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miércoles, octubre 01, 2003

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UNA MAESTRA DE LA NOVELA DE MISTERIO

Patricia Highsmith, a pleno sol

Una biografía desvela a una autora obsesionada por su madre y sus demonios interiores

CARLES BARBA / La Vanguardia

Barcelona. Cuando en 1987 Patricia Highsmith se dejó ver por Lleida, los periodistas coincidieron en su perplejidad: ¿aquella mujer enclenque y asustadiza que se paseaba por La Seu era la misma que había creado algunos de los psicópatas más inquietantes de la literatura negra moderna?

La contestación nos llega hoy gracias a “Beautiful shadow: a life of Patricia Highsmith” (Bloomsbury), la primera biografía exhaustiva de una escritora de misterio que mantuvo siempre una gran reserva sobre su vida privada. El encargado de desentrañarla ha sido el periodista Andrew Wilson, quien con la complicidad de los albaceas de la autora, fallecida en 1995, ha leído sus 22 novelas y sus 10 volúmenes de relatos, ha examinado sus diarios y su copiosa correspondencia, y ha entrevistado a numerosos amigos y conocidos de su círculo más próximo.

El retrato resultante revela que Patricia Highsmih tuvo que luchar toda su vida con muy insidiosos demonios interiores, y que “de no haber tenido su trabajo, seguramente habría ingresado en una casa de salud mental o un asilo para alcohólicos. Para ella, escribir lo era todo”. De hecho –explica Wilson– Highsmith manifestó un interés muy temprano por los inadaptados, y en su adolescencia neoyorquina, en lugar de leer a Stevenson o a Twain, devoró “The human mind”, de Karl Menninger, un tratado sobre alteraciones de la psique como la esquizofrenia, la cleptomanía y la piromanía. Menninger, por cierto, incluía entre estas desviaciones la homosexualidad, lo que tocaba muy de cerca a su tierna lectora, quien sobre todo en sus años en el femenino Barnard College de Nueva York (1938-42) iba a sentir con inequívoca claridad su orientación sexual.

Highsmith viviría al principio su lesbianismo con sentido de culpa, lo que la llevó a intentar relaciones heterosexuales, en 1942, con el fotógrafo Rolf Tietgens (que la retrató desnuda: Wilson incluye aquí una de estas sorprendentes fotos), y en 1949, con el novelista Marc Brandel, a quien conoció durante un verano en la colonia de artistas de Yaddo. Pat llegó incluso a psicoanalizarse con la esperanza de reorientar su libido, pero al final tuvo que rendirse a los hechos. Por lo demás, Highsmith consideraría luego las fuerzas incontroladas y oscuras de la psique como las más preciosas de la condición humana, y no en vano en su madurez colocó en su escritorio de trabajo una reproducción del “Estudio n.º6” de Francis Bacon.

Andrew Wilson remonta los ambivalentes trazos del carácter de su biografiada a sus primeros años de infancia en Fort Worth (Texas), donde nació en 1921. De hecho, Pat vino al mundo con mal pie, puesto que tres meses después sus padres se separaban. Cuando tenía tres años su madre volvió a casarse con un tal Stanley Highsmith, quien le dio apellido, pero a quien la niña recuerda haber querido matar por sentirlo intruso. La escritora desarrolló por esos años un apego visceral hacia su madre, y con ella y con Stanley dejó en 1927 su Fort Worth natal por el Nueva York anterior al crac. En 1931 la chica fue devuelta a Texas con la abuela, y esta separación de la madre la vivió como una traición, lo que sentó las bases de una relación con su progenitora que iba a estar tintada por el amor y el odio.

Andrew Wilson apunta perspicazmente que en lo sucesivo los romances de Highsmith reflejarán las premisas del amor imposible por su madre. Elegirá como objeto de su pasión a mujeres rubias, maduras, dominantes y que estarán muy lejos de aportarle tranquilidad (pero que tensarán sus fibras para que escriba sus mejores libros). Wilson ha indagado quiénes se esconden detrás de las dedicatorias (iniciales o el nombre a secas) de la narrativa highsmithiana, y ha podido establecer que la novelista amó con especial vehemencia a la socióloga norteamericana Ellen Hill, a la editora británica Kathryn Cohen y a la actriz berlinesa de vanguardia Tabea Blumenschein, y que con todas ellas mantuvo relaciones de cama muy intensas y tormentosas.

El biógrafo inglés acierta muy bien a describir cómo Highsmith idealizaba a sus amantes con la potencia de su imaginación (de ahí su interés por Proust), y acierta también al correlacionar esta predisposición fantasiosa con algunas de sus mejores novelas, como “El diario de Edith”, donde una mujer soñadora sucumbe a la locura. De hecho, en 1948, trabajando en la sección de juguetes de los grandes almacenes Bloomingsdale de Nueva York, Highsmith en sólo unos minutos se enamoró de una clienta, una rubia hitchcockiana, Kathleen Senn, y quedó tan autosugestionada por el encuentro que escribió a partir de él su única novela lesbiana, “Carol”.