Rancho Las Voces
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lunes, octubre 06, 2003

Cuento

…‘IRE (Hecho en México)

Narración basada en hechos contados a la autora por una amiga suya que reside en Cuernavaca, Morelia

Arminé Arjona

–Ring…ring
–Bueno, oiga señor, disculpe, ¿usted es el ladrón, que se llevó mi coche de Plaza Campanario el sábado pasado, como a eso del mediodía?
–¿Un Passat rojo enchilado que por cierto traía un golpe en la defensa de atrás?
–¡Ay, no oiga! Es un Nissan plateado deportivo modelo 2000.
–¡Ah! El plateado, el rojito estaba del otro lado en el restorán de enfrente…
–Sí, mi carro, señor. ¡Que poca madre! Oiga, pues, ¿cuántos carros se roban?
–‘Ire, señorita, no me grite porque le cuelgo, ni me falte al respeto porque ‘tons sí se va a chingar a su a madre
–Pues es que entienda mi coraje, señor. No nada más me robaron el coche, allí estaba mi perro. ¿Por qué cree que le estoy hablando?
–No. Pos yo pensé que también por el celular. Está re’chido, parece carrito de niños.
–¿Que pasó con mi perro?
–No, pos el perro está bien, se lo llevé a mi hermana…
–Oiga no, señor, por favor, quédese el coche pero regréseme a mi perro, mi niña está inconsolable…
–¿Cómo dijo, señorita?
–Mire, señor, vamos al grano. Dígame dónde puedo recoger a mi perro.
–‘Ire, señorita, ya le dije que no me ande malmodeando. Córtese su pedo, porque si no le voy a colgar…
–No, señor, cálmese por favor. Trate de entenderme, estoy muy nerviosa con esta situación.
–Ya, seño, bájele al caldo y olvídese también de su pinchi perro, porque fíjese que me lo llevé a un rancho, ya le dije que está con mi hermana; además su animalito salió re’caliente, ya se cogió a dos de las perras…
–Oiga, pero es mi perro. ¿Cuánto quiere, dígame cuánto va a querer... ?
–‘Ire, es la última vez que le digo que no me grite.
–Oiga, yo no grito, así habló fuerte por que soy del norte.
–Pos bájele al micrófono, ‘ire, lléveme $1,500 pesos a Plaza Cuernavaca por ahí de las tres.
–No me cuel…¡Chin!
–¿Bueno?
–Oiga, señor, es que me colgó.
–‘Ire, señorita, pos si no estamos de gran romance, ¿o qué? ¿Se me va a declarar?
–Mire, señor, es que también quería pedirle la mochila de mi hija. Allí están todos sus libros con las tareas y…
–‘Ire, pinche vieja, nos vemos a las tres.
***
Llegamos a las dos treinta a la plaza. Pedí auxilio a Carmela, mi hermana, que es bien solidaria y mejor negociante que yo. Además, mi marido Jorge Manuel también nos acompañó siguiéndonos en su coche. Llevaba su cámara de video y se quedó en la acera de enfrente, camuflajeado con su cachucha de los Raiders y los lentes de espejo deportivos.
Estábamos buscando a algún misterioso sujeto, cuando de pronto se nos acercó un tipo por un lado y nos dijo:
–Váyanse allá donde está la jacaranda de la esquina.
El ladrón con el picadiente en la boca, y la habilidad de hablar y pinponearlo de uno a otro lado sin picarse, nos dijo:
–‘Ire, señorita, primero le voy a informar que ni se crea que le voy a regresar su celular. Por cierto, ¿sabe dónde venden las funditas? Porque todavía no hay muchos de estos teléfonos.
–Lo compre en…
–¿Dónde está el perro? –interrumpió bruscamente mi hermana.
– ‘Ire, güerita, no me grite porque ya le dije a la señorita que le bajen al ruido por que se quedan sin nada. Orita les damos su pinchi perro. ¿Onta la lana?
–Aquí está, pero no se la vamos a entregar hasta que regrese la mochila, ¿usted para qué quiere los libros de mi sobrina?
–No, pos los libros me valen pero la mochila está chida, güerita.
–No, pues no hay trato hasta que regresen las dos cosas.
–‘Ire, señorita –me dijo–, yo nomás hablé con usté, deme doscientos pesos y les dejo la mochila también.
–Está bien, señor –dije abriendo la bolsa con torpeza en el colmo de la indignación. Alcance a ver a lo lejos los espejuelos de Jorge. Me sentí un poco más segura. Le extendí el billete al ladrón.
–Váyanse pa la otra cuadra y frente a la nevería les van a entregar sus cosas.
–Señor – exclamó Carmela–, ¿cuánto quiere por el carro de mi hermana? Vamos a negociar.
–¡Huy!, güerita –respondió el aludido escupiendo su picadientes como si fuera una pequeña jabalina–. Si quiere negociar va a tener que comprar un chingo de refacciones, su carro ya está deshuesado.
–Oiga, pero si se lo robaron hace dos días, como son…
–‘Ire señorita, pos somos re’te organizados, muy profesionales, además a mí ya ni me diga nada porque esta vez me fue re’mal, sólo me tocó lo de adentro, los mugres asientos, el estéreo y unos CD’s re’te gachos, ni los pude realizar. Qué pinches gustos tan sarros tiene, con todo respeto, señorita.
–Vámonos –dijo Carmela a punto de hacer ebullición–. ¡Qué mierda de país!
–‘Ire, güerita, si no le gusta ser mexicana váyase mucho con Bush a la guerra ‘pa que la maten por hocicona y traidora.
***
Nos dirigimos hacía la nevería «La Flora y Fauna de Michoacán».
–«Ettore» –gritó mi hermana entusiasmada al tiempo en el que el gran danés casi la difumina contra la pared.
–Debiste haber tenido un pitt bull –dijo Carmela con sarcasmo, esta bestia es un inútil, decirle bestia es un piropo…
–Vámonos, Laura, por favor.
Huimos de la escena y Jorge Manuel nos alcanzó en el condominio más tarde.
Mi marido llegó muy excitado. Apenas si podía hablar de la emoción.
–¡Ay! Jorge –le ví con ternura pensando que parecía un niño nadando en su aventura–. ¿ Grabaste todo?
–Toditito, tomé unos close-ups increíbles.
–¿Se dieron cuenta? -dije yo–, eran una banda de malditos. Yo vi como a tres.
–¡Ay, no! – corrigió mi hermana–, yo le eché el ojo como a seis fulanos.
–No, pues yo creo que hasta más –dijo Jorge cabizbajo–. Uno que me encañonó mientras filmaba la plaza, otro haciéndome señas de que me callara sacando un cuchillo como de carnicero, y el otro que se llevó la cámara de video, mi cartera y mis lentes Ray Ban.
–Pero aquí está tu pinchi perro, hermana.
–Y la mochila de Camila –solté yo con sorna.
–¿Y qué pasó con el celular? –preguntó Jorge.
Rompimos a reír con una amarga carcajada.