista, amigo de Picasso y Miró, con el defensor de los escritores falangistas Mourlane Michelena y Sánchez Mazas. Todos estos personajes conviven en una única personalidad conscientemente elaborada, una ficción que los engloba a todos y que ha sido una de las máximas creaciones de Joan Perucho, al nivel de sus mejores libros.

Pocos creadores catalanes pueden ofrecer la diversidad de intereses y la variedad de la literatura de Perucho, una relación tan estrecha con el arte de su tiempo, una creación tan fecunda, una conciencia tan clara de la necesidad de mantener la memoria de gentes y paisajes, integrándolos en una tradición cultural, al lado de los libros y de las obras de arte.