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jueves, octubre 30, 2003

ADIÓS A UN GRANDE DE LA LITERATURA

De fantasías y estupores

ROBERT SALADRIGAS - 30/10/2003 / La Vanguardia

En la muy copiosa producción de Joan Perucho hay dos libros magníficos, intemporales, ambos de su primera etapa de narrador, que ocupan un lugar de honor en mi biblioteca. Sin embargo, paradójicamente, “Llibre de cavalleries” (1957) y “Les històries naturals” (1960), con los que un día descubrí maravillado que en el ámbito de mi país y en mi lengua existía un verdadero alquimista que no se parecía a ningún otro, un discípulo confeso de Lovecraft – precisamente en 1956 habia publicado una “plaquette” con el título de “Amb la tècnica de Lovecraft” –, contribuyeron a que Perucho fuera tildado de “evasivo” y relegado poco menos que al purgatorio de los malditos.

Desde la perspectiva de hoy la cuestión parece el colmo de la estupidez y la ceguera. Pero entonces, en plena recuperación de la literatura catalana erigida en instrumento de resistencia frente a las estrategias genocidas de la dictadura, toda obra que no se mostrara inequívocamente comprometida con la realidad suponía un acto de tibieza, rayano en la “traición”, por parte de su autor. En el caso de Perucho, juez de profesión y vinculado al semanario “Destino”, su actitud de ir por libre suscitaba, tras la perplejidad, toda suerte de recelos.

Veamos lo que opinaba en 1971 un racionalista como Joan Fuster en su volumen de “Literatura catalana contemporània”. Después de constatar que al igual que Jordi Sarsanedas – autor de otra espléndida obra fantástica, “Mites”, según Fuster representativa “d'un extrem patètic d'evasió” – Perucho procedía del mundo de la poesía, añade en tono de reproche que (en prosa) “no acaba de sortir-ne”. Y a continuación señala que el juego de especulación imaginativa de Lovecraft c>on fantasmas, vampiros, estupores, mistagorias, suposiciones arcanas, sueño, etc., “pesa vivament sobre Perucho”.

Es decir, que la sensibilidad de Joan Fuster no percibía, ni siquiera en los años setenta, el concienzudo aliento original que nutre las dos obras para mi fundacionales, junto con “Diana i la mar morta” (1953), del universo de fantasía, único y hasta hoy mismo no emulado, de Joan Perucho en la literatura catalana. Lo peor de todo es que el estupor y las cautelas que su obra despertó en aquella época no ha remitido con el tiempo. Tengo el convencimiento de que pese a haber escrito mucho, tal vez demasiado y con cierta despreocupación, Perucho nunca consiguió ser santo de la devoción de los exégetas de lo políticamente correcto en la Catalunya democrática. No le han perdonado sus “deslices” heterodoxos ni han querido comprender, si le escuchaban referirse con entusiasmo, ternura y cierta coqueteria a los fantasmas que habitaban su casa encalada de Albinyana, que Perucho lo contaba en serio, los había visto, y por tanto las presencias etéreas del pasado formaban parte no sólo de los espejos sin fondo de su imaginario literario sino de su vida diaria, más rica y por supuesto apasionante que la de gran parte de los mortales.

Me inquieta pensar en lo que sobrevivirá de este viajero de amplios y bifurcados itinerarios por una geografía fabulesca que en sus mejores rutas – conviene desbrozarlas – enseña otras expresiones de lo humano y en verdad resulta deslumbrante. ¿Quién recuerda haber leido “Llibre de cavalleries” y “Les històries naturals” en los últimos tiempos, cuando tanto gusta la novela histórica aunque sea mediocre, y haberse sentido gratamente impresionado por la inspiración y el frescor de unos viejos textos que, ajenos a las modas, no presentan arrugas? Aparecieron en época de turbulencias y fueron maltratados, pero les aseguro que siguen estando vivos e indemnes. Creo que se bastan para acreditar la talla singular de quien los alumbró.